Capítulo VIII – Una maldita vida normal
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
- 15 Min. de lectura
«Julia: ¡Es una hija de puta! ¡Cuando la vea la mato!»
«Brenda: ¡Debes denunciarla! ¿Quien se cree que es para ponerte la mano encima?».
«Emma: Escribiendo…».
«Emma: En realidad, yo me lo busqué al provocarla. Da igual, no quiero ni pensar en eso…».
«Julia: ¡No la defiendas! ¡Deberían haberla expulsado! Podríamos quejarnos con los profesores para echarla. Hacer una colecta de firmas o algo. Esto no se puede quedar así».
«Emma: No. Prefiero no volver a agitar el avispero. Voy a dejar las cosas así como están y esperar no volver a cruzar una palabra con ella en mi vida».
«Brenda: Querida, se ven las caras todos los días en la misma aula».
«Emma: ¿Crees que no lo sé? Lo peor es que ahora debo asistir a terapia conductual todas las semanas. ¿Y adivinen? ¡Ella también estará ahí! Definitivamente la suerte no está de mi lado».
«Brenda: ¿Por qué no te cambias de comisión?».
«Emma: Anderson es quien firma los cambios. Y dudo mucho que tenga ganas de verme. Él quería una expulsión inmediata. Creo que de no ser porque el director estaba pasando un muy mal momento con todo este asunto de Errol y Dani, nos hubiera expulsado sin pensarlo dos veces. Aunque ahora que lo pienso bien, puede que su hija lo haya influenciado un poco, tal vez».
«Julia: Bien. Podría haber sido mucho peor. Aún así, repito, y que quede constancia. Si la veo la mato…».
«Emma: Julia. Por favor. Basta de hablar de muerte…».
«Julia: …».
«Julia: No puedo creer que él ya no está».
Emma abandonó la conversación, sin ánimos para volver a contestar y suspendió su celular. Observó su reflejo a través del negro de la pantalla. Su rostro era un desastre. Sus ojos, a pesar del maquillaje que se había colocado en el baño, no podían ocultar aquella hinchazón de haber llorado tanto. Tenía un dolor punzante sobre la ceja derecha, en donde una pequeña herida se escondía bajo una venda. Tomó una de las aspirinas que la enfermera le había recetado y suspiró. Su cuerpo todavía se encontraba a merced de un temblor interno, sin poder hacer nada para apaciguarlo.
Se encontraba sentada en la banca del sector más amplio del campus, ubicado en una plaza que se asentaba en frente de los predios de la universidad. Recordó el momento en dónde pisó por primera vez estos suelos repleto de verde, cuando el bus universitario trajo al grupo de ingresantes por primera vez, justo después del viaje en crucero más largo y horripilante de su vida.
Respiró el aire puro del ambiente caribeño cuando una brisa sacudió su semblante, haciendo volar su cabello. El lugar era hermoso y daba la impresión que los problemas, desde aquí, eran completamente insignificantes.
Emma pensó lo relajante que podía ser estar un lugar así, dónde los árboles sacuden sus hojas ante la brisa más ligera, dónde los pájaros canturrean a toda hora, y dónde pareciera que el sol, espléndido y radiante, rejuvenecía la piel con sus caricias. Ahora mismo, y con todo lo que había pasado, sentirse en paz era lo único que necesitaba.
Sus tripas rugieron, comunicándole que era hora de degustar su almuerzo. Destapó su túper y comenzó a devorar poco a poco su sándwich de pollo y mayonesa. Mientras masticaba, intentaba disfrutar del paisaje a su alrededor; observar el comportamiento de las personas a veces la entretenía.
Un grupo en la mesa de junto se divertía jugando a las cartas; otro grupo, más alejado, descansaba bajo las sombras de los árboles mientras leían libros; otros jugaban a darse pases con una pelota de fútbol; también, unos cuantos más así como Emma, solo se juntaban en las distintas mesas distribuidas por el parque para almorzar y charlar algo; también había grupos más pequeños, de dos o tres personas, que parecían pasearse por el campus a recolectar Pokémons en sus celulares; habían dos chicas practicando remontar un barrilete, y en contraste tecnológico, un grupo de personas se entretenían practicando carreras de drones. Algo que cautivó mucho su atención. Parecía muy divertido.
Para cuando Emma quiso darse cuenta, ya habían pasado varios minutos en total silencio, su sándwich ya era cosa del pasado y solo vivía en los últimos rezagos de sabor que se habían quedados pegados a su paladar.
