Capítulo X – Donde pongo el ojo…
- historiasdelfenix

- 19 ene 2022
- 14 Min. de lectura
Increíble era una palabra que Vanesa no solía utilizar muy seguido en su vida, pero esa noche la había repetido más de diez veces, e iría por la número once.
—¡In-cre-íble! —exclamó a la vez que dejaba su equipaje en un suelo de mármol blanco en el que sus valijas se vieron reflejadas; para ingresar al departamento de Emma—. Admito que verlo en persona es mucho mejor que fotos.
Vanesa solo hizo dos pasos y se frenó a apreciar el paisaje artístico que le ofrecía un departamento moderno repleto de detalles. Su primera parada fue sin dudas, la cocina, ubicada en el extremo izquierdo del departamento, a la que se accedía tras descender de tres escalones que le sucedían a la puerta de entrada; el atractivo principal de la cocina era ni más ni menos que una barra horizontal estilo isla, que resultaba más larga que ancha para poder delimitar las zonas, y que se encontraba rodeada de banquetas de hierro con unos cómodos y acolchonados cojines en su parte superior.
La barra presentaba una base de material pulido color blanco con una mesada enteramente de madera. La cocina, detrás de ella, se encontraba embutida a la pared, allí los electrodomésticos y la mesada principal para cocinar parecían esconderse de la vista de los nuevos visitantes. Vanesa tuvo que rodear la barra para poder apreciarla con más detenimiento.
A pocos metros de la cocina se encontraba la mesa principal; hermosa, moderna y que perseguía el mismo estilo blanco-marrón con el que todo el departamento se encontraba decorado.
Emma sedujo a su invitada a seguirla hacia el sector principal de su departamento: la sala de estar, ubicada en el extremo derecho. La misma se encontraba separada de la zona de la cocina por una hoguera pequeña pero muy estilosa metida en medio de una gran columna cuadrada. La sala se encontraba decorada con un hermoso sofá de tres plazas, con dos hermanos menores de una plaza cada uno, a sus laterales: todos apuntando a una televisión de pantalla plana gigante rodeado de por una librería hermosa que ocupaba todo el mural.
Y aunque Vanesa, en otro momento, hubiese querido observar la televisión durante más tiempo, hubo algo que llamó su atención todavía más. Justo a un lado de esa zona: tres paneles de cristal de cuerpo completo reemplazaban lo que en un departamento común y corriente debería ser un simple muro.
Los vidrios mostraban un paisaje sin igual que llevaban a un vistoso y amplio balcón. Si Emma no abría la puerta para salir afuera, Vanesa la habría obligado a golpes, porque el espectáculo visual que la esperaba del otro lado era digno de retratar en una pintura y llevarla al museo más caro del mundo.
La noche inmensa de isla Blau las saludaba a ambas, invitándolas a contemplar un paisaje sin igual desde las alturas: el mar, como protagonista, envolviendo el lejano horizonte; las estrellas y la luna demostrándoles a los humanos lo pequeño que podían sentirse con su inmensidad; la ciudad, iluminándose hacia el este, y el bosque, en un contraste de oscuridad hacia el oeste. La universidad, espléndida, de proporciones titánicas, parecía diminuta a sus pies.
—¿Eh dicho ya que esto es increíble?
—Unas doce veces. Llevo la cuenta —respondió la rubia.
—Sigue contando. ¿Y tu habitación?
—Por las escaleras frente a la cocina.
—¿Tienes dos pisos?
—Si, y otro balcón más pequeño a los pies de mi cama. Cuando veas mi vestidor querrás quedarte a dormir ahí.
—No lo dudo. Esto es…
—¿Anoto otro increíble a la lista?
—Anótalo.
Ambas rieron.
—Ahora te toca hablar —dijo Emma posándose en la barandilla—. ¿Que demonios estás haciendo aquí?
—Vine a visitar a mi amiga. ¿Está mal?
—Por supuesto que no. Solo me agarró desprevenida. En toda la semana no supe nada de ti.
—Quería darte una sorpresa. Sabes cómo soy.
—¿Cuanto te quedarás?
