Capítulo VII – Expulsión
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
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Ella no estaba acostumbrada a viajar en automóvil. Su medio de transporte por excelencia durante gran parte de su vida había sido el confiable autobús público. Y a pesar de tener miles de desventajas o motivos por los cuales quejarse, ya sea porque nunca llegan a tiempo, los choferes se pasan las paradas, el camino es siempre el mismo, y los embotellamientos son insufribles, todo eso podía apaciguarse con unos auriculares y una canción estridente que la desterrera del mundo para llevársela a los cielos imaginarios.
El semáforo rojo los obligó a frenar. El ambiente se palpaba en una mezcla de incomodidad y ansiedad. Lo primero, porque ninguno de los viajantes, ella y Ulises, mediaba palabra alguna desde que ella había subido, y el segundo se trataba ya de un problema personal: odiaba quedarse callada. Pero no podía encontrar en su mente algo que decir respecto a «ese tema» en particular. Porque no solo era notorio, sino que también resultaba una obviedad que Ulises tenía eso en mente ahora mismo: la muerte de Daniel Parker.
El cronómetro del semáforo descendía, con poco más de cincuenta segundos para su cambio de color, pero jamás sintió esos segundos tan exageradamente extensos como ahora.
Tamborileó los dedos en el borde de la ventanilla, observando los trazos de su tatuaje en su brazo con detenimiento. Hasta que el infierno silencioso fue rebanado por una sola palabra de su compañero de viaje:
—Ada…
—No, Ulises. No quiero hablar.
—¿Porque?
—Porque prefiero que lo veas con tus propios ojos. Las palabras no son suficientes. Sigue conduciendo hasta que lleguemos, por favor. Te explicaré todo allá.
—Como digas.
*****
El vehículo descansaba bajo la sobra de un árbol en una zona empedrada, mientras Ulises y Ada se acercaban al lago al que ella había visitado el primer día de clases. Un lugar escondido de las fauces de la civilzación y embutido en medio de la más pura representación de la naturaleza. Una zona verde amplia de pastos altos, y pocos arboles en los alrededores, pero suficientes para permanecer fuera de la vista de quienes cruzaban por la ruta principal. Ada sabía que tenía la mira de Ulises puesta en ella luego del terrible altercado de Daniel y su muerte tan súbita, como misteriosa. Por lo que vio que sería buena idea despejar todas sus dudas, y una simple plática no era suficiente, ella era una persona de hechos, y era eso exactamente, lo que iba a darle.
Se acercó hasta el joven y le dio un manojo pequeño de papeles.
—¿Y esto?
—Es la recibo de las compras que hice el día del viaje. Como podrás ver, allí dice exactamente la proporción de lo que compré, y la fecha y hora de cuando hice la compra —dijo Ada mientras depositaba una mochila que había traído consigo con cuidado—. Y dentro de esta mochila, todo lo que tengo aquí, es lo mismo que Daniel llevaba en su mochila ese día.
—Espera, ¿que? ¿Volviste a comprar estas cosas? ¿Para que?
—Porque de otro modo no me creerías —continuó ella, asegurándose que Ulises echara un vistazo a todo lo que había dentro de la mochila—. Para que lo hagas. Voy a recrear la bomba y hacerla estallar frente a tus ojos.
—¿Que? ¡Espera! ¿Por eso me trajiste aquí?
—Descuida, no corremos peligro hasta que lo arme todo. Llevará un tiempo pero quiero, mientras tanto, que busques el video que circula en Internet sobre la explosión. No recuerdo que alumno lo grabó, pero debe ser sencillo de encontrar.
—Pero Ada… no tienes porque…
—¡Si tengo! ¡Por favor! Hazlo y ya. Cuando lo veas, y solo cuando lo veas… hablaremos.
Ulises suspiró pero terminó aceptando la propuesta. Mientras él buscaba el video en Internet sobre el espantoso estallido que se cobró la vida de Daniel Parker, Ada se dispuso a terminar de construir la bomba. Una vez finalizó, depositó la mochila a orillas del lago y se alejó con Ulises.
Del interior de la mochila nacía un cableado que Ada comenzó a desenrollar mientras se alejaba, colocándose a una posición segura a unos cuantos metros de distancia. Conectó los cables a un dispositivo remoto y se lo cedió a Ulises.
—¿Tienes el video? ¿Lo has visto? —preguntó ella.
—Si… Es horrible.
—Lo sé, ¿has prestado atención a la explosión?
—Si.