Volvió la mirada a su celular. Brenda y Julia todavía conversaban de las desgracias que podía ofrecer la vida. Ella no tenía ganas de hablar de eso. No ahora. No volvió a responder. En cambio, decidió leer los textos que tenía pendiente para la semana. El tiempo siguió su curso, y mientras leía en automático, su mente optaba por divagar sin prestar ni la más mínima atención a los contenidos. Pensaba en Daniel. Su muerte tan trágica. En ella misma, y su intento fallido por salvarle la vida. Pensaba en Ada. Ella estaba metida en este embrollo de alguna manera. Por momentos pensaba si ella podía ser capaz de hacer algo tan extremo como asesinar para salir beneficiada. Y las palabras del director. Esos antecedentes que mencionó. ¿De qué se trataría? ¿Que demonios estaba escondiendo esa mujer?
Apartó las hojas. Ya ni siquiera estaba leyendo. Era estúpido simular. Una vez más, una fuerte jaqueca se hizo presente en su cabeza. Necesitaba despejarse de alguna manera. Tomar una ducha. Comer algo delicioso y nada, nada dietético. O… ¿tomar alcohol? Si. Definitivamente tenía ganas de tomar alcohol, y en enormes cantidades.
Un grito grave, lejano pero perfectamente audible alarmó a la rubia. Su mirada se disparó hacia atrás. Un dron iba en caída directa hacia un grupo de personas en una mesa a unos pocos metros de distancia. Su cuerpo sintió el empujón de adrenalina. La caída parecía inminente, y muy veloz. Ella estaba fuera de peligro, por lo que decidió quedarse estática. Por otro lado, los alumnos de aquella mesa se dispersaron como cucarachas, cada uno hacia una dirección distinta. El dron cayó pocos segundos después. Un estallido metálico resonó con fuerza; las hélices hicieron volar las cartas de la mesa hacia el cielo y derribaron los vasos y útiles que allí habían. El dron rebotó y se dirigió al suelo, giró desparramando sus propias piezas por doquier hasta finalizar su recorrido. Por fortuna, nadie salió herido.
Emma tenía sus pulsaciones a mil. Su cuerpo temblaba de manera incesante, aunque la trayectoria del dron no supuso ninguna amenaza para ella, su terror se sentía a flor de piel. Respiró. El dueño del dron llegó poco después al lugar, se disculpó con todos los presentes de uno en uno y buscó su maquina. Emma siguió la escena con su mirada de manera expectante.
El hombre que manejaba el dron buscó una mesa libre, una junto a la rubia, y se abocó a una ardua tarea de reparación a regañadientes. Emma volvió a sus asuntos cuando su cuerpo se normalizó. Observó su reloj. Todavía faltaban dos horas para su primer encuentro laboral. Había tiempo de sobra, pero nada que hacer para que la espera fuese más rápida. Volvió a internarse entre los apuntes. Intentando que su mente se despejara, pero al poco tiempo, de nuevo, algo más la alertó.
—¡Mierda! —dijo el hombre.
Emma levantó su mirada una vez, pero intentó ignorarlo y volver a la lectura.
—¡Que porquería!
Suspiró. Intentó mantener la calma, aunque su talón, agitándose con rapidez de arriba a abajo, demostraba todo lo contrario.
—Imposible. No hay nada que hacer. Está todo roto. Si no le hubiese dado a esos cables de luz…
—Disculpa.
La cabeza del joven se giró con sorpresa hacia Emma.
—¿Podrías bajar la voz? Gracias.
—Claro —dijo él—. Perdón. Es que, solo estoy un poco frustrado. Estaba a punto de ganar. Una lástima.
Emma no se molestó en contestar y volvió a lo suyo. O al menos eso fue lo que intentó, ya que aquel individuo tan molesto volvió a irrumpir su lectura, solo que en esta ocasión, ya no hablaba solo, sino con ella.
—Esto está muy destrozado. Me va a tomar un tiempo arreglarlo. Hoy no traje mis herramientas. Mañana podría echarle un vistazo. ¿Tienes una hebilla de pelo? Necesito quitar una tapa y me serviría algo que sea muy pequeño.
—No. —Sus ojos demostraron una mirada de «déjame en paz», que aquel joven captó a la perfección—. No tengo una hebilla.
—Está bien. Siento molestarte. Me iré enseguida.
