Capítulo IX – La ira
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
- 19 Min. de lectura
—¿Que haces aquí? —preguntó Ulises, deteniéndose en medio del pasillo. El timbre de salida había sonado y él se había quedado unos minutos más en su aula para resolver algunos problemas matemáticos junto con el profesor Sabagh.
La mencionada giró su cabeza sin modificar su postura, posada sobre uno de los muros de los interiores de la universidad.
—Hey. Hola. Tengo que cumplir «sentencia» hoy —señaló con un movimiento de su cabeza a la puerta a su lado, en la parte superior había un pequeño cartel dorado que decía: Terapia conductual. Licenciada Barrientos.
—Ah, ya veo —comentó el joven—. Aunque eso es bueno. Al menos no te expulsaron.
—Si. Gracias por remarcar lo obvio. De todas formas eso no quita el hecho que tengo que permanecer cuarenta y cinco minutos metida en un aula junto a esa rubia estúpida. Demasiado tengo que aguantar compartiendo toda la mañana con ella.
—Podría ser beneficioso, si lo piensas —comentó Ulises.
—¿Que? ¿Crees que soltará algo que nos sirva con la investigación? Lo dudo, después de lo que pasó entre nosotras estará más a la defensiva que nunca.
—Aún así intenta averiguar algo si puedes. Quizás logremos conseguir un dato que nos sirva.
Ada negó con la cabeza.
—No creo que logre gran cosa. Es una terapia de grupo —dijo ella volviendo a usar una señal con su cabeza para apuntar a un grupo de personas reunidas a lo largo del pasillo—. Tu eres mi carta principal en todo esto. Necesito que te acerques a ella de alguna manera.
—Lo sé. Estoy en eso, pero es que la verdad no sé cómo hacerlo. No quiero estropearlo al primer intento. Si fallo una sola vez puede que no haya otra oportunidad.
—Está bien. Ya encontraremos la forma.
—A propósito. —Ulises comenzó a abrir otra conversación—. ¿Descubriste si ella tiene relación con lo que pasó en el puente?
La negativa de Ada fue clara, y su gesto despectivo lo hacía todavía más obvio.
—No es ella.
—¿Estás segura? Tenías todas tus fichas apuntándola…
—Lo sé. Estoy segura. Vino a mi directamente a confrontarme porque pensaba que yo había colocado la… —observó de reojo a un par de alumnos que pasó cerca de ellos—. Ya sabes. Eso.
—¿Pero y si lo hizo adrede? Esperando justamente que tu sacaras esta conclusión.
—Parece que sobrestimas su inteligencia. Pero no, estoy segura. Sus reacciones fueron muy genuinas. Ella no quería que a Daniel le pasara nada. Pero sigo sin entender. Si ella no fue…¿quien lo haría? ¿Por qué lo haría?
Ulises arrugó el rostro.
—¿Cómo supo ella que tu… colocaste los huevos en el nido?
—Que pésima analogía. Según ella me vio por el telescopio hablando con Daniel y también me vio colocando algo en su mochila. Su cabeza habrá hecho 2+2 y el resultado fue: Ada es una puta asesina.
—¿Y si alguien más te vio?
—No lo sé, Uli. Yo estaba casi segura de que nadie me estaba prestando atención cuando sacábamos la foto grupal.
—Sigue sonándome extraño que solo ella te haya visto.
—Si, lo sé. ¡Rubia de mierda! ¿Por qué siempre pareciera que está un paso por delante de mi?
—O de todos… —rectificó Ulises sacudiendo su cabello con la mano—. Se me ocurre. ¿Y si alguien más la está ayudando?
—No tengo idea. Lo único que sé es que cada día que pasa solo tenemos más preguntas y ni una maldita respuesta. Hombre, tienes que acercarte a ella. Es la única manera de comenzar a revelar algunas cosas. Piensa en algo por favor, y ahora vete, si ella nos ve juntos… perdimos.
—Ok. Estaremos en contacto.
—Y Uli… —lo frenó sujetándolo del hombro—. Gracias por creer en mi.
El joven asintió regalándole una sonrisa.
—No hay problema.