—Ahora observa esta, por favor. ¿Quieres hacer los honores?
Ulises rechazó la oferta y permitió a Ada proceder. La ojiazul asintió y luego de esperar unos instantes, presionó el botón.
La mochila se elevó por los aires al segundo siguiente, estallando en un compuesto de humo blanco y con un sonido estridente, pero amortiguado. La explosión había sido pequeña, pero suficiente para destruir la mochila y abrirla en dos partes.
Ulises avanzó un paso luego de la explosión. Había algo que no cuadraba. Sus conocimientos científicos eran diversos, pero jamás había visto una explosión de primera mano, pero algo en ese estallido se quedó resonando como una pregunta en su cabeza.
—No tiene sentido —dijo él.
—¿Lo notaste, verdad? —dijo Ada, acercándose al joven.
—La explosión del video es mucho más potente. ¿Es eso lo que querías mostrarme?
—No solo es mas grande. ¿Has visto alguna llama en esta explosión?
—No. Solo humo.
—Exacto. En el video se ve claramente una explosión mucha más intensa, el sonido es mucho más fuerte.
—Y también tiene llamas… ¿porque?
—Eso es lo que me pregunto yo. ¿Porque? Si se supone que Daniel tenía exactamente lo mismo que yo acabo de preparar en esta bomba. ¿Porque su explosión fue tan grande?
—¿No te habrás equivocado?
—No, Ulises. Me preparé para todo. Si la explosión era detonada, no debería resultar mortífera para nadie, ni siquiera estando a un lado —dijo ella—. Y tu me viste preparar la bomba aquí. Para encenderla se necesita preparar la pólvora, conectarlo a un mecanismo detonante y mucha preparación. Daniel tenía todos los ingredientes por separado, era prácticamente imposible que explotara.
—¿Y entonces…? ¿Que pasó?
—No tengo idea.
—Tiene que haber una explicación. Si esa explosión no fue ocasionada por tu bomba, ¿entonces porque…?
—¿Te das cuenta que está pasando algo muy raro aquí? ¿Te das cuenta que si yo no fui…?
Ambos se inspeccionaron con sus miradas.
—Entonces —comenzó a decir Ulises—. ¿Alguien más adulteró la mochila de Daniel? ¿Alguien más lo quería muerto?
—Es lo único que se me ocurre.
—¿Y quien podría hacer algo así? ¿Tienes a alguien en mente?
—Te parecerá una locura lo que voy a decirte —comentó ella frotándose la cabeza—. Pero escuché a Leonard hablar con Daniel antes de que se bajara del autobús.
—Ajá.
—Él tenía una llamada para él, justo unos instantes antes de que muriera, y adivina de quien era la llamada.
—Lo dices como si lo conociera.
—La conoces —enfatizó en la primera palabra, perdiendo su mirada hacia el lago—. Porque quien hizo esa llamada fue…
*****
Emma Clark, usualmente era una de las primeras en llegar al aula y esperar allí para iniciar las clases, pero hoy fue un día distinto, en cambio, se encontraba en uno de los balcones de la segunda planta de su universidad, a unos cuantos metros de su aula, devorándose su tercer cigarrillo de la mañana. Ella no solía fumar tanto, pero lo hacía más a menudo cuando se encontraba muy nerviosa. La punta de su pie golpeaba con fuerza el suelo y su mirada saltaba de una lado a otro sin un punto fijo, inmersa en pensamientos.
Las imágenes de Ada teniendo esa conversación con Daniel llegaban a ella como meteorítos y una duda la carcomía en su interior, privándola de poder concentrarse en cualquier otra cosa. La frustración se sentía como un espectro a su alrededor, aplastándola y sofocándola por completo y recordándole constantemente que no había podido hacer nada para salvar a Daniel. La única forma de quitarse todo ese malestar que se arremolinaba dentro de su pecho en ese momento era hablando con ella.
Había muchas incógnitas que su mente no era capaz de cerrar, tenía que quitarse esas dudas si quería liberarse, y no podía esperar un segundo más para hacerlo. Recordar a Daniel le generó demasiada impotencia, sus labios se apretaron con fuerza, intentando reprimirla de alguna forma. Pero no bastaba con eso.
Su cuerpo, inquieto e imparable, encontró su punto crítico, revolucionándose cuando finalmente vio a su objetivo atravesar los pasillos. Era la última en llegar a clases, como de costumbre, pero eso resultaba perfecto en estas circunstancias. Emma arrojó su cigarro, abrió la puerta de vidrio con brusquedad y se encaminó hacia Ada.