Emma volvió a la paz de su lectura. El tiempo pasó. Logró terminar de leer todo lo que tenía pendiente del día antes de marchar a su trabajo en ciudad universitaria. Comenzó a guardar sus cosas para marcharse, pero mientras lo hacía, su mirada volvió hacia el muchacho del dron. Todavía se encontraba allí, revolviendo piezas, cortando cables y toqueteando los mecanismos. Una de las helices del dron dio un giro perezoso en uno de los intentos de ponerlo en marcha, pero luego de echar un chispazo y de que una leve capa de humo se colara desde sus mecanismos, la hélice se detuvo en seco.
Una parte de ella sintió pena. Quizás en otro momento de su vida se hubiese acercado a él y le hubiese ofrecido ayuda. O al menos le hubiese prestado la hebilla que tenía guardada en su mochila… pero no hoy. Su humor no era el más adecuado en estas instancias, luego de todo lo que sucedió con Ada. Se colocó de pie, ignorando la mirada que aquel joven le había devuelto, y se marchó sin más.
*****
Emma tocó la puerta por segunda vez. La primera había sonado muy suave, y nadie había contestado desde el otro lado. Esperó unos segundos con impaciencia y resolvió chequear si la dirección era la correcta. Y lo era. Volvió a tocar con más fuerza, y casi al mismo tiempo, una voz femenina se escuchó del otro lado.
—¡Ya voy! ¡Ya voy!
La puerta se abrió los pocos centímetros que alcanzó a dar la cadena que la trababa. Del otro lado, atendió una muchacha joven que se asomó con cautela. Un hedor a un perfume dulce y champú la embriagó al primer instante. Se trataba de Macarena Baute: la chica que había contratado los servicios de escritura de Emma.
Tenía casi la misma estatura que Emma, llevaba el cabello negro, recogido en una cola de caballo; un conjunto de short de jean muy a la moda y una camiseta amarilla. Era delgada y su rostro era tan pulcro como bello. Emma sintió un pinchazo de angustia al verle los ojos. Tenía una cicatriz en la parte superior del rostro, una quemadura, al parecer, que contrastaba con lo blanquecino de su piel al mostrar una franja rojiza que recorría sus ojos de manera horizontal.
No llevaba lentes oscuros, por lo que sus ojos, teñidos de blanco, se dirigieron hacia una zona al azar.
—¡Hola! —saludó Macarena con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Eres Emma o un secuestrador?
—¡Hola! Si, soy Emma —respondió—. El secuestrador llegará tarde hoy. Lo siento.
—¡Maldición! Ellos siempre tan vagos —respondió Macarena sonriente mientras abría la puerta para la rubia—. Adelante, por favor.
—Muchas gracias. Permiso.
Emma ingresó. Macarena cerró la puerta, trabó de nuevo con la cadena y se giró.
—Ahora estás atrapada.
Ambas compartieron unas risas. Emma se dejó contagiar por el humor de Macarena desde el segundo uno.
—¿Te costó llegar? —preguntó Maca, avanzando hacia la sala.
—La verdad fue sencillo llegar…¡Espera!
Emma percibió que se dirigía hacia una mesa ratona en medio del living, pero justo antes de chocar, Maca alzó su pie y lo sorteó por arriba, para finalizar arrojándose a su sillón. Alzó sus pies y los colocó sobre la mesa.
—No puedo verte la cara, pero siempre amo el silencio que hace la gente cuando me ven hacer esto por primera vez —sonrió—. Ponte cómoda.
—¡Dios! Casi… pensé que —Emma sacudió su cabeza—. Eso fue increíble.
—Y eso no es nada. Cuando me veas cocinar se te saldrán volando los zapatos de la emoción.
Emma se sentó a su lado.
—Amaría por ver eso.
—Yo amaría por ver…
—Ah… yo…
Maca comenzó a tentarse.
—¡Es broma! ¡Por favor! Nunca me tomes en serio. Bromeo TODO el tiempo.
—¡Ay! —Emma no pudo contener sonreír—. Lo tendré en cuenta.
—Bueno. Emma. Me gustaría agradecerte por aceptar este trabajo. Supongo que pensarás: «Uy, esta chica paga para que alguien escriba por ella. Seguro es una malcriada que no tiene nada mejor que hacer que despilfarrar dinero». Y no estarías tan equivocada.
—Claro que no. Jamás pensaría algo así. Me encanta que quieras seguir tus sueños.