Ulises se marchó y luego de unos minutos extra de espera, la persona que todos estaban esperando llegó al aula. Ada la observó con detenimiento mientras pasaba en frente de ella, al principio y, solo porque no había prestado demasiada atención, imaginó que se trataba de una niña, dado su tamaño. Pero cuando despegó los ojos del celular para prestar más atención, descubrió que no podía estar más equivocada, no se trataba de una niña. Sino de su terapeuta. Barrientos María. La mujer, resonando sus tacos en todo su trayecto por el pasillo, se trataba de una persona con enanismo. Su rostro se encontró con el de Ada y una sonrisa cándida la saludó con cordialidad. Ada respondió el saludo de igual manera. Era casi hechizante como una simple sonrisa y una actitud tan positiva podían contagiar algo tan volátil como el estado de ánimo de una persona. Ada por poco se le olvidó lo mucho que detestaba la idea de ir a terapia con tan solo verla.
—¡Bueno chiquitines! —bromeó la mujer mientras deslizaba la puerta para permitir el paso—. Llegó la hora. Todos adentro.
Un grupo de siete personas, sin sumar a Ada, ingresó al salón. El aula era como todas las demás, las mismas paredes blancas con una franja verde en medio, y unas baldosas oscuras, que se encontraban tan relucientes como pequeños paneles de espejos empotrados al suelo. Sus muros eran estrechos, y había una considerable pila de pupitres amontonados en un lateral. La profesora fue directamente a uno que se ubicaba en el centro del aula y le pidió a cada alumno que tomaran asientos formando un semicírculo a su alrededor.
Todos hicieron caso sin chistar y se posicionaron sin un orden particular. Mientras lo hacían, una nueva alumna arribó al aula con prisa. Ada solo la observó por unos segundos y tomó asiento sin prestarle atención.
—¡Hola! —La saludó la Licenciada Barrientos con ánimo—. Por favor, toma un pupitre y únete. Ya estamos por empezar. Por cierto, para los nuevos, me presento. Yo soy la Licenciada Barrientos María. Seré su profesora a cargo.
—¡Hola! —dijo Emma mientras terminaba de acomodar la silla en la ronda, lo más alejado posible de Ada—. Yo soy Emma Clark. Lamento llegar…
—No llegaste tarde, no te preocupes —se anticipó la licenciada—. Aquí tenemos una regla. Nunca nos disculpamos si no es necesario. ¿Está bien?
Emma asintió.
—Ok —dijo tomando asiento.
—Bueno, vamos a darle una bienvenida a las dos recién ingresadas a nuestro bello grupito de inadaptados —se burló la profesora—. Si a alguien le produce ansiedad esa palabra. Recuerden que solo son palabras. Nada puede definirlos, ni siquiera yo. Pero voy a hacer lo posible por destacar lo mejor de ustedes y sacar a relucir las mejores versiones de cada uno. Vamos a empezar por mi derecha. Vamos a presentarnos por nuestros nombres y la carrera que están estudiando. No con afán de etiquetarlos por sus elecciones profesionales, sino porque amo llevar el conteo de las carreras. Es mi TOC. Lo siento.
La profesora logró sacar unas risas a los alumnos, y cada uno comenzó a presentarse.
—Soy Frank Gonzales. Abogacía de 3er año.
—¡Oh, Frank! ¡Gracias por agregar a que año perteneces e instalarme un nuevo TOC! —volvió a bromear la licenciada—. Ahora por culpa de Frank van a tener que decir también el año al que asisten. ¿Por qué? Porque si.
—Matt Levingston. Último año de Diseño gráfico. Un placer.
—Eva Morales —Emma y Ada conocían muy bien a esta persona: «La chica rastafari del baño»—. Primer año de Periodismo.
—Jonas Balvueno. Diseño gráfico, primer año.
—Natasha Sinclaire. Administración de empresas. Estoy en primero.
Llegó el turno de Emma.
—Emma Clark. Primer año de Periodismo.
—Un placer, Emma —saludó la profesora.
—Alain Torres. Segundo año de Administración de empresas. Y es de menester anunciar que esta será mi última sesión. Así que pueden ir olvidándose de mi rostro, aunque lo veo muy difícil para ustedes —dijo guiñando un ojo a Emma.