Ambas se encontraron frente a la puerta del aula, pero Emma se la llevó más allá, dónde nadie pudiese verlas y la arrinconó en contra del muro.
—Tengo que hablar contigo —espetó.
—No me digas, que conveniente. —Ada permaneció en su lugar, con el rostro tensionado—. Yo también.
—Sé lo que hiciste. —Se anticipó la rubia—. Quiero creer que no, pero todo apunta a una sola dirección. ¡A ti!
—¿De que mierda estas hablando?
—Te vi hablando con Daniel en el viaje, antes de que él mu… —desvió la mirada sin poder continuar—. Y no solo eso. También vi que te acercaste a su mochila. ¿Que mierda hiciste, Ada?
La oji azul se bloqueó durante unos segundos antes de responder.
—¿Yo? ¿Perdón? ¿Que mierda crees que viste, rubia?
—¡Lo que dije! Te vi hablando con Daniel. Te vi cuando te acercaste a su mochila. ¿Que fue lo que hiciste? ¿Que pusiste en su mochila?
Ada permaneció en silencio.
—¿Por eso me pediste la foto grupal? ¿Para distraerlo? ¿Tu le plantaste una…? ¿Una…? —Resopló furiosa—. ¡¿Tan lejos tuviste que llegar para callarlo?!
—¡Cierra la maldita boca! —estalló Ada—. ¿Quien mierda te crees que eres para acusarme de algo? ¡No tienes ni idea de lo que pasó!
—¿Entonces miento? Mírame y dime que no te acercaste a la mochila de Daniel.
—No, si… ¡Mierda! ¡No es como piensas! ¡Tenía un plan! ¿ok? Todo iba a salir bien. No sé que fue lo que pasó, pero… —Ada se tomó un momento para respirar—. No. En todo caso, la que debería interrogarte aquí soy yo, porque…
—¿A mi? ¡No intentes desviar las cosas! Solo sé sincera. Por una vez en tu maldita vida. ¿Que era eso? ¿Era una bomba?
—Yo…
—¡¿Lo era, Ada?!
—¡Basta! ¡No tengo porque darte explicaciones! ¡No estaríamos en esta situación si tu hubieses hecho tu parte! ¡Si lo hubieses convencido como acordamos, no hubiese tenido que hacerlo!
El semblante de Emma se tiño de pavor… e ira.
—¿Hacer que?
—Cállate, porque…
—¿¡Hacer que!?
Ada intentó reprimirse. Ella sabe que lo intentó, pero lo siguiente que Emma dijo, destrozó por completo su barrera de control.
—¡¿Matarlo?!
—¡No! —Ada, en un arrebato impredecible de furia, apartó a Emma de un cachetazo.
Emma sintió la mejilla arder, pero también, en consecuencia ardió algo dentro de ella que no pudo ser capaz de contener. Devolvió el golpe, con una fuerza que no sabía que tenía, y a diferencia de la cachetada, toda la ira que almacenaba dentro de ella la hizo cerrar su puño, que se estrelló en la cara de Ada.
La oji azul sintió un súbito mareo azotándo todo su rostro, el golpe había sido duro, y no solo en sentido físico, sino que también, su alma y su orgullo habían sido golpeados. Inmediatamente, como un volcán a punto de erupcionar, una ira creció desde lo más interno de su cuerpo.
Ada permaneció inmóvil, reprimiendo su enojo y disfrazándola con una sonrisa sutil, y mientras utilizaba todas sus fuerzas para permanecer calmada, se quitó la mochila del hombro y la dejó caer. Ahora, libre de poder actuar a voluntad sin ningún tipo de obstáculos, dirigió su mirada más severa a la rubia y se abalanzó hacia ella propinándole otro golpe más, pero esta vez bajo los términos que Emma había impuesto: a puño cerrado.
Emma anticipó sus intenciones y retrocedió, intentó decirle «no» en reiteradas ocasiones, pero sus palabras fueron acalladas por un golpe al rostro. Sus brazos protegieron su cara en el último segundo, pero una lluvia más de puñetazos surgieron desde múltiples direcciones, cayendo con la fuerza de un martillo. La rubia intentó zafarse y retroceder pero el marco de la puerta la detuvo.
Arrinconada, avanzó hacia Ada por instinto y la sujetó desde la cintura, tironeó con fuerza y un mal paso hizo que ambas ingresaran al salón de manera estrepitosa, golpeándose en el suelo.