—Ah, me alegra oír eso. ¿Puedes ir a decírselo a mi padre? ¡Macarena! —imitó una voz gruesa y exagerada—. ¿Como vas a perder el tiempo con eso de escribir cuentos? ¡Debes conseguir un trabajo de verdad! ¡Si desperdicias tu tiempo morirás de hambre!
Emma no pudo aguantarse la risa.
—Bueno, mi querida nueva compañera de trabajo. Me gustaría conocerte mejor. ¿Me permites toquetearte un poco? —dijo Maca, alzando sus manos en garra—. La cara. No pienses mal de mi, eh.
—Claro —dijo Emma, a estas alturas, todo lo que salía de la boca de Macarena la hacía sonreir—. Toquetea todo a tu gusto.
—No me tientes. No habrá vuelta atrás si me das ese privilegio.
Macarena colocó sus manos sobre el rostro de Emma con cuidado. Recorrió con sus dedos poco a poco cada centímetro de piel desde arriba hacia abajo, y luego volvió a subir.
—¡Auch!
—¡Perdón! No sabía que estabas herida. Tienes que avisarme esas cosas antes. ¿Que te pasó? Parece profundo.
—No. Nada —dijo Emma retornando sus recuerdos a lo sucedido por la mañana—. Tuve una pelea hoy.
—¿Debería asustarme?
—¡No! Por Dios. No. Jamás había peleado en mi vida. No quiero que tengas esa imagen de mi. Solo digamos que hoy no fue el mejor de mis días.
—No te preocupes. Estoy acostumbrada a no juzgar las primeras apariencias —bromeó Maca—. Eres muy bonita. Me gustan tus pecas. Tienen estilo. ¿Eres rubia?
—Si. ¿Cómo lo sabías?
—Tengo poderes. ¡Ja! Nah. El rector Anderson me lo dijo por teléfono cuando te contraté. Aunque para ser sincera, podrías ser morocha y yo jamás me enteraría. En fin, recalco que eres muy bella. Tus mejillas son muy suaves.
—Tu también eres muy bonita. Hermosa, en realidad.
—No me coquetees. Esta cicatriz es horrible. No tienes que fingir solo por mi.
—Nunca mentiría. Es la verdad.
—Bueno, gracias. Eres un amor. Creo que nos llevaremos muy bien.
—Pienso lo mismo. Fuiste la única persona en todo el día que logró hacerme sonreír. Gracias por eso.
—Pues no será por mucho cuando te ponga a trabajar sin descanso durante las siguientes horas.
Ambas rieron.
—Por mi, encantada. Entonces, escritora. ¿De que trata tu historia?
—No te reirás, ¿verdad?
—¡Claro que no!
—Bueno. La historia que escribiremos se sitúa en un mundo fantástico, en donde su increíble protagonista, que no soy yo, obviamente, es una joven y atractiva elfa que perdió su visión en un trágico incendio, y deberá encontrar la forma de salvar al mundo con sus sentidos súper desarrollados.
—Suena a una historia muy original.
—Espero que así lo sea. Tengo un sistema de magia muy interesante que todavía no te voy a contar para no hacerte spoiler. Lo descubrirás mientras lo escribas.
—Me parece justo. Ya tengo ganas de empezar.
—¡Yo también! ¿Nos ponemos manos a la obra?
—¡Si! ¡Tu mandas!
—Me gusta tu actitud.
*****
Sus heterocromáticos ojos se impregnan de felicidad al verlo acercándose. Leonard tomó asiento junto a Emma en un bello parque ubicado en una de las plazas más amplias de ciudad universitaria. Emma había terminado su jornada laboral a tiempo para que la luz del sol refractara sus últimos rayos de luz rojiza sobre sus hombros. El saludo fue amistoso, ameno, cálido como un abrazo. Ella necesitaba algo así ahora mismo. Alguien que pudiese brindarle algo de contención luego de un día tan difícil y largo. La conversación fue abierta por el muchacho, su melena impecable y rebelde ahora se encontraba atada en una cola de caballo, y sus miradas, a pesar de no haberse despegado el uno de la otra desde que él había llegado, no tenía intención de apartarse en un muy largo rato. Pasaron un momento agradable en la plaza hasta que la noche los cobijó para brindarles una pincelada de estrellas al paisaje del cielo que les fue imposible ignorar. Caminaron un buen rato entre las calles de la ciudad y decidieron que sería buena idea festejar el nuevo trabajo de Emma en una hamburguesería.