—Renzo Baldez. Primero de veterinaria.
—Ada Fisher. Primero de Periodismo.
—Ada Fisher, ¿hm? —repitió la profesora con perspicacia—. ¿Estás segura?
—Si —respondió ella a secas—. ¿Por qué?
—¡Solo estoy molestándote! Para cortar un poco el hielo, relájate. Estamos en una zona segura aquí. Es un gusto conocerte, Ada. —Respondió la licenciada divertida—. Muy bien. Si mi TOC no está mal. Hay seis personas de primer año, una de segundo, una de tercero y una en su último año. ¡Felicidades Matt! ¡Ya casi lo tienes!
—¡Gracias!
—También tenemos tres personas en periodismo, ¿que pasa con los periodistas? No sabía que eran tan revoltosos, bueno, revoltosas en su caso —volvió a bromear—. Tenemos dos futuros empresarios, dos futuros diseñadores gráficos, un futuro veterinario, amo esa carrera, y un futuro abogado… Odio esa carrera. Te odio, Frank. ¿Estás contento?
Frank no pudo evitar echar unas risas.
—Yo también la odio, profesora.
Todos rieron.
—No. Ahora te odio más. En estas cuatro paredes y en mi presencia está absolutamente prohibido ser más gracioso o graciosa que yo. ¿Está claro? Frank.
—Está claro.
—Muy bien. Así me gusta. Vamos a continuar —dijo la Licenciada, cruzando sus piernas—. Bueno. Como hoy tenemos dos nuevas almas, como es la costumbre, comenzaremos con el meollo del asunto. Aquí ya me conocen. Suelo ser muy directa, algunos me aman por ello, y algunos otros como Frank, me odian por ello.
Frank sonrió.
—Entonces. Señoritas Fisher y Clark. ¿Quieren contarme quien inició la pelea que las trajo a mis dominios?
Emma y Ada cruzaron una mirada rápida, pero fue la pelinegra quien tomó la palabra.
—Yo empecé.
—¿Por qué empezaste la pelea? Si se puede saber.
—Porque esta rubia estúpida me sacó de mis casillas.
—Señorita Fisher. Aquí respetamos a cada uno de los alumnos. Por favor, le voy a pedir amablemente que cuide su forma de expresarse.
Ada apartó la mirada con desdén.
—Ok.
—No espere mucho de esta Punki barata, profesora —comentó Eva, la chica de rastas, emitiendo una sonrisa confianzuda—. Es obvio que no tiene ni la más mínima intención de mejorar su actitud. No me sorprende para nada que ella haya iniciado la pelea. La rubia no tiene cara de alguien conflictiva. Pero este mamarracho, en cambio, su simple presencia y ese aura de «soy mejor que todos ustedes» me da asco.
—Al menos mi «aura» no tiene ese olor a mierda que desprende tu puta cabeza —dijo Ada rebajándola con la mirada.
¡Clap!
—Muy bien —cortó la conversación la Licenciada con un sonoro aplauso—. Parece que ya tenemos el tema de hoy. Vamos a hablar de la ira. No es un tema que nunca hayamos tocado en este lugar. ¿Alguno puede decirme que causa la ira?
Matt levantó la mano para hablar y la profesora le cedió la palabra, pero cuando sus labios se separaron para comenzar, Ada se le adelantó.
—La ira es una emoción que se caracteriza por un incremento veloz del ritmo cardíaco, la presión arterial y los niveles de noradrenalina y adrenalina en sangre —respondió ella con calma, mientras su atención se concentraba en remover una pequeña aspereza en su uña.
La licenciada intentó hacer contacto visual con la muchacha por haber interrumpido de esa forma a un alumno, pero al notar que se encontraba más preocupada en su uña, probó otro método.
—Muy buena definición sobre las características de la ira, Fisher. Muy «de libro». Pero está mal.
Dos iris azules intensos impactaron de inmediato con los ojos de la licenciada.
—Pregunté sobre las causas de la ira. No sus características. Quizás si hubieses prestado más atención a mi pregunta, en lugar de arreglarte las uñas, podrías haber respondido de forma correcta, y quizás, te hubieses percatado de que Matt había alzado la mano para contestar.