—Intenté hacer lo posible por quedarme más tiempo, pero solo puedo faltar una semana en la universidad sin que me cueste horrores ponerme al día cuando vuelva.
—Me alegro mucho de verte. ¿Cuanto tiempo pasó de la última vez?
—Bueno… un poco más de un año. En el funeral.
—Cierto.
—Hablando de eso. ¿Cómo estas con ese tema?
—La extraño. No poder ir al cementerio es difícil.
—Bueno. Es verdad, pero allí no hay mucho, Emma. Ella no está allí. Está contigo, todo el tiempo. Bien, quizás no todo el tiempo. Con esta vista de seguro esté aquí todo el día mientras tu te vas a cursar.
Ambas rieron.
—Eso no lo dudes —Sonrió Emma observando la majestuosidad de una luna que salía del escondite entre unas nubes—. La noche está espléndida. ¿Que te parece si mañana recorremos la isla? Puedo faltar a clases.
—¡No! No quiero que descuides tus estudios por mi. Puedo esperarte.
—¿Que? ¿Ir a clases cuando mi mejor amiga está aquí? De eso nada, señorita. Mañana haremos un gran tour. Espero que tengas ganas de sacar fotos.
—Bueno. Si insistes así no me puedo negar.
—Muy bien. Está decidido. ¡A recorrer Blau!
—¡Yeah!
*****
Su estómago rugió y decidió cerrar su carpeta. El patio central de la universidad era el lugar predilecto de Ulises para meterse de lleno en sus estudios y actividades universitarias. Podía pasar horas sentado leyendo y no darse cuenta que se había pasado tres horas de su momento para almorzar… pero al menos había quedado al día con las actividades que Sabagh le había dado. Punto a favor para su paz interna.
El joven Ulises sacó un tupper de su mochila que contenía un pollo cocinado a la plancha con un salteado de verduras a su lado que se había preparado en su casa la noche anterior. Por supuesto, todo se encontraba horriblemente frío. Su plan inicial era calentar su comida en un microondas de la cafetería, pero su estómago le pedía a gritos un bocado... y no podía hacerlo esperar.
Resolvió comer su plato así como estaba y aprovechar para observar a su alrededor. Ese día no hacía frío, pero Ulises sintió un sentimiento gélido en su interior al escrudiñar en el campus. No fue difícil notar que, de todas las mesas que se esparcían por el patio, él era el único que se encontraba sentado a solas. Aunque estaba acostumbrado a la soledad desde muy pequeño, pensaba que la universidad sería una oportunidad perfecta para entablar nuevas relaciones. Él quería hacer amigos, divertirse y hablar con quien sea, pero de momento solo había tenido contacto con una sola persona: Ada. Y solo porque ella necesitaba ayuda para una investigación súper importante, así que no podía contar con ella para hablar de sus problemas, o de sus intereses, o de lo que sea.
Ulises sabía bien que eran un equipo. Pero él quería algo más. Quería tener alguna persona con la que platicar por las noches, con la que compartir unas risas, mirar las estrellas y todas esas estupideces que se ven en la tele… Sí, él quería hacer esas estupideces también. ¿Pero porque le resultaba tan difícil acercarse a alguien? Ya había pasado casi un mes desde el inicio de clases y más allá de haber cruzado alguna que otra palabra con alguno de sus compañeros por temas relacionados a la universidad, no había entablado conversación con ninguno.
Suspiró y volvió a probar bocado. La dirección de su mirada se fue a una mesa que había delante de él. Eran un grupo de cinco personas. Todas haciendo bromas, comentando anécdotas e historias. Todos disfrutando de un hermoso momento de recreatividad social. Quizás si hubiese ganado la beca honorífica alguien se hubiese fijado en él… Y pensando en becas honoríficas, su mirada se cruzó con la responsable de su fracaso. Emma «la tramposa» cruzó justo por delante de aquel grupo de personas que estaba observando y tomó asiento en una mesa circular ubicada junto a la de Ulises.
Ella al parecer tenía muchas amigas. Por supuesto, tener los privilegios de la beca capta la atención de muchas personas. Ulises bebió un poco de jugo de naranja, y casi sin darse cuenta, ya estaba escuchando la conversación de la mesa aledaña.