Emma sintió un sacudón de sensaciones al inhalar el exquisito hedor a papas fritas mientras ingresaba al local. Ambos tomaron asientos uno frente al otro. Leonard no pudo evitar indagar sobre ese tajo abierto que presentaba la ceja derecha de Emma, mucho menos cuando la herida comenzó a supurar sangre de manera repentina.
—Carajo… Lo siento, elegiste el peor día para salir conmigo. Estoy espantosa. Creía que si me quitaba la venda estaría bien. Veo que no.
—No te preocupes. ¿Como te encuentras? ¿Te duele? —inquirió el muchacho inclinándose hacia adelante, para sujetar la mano de Emma y que siguiese el camino correcto para limpiar su herida.
—Si, pero estoy bien. —Sonrió, al menos con Leonard podía sonreír de manera genuina—. Gracias, Leony.
El joven tomó asiento de nuevo sin apartar su afligida mirada de la rubia.
—Cuando Mikael me contó lo que sucedió con ustedes no podía creerlo. ¿Que fue lo que pasó?
—Peleamos. Nada más. Nada menos —suspiró ella tomando desviando su atención hacia el menú que había sobre la mesa—. Siendo honesta. Quiero olvidarme de esto. Por eso quise invitarte hoy a pesar de que estoy hecha un trapo de piso viejo y arruinado.
—Está bien. Lo entiendo.
Ambos pactaron un silencio implícito mientras seleccionaban sus hamburguesas, inclinando sus elecciones por el tamaño, la cantidad de grasa, y por supuesto, la que más añadido de queso cheddar presentaba. Obviamente las papas fritas eran una obligación.
—Me alegro que te haya gustado tu nuevo trabajo. Esa Macarena suena como una persona genial.
—¡Uff! Totalmente. Es, creo yo, el mejor trabajo del mundo. Hago lo que amo hacer y ayudo a alguien a cumplir su sueño de ser escritora. Y así como dices, Macarena es una persona increíble. Ojalá nunca la conozcas, me olvidarías muy fácil —bromeó ella.
—Dudo que eso suceda. Por cierto. Me gustaría hacerte una pregunta, si no te molesta.
—De ti, no me molesta nada.
—Sé que estos días han sido muy, ¿como decirlo? Intensos. Pero hay algo que no puedo sacarme de la cabeza desde el viaje al faro.
Emma arrugó el entrecejo.
—¿Que cosa?
—Sobre la llamada que me hiciste. ¿Te acuerdas?
—Ah… eso.
—Si. Antes del accidente.
«No fue un accidente, Leonard». Pensó, pero por alguna razón resolvió guardarse ese detalle para ella misma. Al parecer todo lo sucedido con Ada la había vuelto más meticulosa al hablar sobre temas delicados.
—¿Que pasa con eso? —preguntó Emma.
—Eso es lo que yo me pregunto. No hace falta que te diga que fue obvio que tu ya sabías sobre lo que Daniel pensaba hacer en el puente. ¿Me equivoco?
Los ojos de Emma descendieron buscando una escapatoria hacia aquella pregunta. Por suerte, tuvo la oportunidad de evitar la respuesta inmediata cuando el mesero trajo a la mesa sus pedidos. Aunque escasos, esos segundos fueron suficientes para pensarse en una respuesta.
—No te equivocas. Yo… sí sabía lo que iba a pasar.
—¿Cómo? —preguntó el joven interesado.
Ninguno de los dos había siquiera puesto los ojos en sus platos.
«Mentira…verdad… ¿que debería hacer?».
—No puedo decírtelo. Lo lamento.
El rostro de Leonard se arrugó, se inclinó hacia un lado y luego sonrió incrédulo.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿No confías en mi?
—No eres tu. De todas formas… no vas a creerme.
—Inténtalo.
Su ojo turquesa centelló durante un breve instante. El futuro ya le había mostrado lo que sucedería si le confesaba a Leonard todo lo que sabía. Desde su misterioso don, hasta todo lo que había sucedido con Daniel. Y no le deparaba nada bueno. No al menos con Leony. No se lo tomaría bien. Y no podía culparlo por ello. Algunas personas no están preparadas para la verdad. Mucho menos alguien con una cultura filosófica sobre el destino tan arraigada. Su creencia sobre que el destino no es más que una serie de acciones de causa y efecto que cada persona controla a su antojo jamás podría aceptar que todo, lo quisiera o no, ya se encontraba predestinado en una línea que solo Emma podía presenciar.