Ahora, los ojos de Ada se fijaron en Matt, y luego se volcaron hacia el suelo.
—Lo siento. No me di cuenta.
La profesora carraspeó la garganta y continuó.
—Tranquila, a cualquiera nos puede pasar, también amo que mis uñas estén impecables .—Y de nuevo, la tensión de la conversación fue rebanada por la Licenciada con humor—. Además me diste una idea para darles un gran ejemplo. Verán, la ira puede surgir como un estado de inseguridad, de envidia, o miedo, y es una reacción que se puede manifestar cuando somos incapaces de afrontar una situación concreta, pudiendo herirnos o molestarnos la forma en que actúan las personas de nuestro entorno. Hace unos segundos, cuando Fisher interrumpió a Matt, él podría haberse molestado y enojado. Podría haber protestado. Quizás Matt ansiaba mi aprobación al responder correctamente la pregunta, y la señorita Fisher le quitó ese privilegio, y sus niveles de noradrenalina estarían chocando el techo del aula ahora mismo.
Todos, excepto Ada, rieron.
—Pero él no se enojo. Probablemente porque no necesite mi aprobación, pero que un alumno no me necesite podría hacerme sentir, a mi, como su profesora y terapeuta grupal, una gran frustración, porque quizás tengo mucha baja autoestima por ser enana y estudié psicología porque inconscientemente necesito que las personas me necesiten para sentirme segura. ¡Así que yo me enojo! Y como yo me enojo, Mark, con el cual compartimos un odio mutuo estará gozando el momento y saltando de felicidad. Pero como a Natasha le cae mal Mark, porque él tiene un nuevo celular de última marca, y ella no puede costearselo, verlo sonriendo le hierve la sangre, ¡y sus niveles de noradrenalina también se van al techo a competir con los de Matt!
—¿Pero no que Matt no estaba enojado al final? —preguntó Natasha.
—¡Y ahora me enojo con Natasha porque se da el tupé de corregirme y hacerme quedar muy mal! ¡Felicidades, Natsha! ¡Ahora tienes el primer puesto en mi lista negra, superaste a Mark!
—¡Hey! Ahora yo odio a Natasha por superarme —dijo Mark.
—¡Y ahora yo te odio más que a ella porque te dije que nadie puede ser más gracioso que yo! ¡Felicidades, Mark!
El aula se llenó de carcajadas.
—Bien —la profesora se calmó—. ¿A que quiero llegar con todo este ejemplo sobre la ira que fui transformando en odio sobre la marcha? Que la ira, como dije, se manifiesta de muchas formas. Y la gran mayoría del tiempo, no tenemos idea de lo propensos que somos a enojarnos. La ira se puede almacenar sin que nos demos cuenta. Una forma de poder controlarnos, es tomar conciencia de las causas que nos llevan a un estado de ira. Bueno, también el tutorial en youtube que vi sobre el control de ira decía que hay que descansar bien, pero son universitarios, descansar no existe para ustedes. Así que mi recomendación y tarea para la semana es que busquen un lugar cómodo en sus casas, y practiquen, al menos una vez, la meditación.
(Extender la escena, mejorar los díalogos).
*****
La Licenciada Barrientos dio por terminado la sesión. Los alumnos fueron abandonando el aula de uno en uno, pero la mayoría, al sentir el hipnotizante olor a café recién preparado que venía de la cafetería en frente del aula, decidían que terminar la tarde con una infusión caliente antes de marcharse de la universidad era una idea estupenda. Emma, por supuesto, era parte de esa mayoría y se colocó en la fila para aguardar su turno.
Mientras veía las opciones a través del cristal que había sobre el mostrador, su mente todavía se hallaba en el aula de la Licenciada Barrientos. Al final, la presencia de Ada no la había incomodado tanto como ella imaginó que lo haría. Apenas había notado su existencia al estar tan pendiente de las palabras de la terapeuta. Eso era algo positivo. A su vez, la primera sesión había sido muy entretenida. Emma jamás había ido a terapia en su vida, pero luego de esta tan excelsa primera experiencia, lo consideró como una posibilidad. Quizás cuando esta terapia grupal de carácter obligatorio finalizara.