En ese momento, Emma apenas podía prestar atención o escuchar lo que sucedía en su entorno, por lo que no se percató del barbullo que comenzó a suceder a su alrededor. Los alumnos comenzaron a arremolinarse. Algunos clamaban por la pelea, apoyando la violencia física e incitando a continuar; otros, en cambio, optaron por grabar todo en sus celulares mientras disfrutaban el espectáculo mañanero.
Un espectáculo que se encontraba lejos de finalizar. Ya que Ada, una vez más de pie, volvió al ataque, repleta de una ira que parecía incrementarse con cada golpe. Emma sintió la urgencia de actuar rápido, y mientras se encontraba de cuclillas, elevó un golpe al mentón de su contrincante que conectó a la perfección.
La pelinegra insultó mientras volvía en sí. Ya habían sido dos los golpes certeros de Emma que habían partido su orgullo a la mitad. Volvió a avanzar con más decisión que nunca.
Una patada violenta directa al pecho empujó a la rubia hacia atrás, llevándosela fuera del aula una vez más, y despojándola del aire que precisaba para respirar. Aún así, con el cuerpo casi al borde de una parálisis de agonía, y sus ojos, aguantándose las ganas de llorar, encontró la manera de volver a incorporarse.
Emma comprendió en ese instante que Ada iba en serio. Su mirada se clavó en ella con determinación. No podía quedarse atrás. Emma utilizó su visión para anticipar el siguiente golpe. Era un derechazo directo a la cabeza, lo esquivó haciéndose a un lado con presteza, la sujetó del brazo, giró el eje de su cuerpo, y utilizando la inercia a su favor, y mientras afirmaba su pie izquierdo al suelo, logró arrojarla lejos de ella.
Ada cayó al suelo, rodó y su espalda sufrió un severo golpe al chocar en la pared. Pero no se rindió, volvió a levantarse, tomó carrera y se lanzó sin un ápice de temor. Emma no pudo evadirla esta vez, ambas volvieron al suelo, pero ahora en una posición que solo favorecía a una de ellas.
Emma permaneció con los ojos cerrados en la caída, y solo volvió a abrirlos para percatarse de lo que se avecinaba. Ada con el puño en alto, descargó toda su ira contra la rubia. El sonido del golpe se quedó impregnado al oído de Emma mientras su cabeza zumbaba como un avispero. El dolor se tradujo desde su mejilla, hasta recorrer cada ángulo de su cabeza. De nuevo, otro golpe más casi la destierra del mundo consciente. Su cuerpo ya no se movía y su límite de dolor ya había cruzado todas las barreras. Sabía que había algún lugar de su rostro que sangraba, pero poco le importaba, ahora mismo solo quería que Ada Fisher sintiera exactamente lo mismo… o más.
Ada volvió a levantar el brazo, pero Emma fue más rápida, hundió sus uñas y razguñó su rostro. Ada chilló de dolor, volvió a levantar el brazo para conectar otro golpe más, pero entonces, una voz estalló en el pasillo, inmovilizándolas a ambas.
—¡¡Suficiente!! —la voz del rector Anderson fue abruptamente severa, tanto que cada alumno que se había asomado a curiosear en el marco de la puerta del aula volvió a su lugar sin chistar—. ¡¿Que está pasando?! ¡¡Este tipo de conducta es inaceptable!! ¡De pie! ¡Ambas! ¡¡Ahora!!
Las chicas se separaron para poder incorporarse junto a Anderson. El rostro de ese hombre en estos momentos infundía un terror desmedido. Su fosas nasales parecían agigantarse en cada resoplo de aire y la vena de su frente parecía cruzar por su cabeza calva, a punto de explosionar.
—Vamos al despacho del director —dijo con una voz tan suave como sepulcral.
Sin decir una sola palabra en todo el trayecto, las chicas siguieron al rector Anderson hacia el pabellón principal. El despacho del director se ubicaba en el anillo más grande de los edificios del campus, ubicado en el centro interno. Anderson ni siquiera golpeó la puerta para hacerlas ingresar. El despacho era amplio y muy bien iluminado gracias a un enorme ventanal que llevaba a un balcón que permitía una vista panorámica completa del campus universitario y el patio central en dónde Emma acostumbraba comer con sus amigas.
El hombre se sorprendió ante el repentino ingreso del rector y se volteó. En el balcón también se encontraba su hija, grabando un directo en su celular, quien también se vio tentada a abandonar sus actividades para prestar atención a lo que Anderson tenía que decir.