Una muchacha de ojos alisados y un peinado lacio brillante e impecable hablaba sobre lo bien que la habían pasado por la mañana visitando la playa y la meseta. ¿Acaso habían faltado a clase para ir a turistear por la isla? ¡Ni más faltaba! ¿Cómo podían llevar al día sus carreras faltando por algo tan banal? Sacudió su cabeza en una evidente negativa para él mismo. «Que ingenuas…».
La conversación continuó por otro rumbo. Al parecer una de las tres chicas que acompañaban a Emma estaba de visita, o algo así, no había escuchado muy bien de dónde provenía pero probablemente no era de la isla. La conversación terminó muy pronto para dar lugar a una sesión de fotos grupales. «Que típico».
Ulises recordó que todavía tenía que cumplir con su parte del trabajo sobre la investigación de Emma la tramposa. Tenía que encontrar un momento para acercarse a ella y hacerse amigos… pero justo esa era la tarea que más se le dificultaba. Si no podía hacerlo en una situación normal, con personas no tramposas, ¿cómo podía tener el coraje para hacerlo con alguien a quien tenía que investigar?
Su labio se torció mientras la mueca de su rostro demostraba un rotundo: «me doy lástima a mí mismo». De repente algo pasó, su visión captó un movimiento extraño a su derecha y se vio tentado a mirar. Era ese grupo de personas de la mesa de en frente. Estaban hablando y mirando hacia… ¿él? No… claro que no. Estaban mirando a la mesa de las chicas hermosas y de Emma la tramposa.
Sus intenciones eran demasiado obvias y no reparaban en sus actitudes, ni en su manera tan exagerada de hablar con esos tonos tan elevados y esas miradas tan evidentes. A Ulises no le hacía falta ver el futuro para prevenir lo que pasaría a continuación. Uno de esos apuestos chicos se acercaría a la mesa a hablarles. Probablemente diría alguna cosa graciosa o dos, e intercambiaría números con alguna de ellas.
El labio de Ulises tenía un pedazo de pollo colgando cuando sonrió al ver que sus predicciones acertaron. Un chico rubio, blanco, apuesto y, aunque no llegaba a verlo, probablemente también con unos espectaculares ojos cristalinos como el agua, hizo el primer movimiento y se acercó a la mesa de las chicas.
Ni siquiera tenía que prestar atención para escucharlos, ya que su voz se escuchó por todo el patio.
—¡Hola Emma! —dijo el rubio.
Ulises pudo notar un pequeño asomo de sorpresa en el rostro de la tramposa. ¿Quizás ya se conocían?
—Ah. Hola… Otra vez.
—¿Te acuerdas de mi? —preguntó el rubio. Por supuesto. Eligió a la rubia. Menuda sorpresa, pensó Ulises.
—Si. El chico del dron y de la cafetería. ¡Como olvidarte!
—¿No te acuerdas mi nombre?
Emma negó con un atisbo de pena.
—Pfff… —Ulises casi escupe un pedazo de pollo al reír.
—Bueno. No me importa presentarme una y otra vez hasta que lo recuerdes. Soy Alain Torres. Damas, un placer —El rostro de Ulises sentía ese típico cosquilleo que te da en la frente al sentir una enorme vergüenza ajena—. Solo quería preguntarte si ya pensaste mi propuesta.
—¡Wow! ¡Wow! ¿De que propuesta estamos hablando aquí, señorita Clark? —preguntó Julia muy animada.
—Oh, por favor. No lo malinterpreten señoritas. Verán, les explico, este fin de semana estaré organizando una fiesta de disfraces en uno de mis establecimientos bailables. Club Zero. ¿Alguna escuchó hablar de él?
—¿Club Zero? —preguntó Brenda con una notoria sorpresa en sus alisados ojos—. ¡Si! Tiene más de diez mil reseñas positivas en Google.
—Gracias por el halago.
—¿Eres el dueño? —preguntó Julia.