Avanzó un paso en la fila y notó una presencia aproximarse por detrás. Solo por curiosidad, levantó la mirada y reconoció a uno de los alumnos que estuvieron en la terapia. Era un joven que le doblaba en tamaño, tanto por lo alto, como por lo ancho. Su espalda era enorme, digna de alguien que probablemente pasase sus días entrenando. Su piel presentaba una tonalidad rojiza que no quedaba nada mal con el rubio de su cabellera. El chico la saludó y ella hizo lo mismo, pero rápidamente volvió a posicionarse frente al mostrador y volvió a avanzar un paso.
—¿Que te pareció? —Escuchó decir a sus espaldas. Emma se volteó.
—¿Perdón?
—Lo siento, hablaba de la sesión. ¿Que te pareció?
—Ah. Bueno, muy divertida, en verdad. Yo pensaba que sería más… no lo sé, ¿incómoda?
—¡Si! Yo pensaba lo mismo al principio. Es más, creía que cuando terminara mis sesiones iba a sentirme como una persona nueva. Y que no querría volver jamás. Pero cuando la profesora firmó mi última planilla, sentí como un vacío extraño aquí en el pecho. Fue todo un año de terapia. Admito que la extrañaré.
—Oh, claro. Ahora recuerdo que habías dicho que era tu último día. ¿Como te llamabas? ¿Alan?
—Alain Torres, a tu entera disposición. —El joven movió la mano en el aire y se inclinó cual reverencia mal hecha—. Y tu eras… ¿Emilia Clarke?
—¡Gracias por el cumplido! Pero no, los derechos de autor me dejarían en bancarrota. Soy Emma Clark.
El joven dejó escapar una sonrisa que venía aguantándose desde hace rato.
—¿Que pasa?
—¿No me recuerdas? ¿Verdad?
—Eh… ¿nos hemos visto antes?
—Bueno. Si. Yo te pedí una hebilla. Soy el que destruyó el dron en medio del campus.
—¡Ah! ¿De verdad? Lo siento. No lo recordaba.
—Está bien, no hay problema.
Ambos avanzaron en la fila y ya era el turno de Emma para pedir. La charla parecía haberle bloqueado su memoria a corto plazo y optó por pedir lo primero que vio: un café y dos medialunas con jamón y queso.
—¡Gran elección! Esas medialunas son fenomenales. No te vas a arrepentir.
—Gracias —dijo Emma—. Bueno. Me voy. Nos vem…
—Espera, espera —Alain la sujetó del brazo sin dejarla marchar—. Escucha. Sé que es repentino. Pero, estoy organizando una fiesta, y me gustaría que pudieses asistir. Como no nos conocemos y esta es mi última sesión sé que es muy probable que no volvamos a vernos. Así que te dejaré una tarjeta de invitación y si tienes ganas, puedes ir. Sin ningún tipo de presión.
Emma torció el labio.
—No sé si estoy de humor como para fiestas. Pero te agradezco que quisieras invitarme. Quizás en otra oportunidad.
—Bien. Aunque podrías llevarte la tarjeta si quieres. Por si cambias de opinión.
—Gracias —Emma aceptó la tarjeta y la guardó—. Adiós.
—¡Suerte!
Emma se alejó de la cafetería, no pudo contenerse en probar la medialuna, y le dio un mordisco mientras cruzaba por el umbral de la puerta, pero, y como si no hubiese tenido demasiado con la interrupción de aquel joven, ahora otra persona requería de su presencia y se cruzó en su camino de repente. ¿Hoy era el día de molestar a Emma? Pensó en sus adentros mientras tragaba la comida. Sus ojos se tornaron ligeramente hacia arriba para observar a la persona que le impidió el paso: Eva Morales, o como ella la tenía etiquetada en su cabeza: «La chica rastafari».
—Honey, honey, honey —Comenzó a hablar Eva mientras su sonrisa mostraba una hilera de dientes recubiertos por ortodoncia transparente—. Yo si fuese tu, me alejaría de ese idiota de Torres. Él y sus hermanos son el cáncer de esta universidad. Quizás te parezca muy educado al principio pero te aseguro que no tardará en mostrar su verdadera cara.
Emma se tomó su tiempo para beber un sorbo de su café y luego respondió.