—Señor Director, lamento la irrupción repentina —se excusó el hombre avanzando hacia el escritorio—. Pero la situación amerita acciones inmediatas.
—Anderson —saludó el director, observando con extrañeza al hombre y luego a las dos alumnas tras él. Su rostro demostró una enorme sorpresa al ver a una rubia con una ceja partida, llena de sangre y a una morocha con tres cortes transversales en su cuello—. ¿Que pasa?
—Encontré a estas dos alumnas peleando en los pasillos de mi pabellón.
—¿Peleando?
—Como lo escuchó. Ambas armaron un revuelo en los pasillos a pocos minutos del inicio de la jornada. De no haber llegado, probablemente tendríamos una tragedia entre manos. Otra tragedia —rectificó—. Exijo que se las expulse inmediatamente. Este tipo de conductas no pueden suceder en una universidad de prestigio como esta.
—¿Expulsar? —irrumpió Ada—. ¡Espere un s…!
—¡Silencio, Fisher! ¿¡Primero se pelea en los pasillos y ahora me interrumpe!? —aseveró Anderson.
—A ver… —el director suspiró, agotado. Suficiente tenía ya con lidiar con la reciente muerte de otro de los alumnos de su campus, y ahora a eso se sumaba una situación de conflicto físico a unos pocos días del incidente—. ¿Que fue lo que sucedió? ¿Es verdad? ¿Estaban teniendo una pelea?
—Bueno… nosotras —quiso hablar de nuevo Ada, pero fue interrumpida una vez más.
—No hay nada que discutir, señor Bacon. Las descubrí en el acto. Tuve que intervenir para que no siguieran matándose entre ellas. Esto amerita consecuencias. Media universidad presenció la riña. Si permitimos este tipo de conductas en nuestros predios la situación será insostenible y el nombre de la universidad quedará manchado de por vida.
—¿Media universidad? —espetó Ada—. Por favor…
—¡Silencio!
—A ver. Vamos por partes. ¿Me recuerdan sus nombres?
—Adaline Fisher.
—Emma Clark.
—¿Las finalistas de la beca honorífica?
—Beca que deberíamos anular inmediatamente —añadió el rector, clavando su mirada más agresiva a la rubia.
Emma sintió una punzada de angustia al oír eso.
El director volvió a suspirar.
—¿Que fue lo que pasó? ¿Porque estaban peleando? —preguntó el director dirigiéndose a las chicas—. ¿Tiene algo que ver con la beca honorífica?
—No. —Se anticipó Ada, dando un paso al frente—. No voy a mentir que desde la beca, nuestra relación… —guardó silencio unos segundos—. Empeoró. Pero no tiene que ver con eso. Estábamos muy nerviosas por lo que sucedió el fin de semana. Discutíamos sobre Daniel Parker, ella quería hablar sobre eso, pero yo no quería escucharla. ¡No tenía ganas de pensar en eso! Peo me insistió e insistió, y perdí los estribos. Se me escapó un manotazo que infortunadamente le dio en la cara. Ella devolvió el golpe y luego la situación se nos fue de las manos, lo reconozco. ¿Pero es nuestra culpa? ¡Estamos muy tensas con todo esto! Primero el accidente del crucero, que les recuerdo, por si ya se les olvidó, que sobrevivimos por los pelos y casi perdemos la vida.
—¿Piensa victimizárse por lo del crucero? —interrumpió Anderson cruzándose de brazos.
—Lo siento. ¿Le parece poco? —sentenció Ada—. Bien. Dejemos el crucero atrás. Ojalá todo hubiese terminado ahí. Pero no. Ahora también se sumó lo que pasó con Daniel Parker. Por Dios. ¡Nosotras lo conocíamos! ¡Y ya no está! La policía resolvió que fue suicidio. ¡Y hasta hace solo unos días él parecía estar bien! Así que sí, lo admito, nos peleamos pero, es normal que estemos con los nervios a flor de piel. ¿Y si las próximas somos nosotras? Y para rematar, ¿quieren expulsarnos? —chistó negando con la cabeza—. ¡Bien! ¡Háganlo! Pero les aseguro que no me temblará el pulso en llevar toda esta situación a un juzgado. A ver como sostienen su prestigiosa universidad luego de dos muertes consecutivas y lo que sucedió en el crucero.
—¡¿Pero usted quien se cree que es para amenazar a la institución de esa manera?! ¿Y frente al mismísimo director? —espetó Anderson con una segunda vena asomándose por su frente.