—Casi. Hijo del dueño. Y sería un honor para mi y para mis hermanos que tales bellezas como ustedes pudieran asistir. Será increíble. Habrá eventos. Pizzas gratis hasta la media noche, premios al mejor disfraz, y muchas cosas mas. Es una experiencia, que en mi opinión, no deberían perderse.
—¡Emma no dijiste nada de esto! —la incriminó Vanesa.
—Porque… ¿se me olvido?
—¿Aún conservas la invitación que te di?
—Creo que se me cayó al cesto de basura cuando tiré el café de ayer.
—¡Dios! ¡Clark! —Julia se acercó a Alain—. Discúlpala. A veces suele hablar sin pensar. Estaríamos encantadas de asistir Alain.
—¡Me parece perfecto! Aunque deben prometerme ir disfrazadas, la experiencia será mucho mejor.
—¡Me apunto! —dijo Vanesa sonriente.
—¡Yo igual! —la secundó Brenda.
Todos esperaron el veredicto final de la tramposa.
—¿Porque me miran así? ¿Alguna todavía duda de que iremos?
—¡Eso es! —gritó Julia—. ¿Tienes más invitaciones?
—Por supuesto, my lady. Solo debo advertirles que el tema de la noche será sobre super heroes, si bien pueden llevar los disfraces que quieran, para participar en el concurso al mejor disfraz, deberán llevar uno que respete el tema seleccionado. Espero haber sido claro. Mi lengua es muy mala explicando cosas y me trabo mucho. Por suerte, solo es mala en eso.
«De verdad dijo eso…», pensó Ulises. Al parecer decir estupideces funciona, dado que todas, a excepción de la tramposa, rieron como focas ante ese… «chiste».
Hubiese sido fenomenal que el rubio ese se hubiese marchado sin más, con una despedida casual, como cualquier persona. Pero no, el no era cualquier persona. Ya que saludó a todas con una reverencia, y para rematar la actuación y ganarse el oscar al mejor tonto del año: besó la mano de Emma antes de irse.
Hasta Ulises sintió pena por la tramposa en ese momento. Poco después, la charla entre las chicas continuó, pero ahora el tema de conversación era esa fiesta a la que habían sido invitadas. Ulises permaneció perdido en sus pensamientos, intentando descubrir una manera de acercarse a Emma. El rubio, si bien resultó un completo imbécil a sus ojos, al menos había podido aproximarse y tener una charla. Una charla para morirse de la vergüenza, pero charla en fin.
Apretó los dientes. «Si tan solo pudiera tener algún motivo para acercarme…». Pero entonces, algo pasó. Su oído volvió a captar algo en la conversación. Estaban hablando de disfraces… ¡Claro! ¡Eso era! ¡Ahí estaba el motivo! La excusa perfecta. Su cuello se giró y su mirada apuntó hacia la mesa de las chicas. Solo tenía que levantarse y hablar. Solo eso…
Ulises tomó valor y no lo pensó demasiado. Se acercó a la mesa a pasos pausados, pensando muy bien lo que diría y cómo lo diría. Tenía que ser todo lo opuesto a ese tonto rubio… pero entonces, su pie derecho se clavó al césped y lo obligó a voltearse. ¡El rubio! Claro. Ese tonto había ido a hablar con ellas hace muy poco. ¿Y ahora él iba a hacer lo mismo e interrumpirlas? ¿No era eso muy obvio? ¿Y si pensaban que era un desesperado? Son mujeres, se supone que huelen el miedo… o algo así, según aquella propaganda que había visto hace poco. ¡Era una obviedad que iban a sospechar de sus intenciones! Tenía que irse… ¡Tenía que irse ahora! ¿Porque demonios seguía ahí parado sin hacer nada?
«¡Corre Úlises! ¡Por amor a la ciencia! ¡¡Corre!!».
—¿Hola?
Y ahí, su corazón se detuvo. No literalmente, de otro modo devendría en un ataque cardíaco, y Ulises sabía perfectamente los síntomas de un paro cardíaco. Y no era lo que tenía ahora mismo… pero lo sintió muy parecido. Tragó saliva. No supo porque lo hizo. Solo lo hizo, y se volteó.
—¿Eh?