—¿Que quieres?
—Al menos se agradecida. Te acabo de dar un consejo sano a cambio de nada. Pero bien, no te haré perder mucho de tu tan preciado tiempo. ¿Recuerdas el trato que teníamos verdad? Espero que no se te haya olvidado.
—La verdad que si. Se me había olvidado.
—Muy mal, Honey. Por suerte yo si tengo buena memoria, y hoy estoy de buen humor. Así que te lo haré sencillo y sin vueltas —Eva extrajo de su mochila una enorme carpeta azul, luego intentó darselo a Emma pero al notar que tenía las manos ocupadas, la colocó debajo de su brazo—. Muy bien. Aquí tienes mi carpeta. Quiero que la completes con todos tus apuntes. Eh notado que tu copias todo lo que los profesores hablan así que eso me sería de gran ayuda. También tenemos el trabajo de hipermediaciones para la próxima semana. Lo quiero listo para el lunes. Esta es la carpeta de Yuli. Acuérdate que el trato también lo hiciste con ella —dijo, ahora colocando otra carpeta bajo el otro brazo de Emma—. Ella está al día con los apuntes, es una buena estudiante, pero tiene que rendir para un parcial y le dieron cuatro trabajos. Deberás hacerlos todos. También son para la próxima semana.
—¿Cuatro trabajos? —preguntó Emma.
—Cinco contando el mío. Y bueno, seis si cuentas el tuyo propio. Más todos mis apuntes de estas semanas de clases. ¡Pero tranquila! —dijo palmeándole la espalda con mucha fuerza—. Eres una chica genio. ¡Será pan comido para ti! ¡Te veo en clases!
Y así, sin más, Eva se marchó. Emma suspiró, y como había dicho su profesora Barrientos, sus niveles de noradrenalina subieron al techo.
*****
La puerta de su departamento se deslizó con pereza, e ingresó. Emma no podía sentirse más desgraciada. Dejó todas sus cosas sobre la superficie más cercana que tenía a su alcance: la mesada de su cocina. Su cuerpo, agotado, rendido y sin energías, se dejó caer en el sillón de su sala. La semana apenas iniciaba y su batería interna se encontraba funcionando con las últimas reservas de energía. Su mente no pensaba dejarla en paz y todos los sucesos ocurridos desde la tragedia de Daniel revoloteaban a su alrededor como fantasmas, hostigando y atormentándola sin descanso. Recordó la plática con Leonard y sus ojos se cristalizaron; recordó la pelea con Ada y un nudo de angustia se formó en la zona de la boca del estómago; sus manos ejercieron presión en su cabeza con fuerza; no aguantaba más… y para colmo… ¿tenía que hacer trabajos que no le correspondían por ese estúpido trato con Eva? ¿Todo por querer salvar a Ada de una golpiza? Apretó los dientes con rabia. Si tan solo pudiese volver el tiempo atrás hubiese dejado que la molieran a golpes y al menos se quitaba un peso actual de encima. ¡Pero no! Ella tenía que hacer lo correcto. Siempre hacer lo correcto. Ahora su mente la llevó a recordar a su madre. Ella era quien le había enseñado eso. ¿Pero a dónde la había llevado eso en este mundo? ¡A ningún lado! Solo a sufrir más.
Intentó hacer lo correcto para salvar a Daniel… y de todas formas no pudo hacer nada. ¿Para qué demonios tenía estos poderes? ¿Para qué, si hasta el momento no había hecho más que complicar las cosas? Su respiración comenzó a agitarse y su cuerpo no soportaba la quietud. Quería gritar. Descargarse. Pero no lo hizo. Sus ojos se abrieron apuntando al techo. Sentía ira. Sentía demasiada ira… y lo sabía. Se incorporó rauda. Ya no quería estar allí. Sus pasos la llevaron a dar vueltas por la sala, luego, sin razón alguna, subió las escaleras para ir a su habitación. No podía creer que teniendo una vida completamente distinta, con un departamento tan amplio, con una vista excelsa, y todas las comodidades que quisiera, todavía no podía sentirse completamente plena.
