Prólogo – Estupidez e inocencia.
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
- 3 Min. de lectura
A-Normal II
El círculo de los secretos
Una historia de Facundo Caivano
Prólogo – Estupidez e inocencia
A veces suceden cosas extraordinarias, eventos inesperados, o sucesos extraños que nos toman por sorpresa, y que, si no estamos preparados para afrontarlo, se escapará de nuestras manos, como un ave volando de la prisión de su jaula rumbo al horizonte, para no volver a nosotros jamás. Son momentos que se quedan grabados en nuestra mente por el resto de nuestras vidas. Que golpea nuestros corazones. Que corta nuestra respiración. Son momentos en los que sientes en lo más profundo del alma que ya nada volverá a ser como antes y para cuando abres los ojos, y quieres darte cuenta, ya es demasiado tarde. Algunos lo llaman… el punto del no retorno.
Su mente todavía no podía procesar, entender o razonar porque tenía que experimentar algo así, y su cuerpo, a merced de un temblor que no parecía tener intenciones de extinguirse pronto, solo podía darse el lujo de sentir, allí en lo más recóndito de su alma: dolor.
Su espíritu se destrozaba poco a poco, y una angustia indescriptible la sofocaba con cada segundo. En un instante, mientras sus dedos todavía acariciaban los restos de la sangre que se le había quedado impregnada, recordó que tenía un cigarro en su chaqueta.
Claro que sabía que el dolor no podía acallarse ni amortiguarse con un simple cigarrillo, pero decidió intentarlo de todas formas, ya no tenía nada que perder. Sus labios apenas se despegaron el uno del otro para que el humo saliera, y con él, todas las penas.
No podía creerlo. Allí, abrazada en medio de la oscuridad de la noche, su mente no podía sentirse más perturbada. ¿Cómo había llegado a una situación así? Volvió a expulsar otra humareda al cielo. La dirección de sus ojos fue siempre la misma desde que había decidido tomar asiento junto a las vías.
Por un segundo su mente ofreció la solución a todos sus problemas. El próximo tren podría ser la clave para ponerle punto final a ese hueco oscuro y depresivo que sentía en lo profundo de su pecho. Podía hacerlo. Solo necesitaba el coraje.
«No…».
Rechazó la idea casi al instante. No podía solo elegir ese camino, aunque así lo quisiera. Lo sabía bien: los actos tienen sus consecuencias y ella se encontraba a punto de pagarlas.
Escuchó de repente el sonido estridente de la sirena. En sus 19 años de vida, jamás se había puesto a pensar que tan hipnótico resultaba el contraste de luces rojas y azules acercándose cada vez más. Sintiendo allí, bajo su manto de luz parpadeante, que su vida marcaría un antes y un después.
Los policías acudieron a ella con prontitud, la abordaron con muchas preguntas, pero ella no era capaz de escuchar más que voces que su angustia interna no podía descifrar. Sus labios estaban sellados por el dolor, la angustia y una poderosa sensación de ahogo… pero, después de unos momentos de intentar mantener la calma, hubo una pregunta de todas que si fue capaz de responder.
«¿Reconoce a la víctima?».
Su corazón pareció partirse a la mitad, sus ojos se inundaron de lágrimas, y su voz, rasgada y melancólica… mencionó un nombre de una persona que no volvería a ver jamás; una persona que amaba… y que, de no ser por su estupidez e inocencia, probablemente todavía seguiría viva.
—Ada... —Sus dedos despejaron los mechones rubios que se le habían pegado a la cara—. Adaline Fisher.
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