Probó bocado en silencio y con una amarga sensación en su interior. Ya no aguantaba el hecho de tener que cargar ella sola con un secreto tan importante. Quería decírselo a alguien. Sus deseos de compartir esto eran tan intensos en estos momentos tan complicados que incluso, sabiendo la reacción que tomaría Leonard, incluso así, dudó en confesárselo hasta el último segundo. Quería que alguien pudiese darle una mano. Sus ojos se conectaron al del muchacho con penuria. Lastimosamente no podía encontrar esa ayuda en él.
—¿Quieres saberlo? Bien. Alguien me lo dijo —mintió. Odiaba volver a mentir—. Un anónimo.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Alguien te dijo lo que Daniel pensaba hacer?
—Si. No sé quien fue, pero no podía quedarme con la duda luego de haberme enterado que tenía una bomba en su mochila. Quise actuar, ayudar de alguna manera… intenté de todo, mierda, incluso robé una maldita bicicleta y no fui capaz de hacer nada por Daniel.
—¿Y de qué manera se contactó ese «anónimo» contigo? ¿Y porque contigo en particular? ¿Porque no con alguien más? ¿Con un profesor? ¿Con las autoridades?
—Estoy cansada, Leonard —espetó ella—. No quiero tocar este tema. Hoy fue un día muy largo. Quiero tener una simple charla, comer algo, reírme, despejarme. No quiero responder preguntas. Ya tuve demasiado con el interrogatorio de la policía, luego la muerte de Daniel, y la pelea con Ada que casi arruina mi futuro en la universidad. ¡Solo quiero tener una maldita vida normal! ¿Es mucho pedir? ¡Un solo día normal!
El silencio fue la respuesta inmediata del joven.
—No confías en mi. ¿Es eso?
Emma suspiró.
—Quiero ayudarte, pero no me estas haciendo las cosas fáciles. Solo quería saber que fue lo que sucedió. ¿Y por que tu estas involucrada en todo esto?
—¿En qué? ¿Leonard? —Emma comenzó a perder los estribos que sujetaban a duras penas lo poco de autocontról que conservaba—. ¿En qué crees que estoy involucrada?
—No lo sé. Pero desde que llegamos a esta isla tu actitud cambió muchísimo de la chica que conocí en ese crucero. Aquella que tomó el control de la situación por su cuenta. Esa chica decidida y valiente que conocí parece haber desaparecido… y en cambio, ahora solo veo a alguien que quiere ignorar todo lo que le rodea e intentar ocultar quien sabe qué cosas. Porque desde que llegamos aquí, nunca te has dignado a contestarme una sola pregunta. Como cuando te pregunté el motivo de tu pelea con Ada. Me evadiste. Lo que sucede con Daniel y ese tal «anónimo» ahora también lo evades. Y no es la única pregunta que ronda por mi cabeza. No soy idiota. Sé que tu fuiste quien grabó el video de Errol y sé que él estuvo en la zona de popa, en el mismo momento que tú. Nada en ti me cuadra. Actúas a la defensiva. Me dices que estás cansada, pero yo también tengo un límite. Todo este tiempo quise ignorar mis pensamientos, pero cada vez que intento descifrarte… simplemente no puedo. No sé quien eres.
Emma lanzó su hamburguesa en su plato y conectó su mirada con la de Leonard. Intentó hablar, pero incluso mover sus labios resultó una tarea imposible en ese momento. No había nada de lo que él le había dicho que no fuese verdad. Pero, a su vez, tampoco había nada que ella pudiera decir en estos momentos para que Leonard cambiara su opinión respecto a ella.
—¿No vas a decir nada? —lanzó él torciendo el labio—. ¿Te vas a quedar ahí callada?
—No puedo decirte nada —musitó con una voz muy baja—. No a ti.
—Bien. En ese caso. Creo que no tengo nada que hacer aquí. —Leonard se incorporó con una mirada apagada—. Si tu no confías en mi, yo no puedo seguir con… lo que sea que es esto.
Emma volvió a optar por el silencio. No pudo hacer más que aceptar esos términos y asintió. Leonard resopló con un atisbo de rabia y se marchó. La dirección de la mirada de Emma permaneció en un mismo punto durante un largo rato. Sus pensamientos parecían haberse apagado. Dejó simplemente que ese momento agrio y gélido la envolviera. Al parecer, el destino lo había hecho de nuevo. Así en su visión, como en la realidad… terminó su cena ella sola.
Comments