Su cuerpo era cúmulo de nervios, los dedos hacía rato que se movían incesantes, rasguñando la palma de su mano con nerviosismo. Recorrió el pasillo que llevaba a su habitación, pero se frenó al pasar por la puerta del baño. Encendió la luz y se quedó observando a un punto fijo que llamó su atención. Tenía un jacussi; y no uno pequeño, era enorme y ella podría entrar totalmente acostada. Recordó haberlo visto la primera vez que entró al departamento, cuando la profesora Rotingham la ayudó a desempacar. Desde que se había asentado aquí, jamás la había usado. ¿Porque no lo había hecho todavía? ¿Porque no aprovechar todo lo que tenía? ¿Por culpa, quizás? ¿Porque en su interior no se sentía merecedora de haber ganado la beca? ¿Porque todavía pensaba que Ada lo merecía más que ella? ¿Esa misma Ada que no dudó un segundo en romperle la ceja a golpes? Maldijo…
«Busquen un lugar cómodo en sus casa, y practiquen, al menos una vez, la meditación».
Esas palabras sonaron en su cabeza como un coro de ángeles brindándole una respuesta a toda esa rabia que su cuerpo acumulaba. Quizás podría serle útil, quizás no… no podía saberlo a ciencia cierta, pero si de algo estaba muy segura, es que esa idea, ahora mismo, le pareció maravillosa.
Sin perder un segundo más en pensárselo, comenzó a preparar la bañera; dejó el agua corriendo; buscó una toalla; dejó su celular reproduciendo una lista de música que la Licenciada Barrientos les había recomendado; se despojó de su ropa; apagó las luces y se metió.
La calidez del agua se sintió como una caricia para el alma, su piel se erizó al sentir el cambio climático al ingresar. Su cuello le agradeció enormemente al sentir el contacto con la almohadilla que había empotrado en un extremo del jacussi; estiró sus piernas y movió los dedos del pie, disfrutando cada estímulo, sintiendo como si su ser vibrara en éxtasis. Respiró el vapor que emanaba con sutileza del agua, expiando toda esa negatividad que había estado sintiendo estos últimos días. Sentía que ahí adentro todo estaba bien… mucho más que bien.
Cerró sus ojos y se dejó llevar por los sonidos de la meditación. Se sentía liviana como una pluma planeando en el cielo, siendo deslizada por el aire con delicadeza. Sentía sus ojos adormilados, como si el peso que venía cargando se hubiese esfumado por completo y ahora pudiese tomar un respiro del drama de la realidad, denominado… vida.
El tiempo allí no importaba. Podrían haber pasado horas o tan solo unos pocos minutos y no percatarse de ello. La relajación la trasladó a otro universo. Uno en dónde los sentidos cobraron protagonismo y lo mundano se quedó atrás en el olvido. Sin presiones de ningún tipo. Sin problemas que resolver. Sin miedos, culpa, resentimientos ni nimiedades. Todo eso ya no existía. No allí.
Sus sensaciones llegaron a un punto en dónde era capaz de sentir… sin sentir. Su conciencia seguía funcionando, su corazón continuaba bombeando, estaba claro que seguía allí, pero había logrado un nivel de relajación tal, que su cuerpo parecía haberse despegado por completo de su cabeza.
La suavidad y la calidez del agua que la cobijaba; el aroma a frutos frescos del jabón; el sonido melódico, tranquilizante e hipnótico a partes iguales… Todo resultaba una coordinación de perfecta armonía sensorial.
Podría quedarse dormida en cualquier momento y no notarlo, o probablemente ya lo estaba, y tampoco se había dado cuenta.
Una burbuja diminuta de aire se formó al mover el dedo de su pie, estallando sin emitir sonido alguno al llegar a la superficie. Allí, envuelta en la oscuridad, y con sus sentidos anestesiándose poco a poco, Emma no pudo percibir lo que sucedió después.
En el mismo punto dónde la burbuja había reventado, se formó un pequeño punto de oscuridad que se dibujó en el interior agua. Poco a poco, ese punto se esparció hacia los lados, ramificándose en pequeños hilos que crecían por lo ancho de sus ramas, juntándose entre ellas, estirándose y volviéndose a reunir para abarcar más terreno, cambiando la tonalidad del agua en un violáceo oscuro, misterioso, tenebroso…
Las ramificaciones lograron abarcar un tamaño más grande, como el de una manzana. El agua por debajo también comenzó a teñirse, partiendo de más ramificaciones. Los pies de Emma fueron los primeros en ser alcanzados por ese líquido violáceo que se expandía cada vez con más hambre.