Ulises nunca imaginó que ser apuntado por ocho ojos femeninos pudiese dar tanto miedo.
—¡Hey! Yo te conozco. ¡Ulises! ¿No? —preguntó Emma sonriéndole—. Estuvimos en la final de la competencia por la beca. Hiciste equipo con Leonard. ¿Me equivoco?
—Oh… —Eso fue realmente raro. Jamás imaginó que ella se acordaría de él—. Si. Si… claro. ¡Como olvidarlo!
—¡Hey! ¿Escuchaste nuestra conversación? —preguntó la rubia esbozando una sonrisa pícara—. Aunque no te culpo. Hablamos un poco… MUY fuerte.
—Culpa de Julia —dijo Brenda.
—¿Que?
—Totalmente, querida. —La secundó Vanesa.
—¡Eh! ¡No es justo que ustedes se alíen contra mi! Vanesa, pensé que yo te agradaba más.
—Brenda no me aturde los oídos.
Ambas se abrazaron solo para molestar a Julia, mientras tanto, Emma se levantó de su lugar y se acercó a Ulises.
—Perdónalas. Son un caso perdido. Vi que te acercaste, ¿querías decirnos algo?
—La verdad que si. Quizás parezca tonto que me acerque sin conocerlas, pero las escuche…
—¿Tonto? ¡Nah! Tonto es el que se nos acercó primero —susurró ella inclinando su cabeza para apuntar con su mirada a Alain—. Viene siguiéndome hace días. No sé que pretende… pero, en fin, tu no me pareces nada tonto. Ah, y perdón por interrumpirte.
—Ja… gracias. Si, tampoco pude evitar escucharlo a él. Bueno, no quiero quitarles mucho tiempo, porque también escuché que tienes una amiga de visita así que voy a ser rápido.
—Vaya. Si que estuviste escuchando… ¿no estarás espiándome, verdad?
—Bueno. La verdad que sí. Me descubriste.
Ambos rieron… aunque Ulises por poco se caga del miedo, no literalmente, claro. Ulises prometió con lo que había dicho y comenzó a explicar lo primero que se le había ocurrido allá sentado en su mesa: que tenía un micro emprendimiento muy reciente de indumentaria femenina y que podía conseguir los disfraces para la fiesta de las chicas, y para que la mentira tuviese mayor efecto y no pudiesen rechazar su oferta, les ofreció venderles las prendas a mitad de precio. Algo que se inventó sobre la marcha y que le dolería a su billetera más tarde.
—¡Me parece fantástico! Será un placer contribuir a tu empresa.
—Bueno, en realidad… ustedes serían mis primeras clientes. Por eso el precio será tan bajo.
—¡Genial! Sera tu primer gran paso, y esta fiesta te viene como anillo al dedo, seguro harás muchas ventas. Si quieres puedo correr la voz y ayudarte con la promoción. No sería ningún problema.
—Si, claro. ¡Gracias!
—¿Tienes página o algo?
—No…
—No te preocupes. ¿Te puedo dar mi número entonces? —preguntó Emma.
—Claro. Sería perfecto.
Emma sonrió y ambos se pasaron el número del uno al otro. Solo fue cuando las chicas decidieron marcharse que Ulises se despidió y tomó asiento. De repente, una extraña sensación recorrió su interior en esos segundos que permaneció a solas. Su mente llegó a pensar que quizás Emma no era tan mala persona como Ada lo pintaba. Pero no podía sacar conclusiones apresuradas. No todavía. Tenía una buena noticia para Ada y tenía que comunicárselo cuanto antes, pero cuando metió la mano en su bolsillo, alguien más tomo asiento junto a él. Su rostro se congeló. Este desenlace, sí que no se lo esperaba…
—Hola —dijo Alain reposando sus brazos en la mesa—. ¿Porque esa cara? ¿Te sorprende verme? Tranquilo. Tú también me sorprendiste hace un rato —sonrió de costado—. Hablo de tu movida. Fue fantástica. Utilizar la excusa de MI fiesta para conseguir el número de Emma. Muy auténtico, Ulises Rojas.