—Rector, le pido por favor que nos deje a solas. Yo me encargaré de esta situación por mi cuenta —interrumpió Bacon frotándose las cien con los dedos.
—Pero…
—Por favor, Rector. ¿No tiene que impartir una clase ahora? No pierda tiempo. Como le dije, yo me encargo.
Anderson arrugó el rostro, pero terminó por obedecer y se marchó, no sin antes enviarles a ambas jovencitas su intenso desprecio en forma de una mirada despectiva.
—¿Papá? —se envalentonó Emili—. ¿Vas a echarlas?
—Querida, por favor, esto es un asunto de trabajo. ¿Podrías esperar en el balcón?
—No quiero que expulses a Emma… ¡Ella me cae muy bien! Es la chica mágica de la que te hablé.
—Por favor, espera afuera. Resolveré esto lo más pronto posible.
—Pero…
—Mili.
La niña asintió con pesar y volvió a salir al balcón dedicándole una mirada complaciente a Emma. El director por su lado, se tomó su tiempo para revisar los expedientes de Emma y Ada. El silencio reinó hasta que volvió a tomar la palabra.
—Bien. Señoritas. Entiendo que la situación es complicada para todos. Y señorita Fisher, no creo que sea conveniente recurrir a acciones legales en estos momentos. Ya tenemos muchos problemas entre la investigación del señor Locker y la tragedia que sucedió este fin de semana.
—Todo depende de usted, señor director —dijo Ada.
—Voy a ser honesto con ustedes. No quiero más problemas, pero no puedo hacer la vista gorda a una riña que se llevo a cabo dentro de mi institución. No hablaría bien de mi. Pero por otro lado, soy consciente de que ambas pasaron por mucho, y de no ser porque son las dos mejores alumnas del curso de ingresantes, no me quedaría otra opción que acatar a rajatabla la petición de Anderson sobre la expulsión de ambas.
—Entonces, ¿dice que no nos expulsará? —preguntó Ada.
—Por el momento no voy a tomar esa determinación —dijo el director, dándole un espacio a ambas para suspirar aliviadas—. Pero de todas formas si habrá un castigo. Así que no festejen demasiado.
—Perdón por interrumpir —se sumó Emma a la conversación—. ¿Y mi beca? ¿La anulará?
Ada chistó.
—Considérese afortunada, señorita Clark. Podrá mantener su beca, pero en cambio, su comportamiento a partir de ahora y durante toda la jornada deberá ser intachable. Donde yo me entere que ha vuelto a entrar en un conflicto con cualquiera de sus compañeros o compañeras, así sea en lo más mínimo, como una simple discusión sin contacto físico; alguna queja que sus profesores tengan para con usted, o una irresponsabilidad semejante… su beca será anulada de inmediato. ¿Quedó claro?
—Si, señor. Gracias…
—Todavía no me lo agradezca. Porque ambas deberán asistir a terapia de conducta todas las semanas, durante la jornada completa, y lo más importante… sin falta. Se presentarán ante la Licenciada en Psicología María Barrientos y ella me informará de su evolución. Recalco, si recibo una sola queja sobre su conducta, nuestro acuerdo queda anulado. La señorita Clark perderá la beca, aunque podrá proseguir con sus estudios, pero en cambio, para usted señorita Fisher, y teniendo en cuenta sus antecedentes conductuales, será irremediablemente expulsada. ¿Quedo claro?
—Si, señor —respondió Ada sin replicar.
—Si —dijo Emma.
—Muy bien. Dejaré asentado lo sucedido el día de hoy. Pueden retirarse.
La puerta del despacho del director se cerró a sus espaldas. Ada, todavía mantenía su ira guardada por todo lo que acababa de suceder y sus labios se despegaron para culminar con una amenaza del estilo: «Vuelve a tocarme y te mato», pero al ver a Emma, su voz no salió.
Emma había intentado contenerse durante toda la charla con el director, pero ahora, en el primer momento en que habían abandonado el despacho, sus emociones ganaron la partida. Sus manos intentaban ocultar un llanto que le era imposible controlar y todas sus emociones la golpearon sin piedad y con una fuerza indescriptible. La angustia fue tan incontenible como sus lagrimas.
Ada se compadeció durante los primeros segundos y decidió marcharse con prisa, pero se detuvo unos pasos después. Todavía tenía algo para decir que no podía callar.
—Yo no lo maté —dijo a secas, y retomó la caminata—. Pero pienso averiguar quien fue.
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