De pronto, la mitad del agua de la bañera ya había cambiado de tonalidad; el abdomen de Emma fue totalmente recubierto, seguido de sus brazos, luego su torso, llegando con mucha rapidez hacia la parte superior de su pecho.
Las ramificaciones avanzaron, siguieron expandiéndose, la bañera era casi en su totalidad recubierta de agua violácea, pero para cuando llegaron al final, y solo faltaban unos pocos centímetros para recubrir el cuello de Emma…
Sonó el timbre. El sonido desterró a Emma de su meditación al instante y su cuerpo se inclinó. Tenía el corazón a mil. Al parecer se había dormido durante un tiempo, y apenas tenía una idea de dónde estaba. Una vez más el timbre sonó, pero con más insistencia que la anterior. Salió de la bañera, se envolvió con una toalla y encendió la luz. Se dispuso a marcharse pero recordó que tenía que quitar el tapón al jacussi. Volvió sobre sus pasos y sumergió la mano en el agua. Se quedó un rato observando entre sus cristalinas aguas como un pequeño torbellino arrastraba el liquido hacia las cañerías.
Se incorporó una vez más y bajó hacia la sala. Tomó el teléfono y contestó. No sin antes echar un vistazo hacia el reloj. ¿Quien sería a estas horas de la noche? Del otro lado, contestó el conserje. El hombre, muy educado como siempre, primero se disculpó por la llamada a tan avanzada hora de la noche y luego le comunicó que había alguien en la puerta reclamando por su presencia. Emma hizo lo que cualquier persona haría mientras se acomodaba su toalla: preguntar de quien se trataba esa persona.
—Lo siento, señorita Clark. No me quiere decir su nombre.
Raro. Muy raro…
—¿Por qué?
—Tampoco me quiere dar un motivo. Lo único que me dijo es que precisa de su presencia de inmediato. Si lo desea, puedo ir llamando a la policía…
—No, no. Está bien. ¿Solo quiere que baje?
—Si. Está esperando afuera, no pienso permitir en ingreso al edificio a nadie que no se presente, y mucho menos sin autorización de los inquilinos.
—Ok. Ya bajo… —suspiró—. Me cambio y voy.
Había muchas preguntas que Emma se hizo en todo el tiempo que le tomó secarse, alistarse y tomar el ascensor. Pero luego de evaluar todas las posibilidades de quien podría ser esa persona que estaba allí abajo esperando, decantó entre solo dos opciones. La primera, y la que le gustaría mucho más: Leonard. Quien quizás se había arrepentido de cómo habían terminado las cosas la noche anterior y quería darle una sorpresa. La segunda opción, y la que no le agradaba en lo absoluto, pero que resultaba muy realista por el hecho de ocultar su identidad de esa manera… Ada. Quien probablemente tenía ganas de continuar con la pelea que habían dejado a medias en la universidad, y venía a terminar su trabajo, matándola de una vez por todas.
El ascensor se abrió y avanzó hacia el hall. Sus pasos marcharon con decisión. Sea quien sea, lo descubriría pronto. El portero del edificio se le acercó ni bien notó su presencia e insistió en llamar a la policía una vez más. Emma no respondió… su cuerpo se paralizó cuando la vio. No podía creerlo. No podía ser posible. Desde el otro lado del cristal de la puerta había una chica. Tenia cabello largo castaño y una impecable tez morena que acompañó con una sonrisa cándida cuando sus ojos se cruzaron con los de ella.
Emma devolvió la sonrisa, pero multiplicada por dos. De todas sus opciones posibles, no podía creer que había ignorado a la mejor de todas, aquella que con su sola presencia, hacía que cualquier día gris se transformara en un arcoíris de felicidad.
Ambas emitieron un grito agudo de emoción al verse, que resonó por todo el hall del edificio.
—¡¡Emma!!
—¡¡Vane!!
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