Un alerta resonó en su interior. Todavía se encontraba sorprendido por el simple hecho que ese sujeto se hubiese aproximado a él de manera tan repentina, pero fue cuando escuchó su nombre que sintió que algo no estaba bien.
—¿Cómo sabías mi nombre?
—Lo investigué, obviamente. Pero no te detengas en ese detalle tan tonto. Cualquiera podría hacer algo así. Me acerqué a hablarte solo por curiosidad.
—¿De que hablas? ¿Que quieres?
—Bueno. Es claro que nos atrae la misma persona. —Comenzó a decir Alain mientras hacía resonar los huesos de los dedos con una mano, quizás a propósito, puesto que dejaba en evidencia un anillo dorado brillante muy particular ubicado en su dedo anular, cuya inicial databa la sigla: «L»—. Lo que me pregunto ahora es… ¿Tu de verdad piensas que ella te podría hacer caso a ti? ¿De verdad?
Como una daga, Ulises sintió un fuerte pinchazo en la zona de la boca del estómago. Él no buscaba absolutamente nada con ella, pero esas palabras fueron muy duras de escuchar, en especial con el tonito engreído con el que Alain lo había dicho.
—No me gusta ella, si es lo que te preocupa —se defendió Ulises.
—Ajá. Como digas, escuch…
—Mirá, no tengo porque escucharte. No sé que es lo que buscas presentándote así ante mi, pero no me interesa…
De repente, un golpe brutal a la mesa sepultó las palabras de Ulises.
—No vuelvas a interrumpirme cuando hablo —subrayó Alain con gravedad—. Si te digo que me escuches, permaneces ahí, con tu culo pegado al asiento y me prestas toda la atención que yo te requiera. ¿Fui claro?
Ulises tuvo la intención de responder, pero algo en su interior lo frenó, sintió un escalofrío extraño al levantar la mirada… ojos acechantes, incordíando, amenazando. El grupo de cinco personas ahora se había duplicado. ¿Quien sabe en qué momento? Cada mirada se posicionaba en Ulises. Cada rostro, inexpresivo, le demostraba que Alain no estaba jugando. Y no solo eran ellos, echó un vistazo a su alrededor, miradas… por detrás, más miradas…
Todos los alumnos allí presentes, los que se sentaban en las mesas, los que reposaban bajo la sombra de los árboles, algunos otros que bloqueaban los accesos a los edificios universitarios; todos y cada uno de ellos, dirigían sus miradas hacia Ulises.
—Mira, te voy a dejar las cosas muy en claro. No veo ninguna rivalidad en ti, la verdad, me parece que tienes las bolas de un rinoceronte por animarte a hacer lo que hiciste. Aplaudo y felicito tu valentía. Pero hasta aquí llegaste. Quiero que ella me preste atención a mi… solo a mi. Al menos hasta que me aburra, ¿sabes? Así que mantente al margen si sabes lo que te conviene —dijo mostrando los dientes en una enorme sonrisa confianzuda—. Porque dónde yo pongo el ojo, mi querido y rechoncho amigo… pongo la verga.
El joven sonrió una última vez antes de dejar a Ulises, y como si hubiese dado una orden implícita a su grupo, todos se separaron hacia distintas direcciones, volviendo a sus rutinas diarias.
Él no se movió de su asiento. ¿Que demonios acababa de pasar? ¿Eso había sido una amenaza directa? No lo entendía, pero su cuerpo había comenzado a temblar en algún momento en esa breve conversación. Ulises tomó su celular, cuidándose las espaldas y asegurándose de que nadie más estuviese cerca de él.
—¿Hola?
—Ada. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Estoy un poco ocupada ahora, pero si, ¿que pasa?
—Por casualidad —comenzó a hablar más bajo—. ¿Conoces a un tal Alain? Eh… Torres.
—No me suena. ¿Porque? ¿Debería?
—¿Podrías averiguar quien es? ¿Por mi?
—¿Eh? Bueno. Sí, supongo que podría. ¿Pero porque? ¿Que pasó?
—No lo sé —Ulises comenzó a traspirar demasiado en alguna zona de su cabeza—. Es raro. Pero de repente… sentí como si mi vida corriera peligro.


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