Capítulo VI – Inmóvil
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
- 17 Min. de lectura
El turquesa apagó su brillo, su mirada se despegó del lente del telescopio y su semblante, tan blanco como una hoja de papel, se tiñó de terror. Su mente pareció congelarse, repitiendo aquella devastadora escena una y otra vez. Daniel había muerto… o bueno, al menos, eso es lo que ella había «visto».
Muchas preguntas se arremolinaron en su mente en esos breves segundos. ¿Que había pasado? ¿Daniel tenía una bomba? ¿Daniel TIENE una bomba ahora mismo? ¿Porque él…? ¿Porque ahora…?
—¡Hey! ¡Tierra a Emma Clark! ¿Que te pasa? Estás pálida, querida —comentó Julia, zarandeándola del brazo para devolverla a la realidad.
Emma no supo que responder.
—¿Que pasa? ¿Viste algo? —preguntó Brenda.
—¿Que? ¿Ver que cosa?
—No lo sé. Estás temblando. Parece que hubieras presenciado un asesinato…
—Yo… —Emma se fregó los ojos—. Mierda. Lo siento… no me siento bien.
—¿Te dan vértigo las alturas? —preguntó Julia.
—No… yo… solo. —A Emma le costaba horrores formular una oración coherente con su voz al borde del colapso—. ¿Pueden dejarme sola un momento? Por favor…
Julia y Brenda compartieron una mirada teñida de incertidumbre.
—Bueno, si es lo que quieres —dijo Julia.
—Te esperamos en el restaurante. ¿Estás segura que estás bien?
—Solo quiero… pensar. ¿Si?
—Ok. Vamos, Bren.
Sin estar convencidas de las palabras de Emma, Julia y Brenda le permitieron su espacio, dejándola sola para poder entender la situación que su mente estaba vivenciando. ¿Una bomba? Era la pregunta que Emma se formulaba una y otra vez. Su mente no podía comprender lo que su visión le había mostrado. Ella solo había echado un vistazo rápido, con el fin de disipar su curiosidad sobre lo que Ada y Daniel estaban conversando antes de partir en el autobús.
Pero todo lo que había presenciado segundos después era algo que su mente no era capaz de encontrarle un sentido. Lo único que tenía en claro, es que si esa visión se cumplía, Daniel estaba corriendo grave peligro. Su cuerpo ahora mismo era un rejunte de emociones que no le era posible controlar. El miedo, la angustia, la desesperación se mezclaban con fuerza y la golpeaban desde adentro.
Respiró y empezó a pensar con cuidado y detenimiento. Tenía que advertir a Daniel de alguna manera, y su celular fue la mejor opción en ese momento. No tenía su número, pero la solución a ese problema fue encontrado con rapidez: llamó a Leonard.
«Sin señal».
Suspiró y su mirada, despectiva, se clavó en un cartel a pocos metros de distancia: «Zona libre de redes». Lo que faltaba. Emma echó un vistazo rápido por los telescopios una vez más, el autobús ya había partido, eso no era bueno. Tenía que encontrar alguna manera de dar aviso a Daniel de su trágico destino, y hacerlo lo más rápido posible. Su mirada saltó a los teleféricos. Podría usarlos para bajar y tener señal, pero tardaría mucho tiempo, y la inmensa fila de personas aguardando para descender no le daba buen augurio a ese plan.
Sus pies comenzaron a moverse por sí solos y su cuerpo sintió la urgencia de acelerarse. Tenía que encontrar una solución. La que sea. No podía quedarse quieta, no ahora…
Su cabeza comenzó a buscar una solución mientras su mirada saltaba de un extremo del parador a otro. De repente, sus pies se detuvieron al encarar la parte trasera del restaurante. Sus ojos le mostraron una bicicleta encadenada junto a una puerta. Recordó haber visto un sendero para ciclistas junto al teleférico y la idea llegó de manera automática.
Quizás… podría llegar a tiempo. No. No podía quedarse con un simple «quizás»… tenía que intentarlo. Se aproximó rauda, cuidando de no ser vista y comenzó a inspeccionar la bicicleta. Un nudo de impotencia hizo aparición en su estómago al notar que tenía candado de seguridad. Y no un simple candado que podría romper con una piedra o algo más, era un candado casi tan enorme como su puño, y con una clave de cuatro dígitos que le tomaría años descifrar.
Maldijo a regaña dientes. Se volteó para marcharse, pero entonces, su mente hizo un «clic». ¿Y si…? ¡Por supuesto que si! Se dijo a sí misma. Emma se concentró en la bicicleta. Cerró su ojo violeta y dejó el turquesa abierto, mientras despejaba un mechón de su flequillo con su mano para disimular. Su párpado comenzó a latir poco a poco, sintió un hormigueo recorriendo la parte interna de su ojo, y luego de unos pocos segundos…
Las imágenes del futuro comenzaron a vislumbrarse en su percepción. En ocasiones, cuando no era una persona a quien «fisgoneaba» su destino, sino más bien, era un ente inanimado, como aquella vez con la barra de Errol, o ahora, con la bicicleta, ella podía verse a sí misma en escena. Como si su punto visual estuviese fuera de su cuerpo, flotando a unos pocos metros sobre su cabeza. En esas situaciones, incluso podía focalizar aquellos puntos de interés con mucho detenimiento, acercarse si así lo quería, o alejarse para ver algo más en su entorno.
Se vio a ella misma corriendo a esconderse detrás del muro, lo que le pareció curioso, porque era justamente lo que había pensado hacer antes de pensar en la visión. Cuando la «otra Emma» se perdió de su vista, ella se centró en la bicicleta. El tiempo corrió deprisa, como si alguien presionara el botón «adelantar» en un casete; y una persona con el uniforme de una empresa de pedidos a domicilio muy popular, se acercó a la bici. Emma supuso que sería su dueño. Se acercó, «flotando» cual fantasma, para poder visualizar los dígitos del candado y lo anotó en sus pensamientos, dando por finalizado la visión luego de parpadear consecutivamente.
Luego de unos breves segundos en el que su cuerpo se sintió desorientado a nivel espacial, sacudió su cabeza y volvió hacia la bicicleta. Colocó los 4 dígitos que había aprendido en su visión y… el candado se abrió.
—Mierda…
Una sensación agridulce se sintió en su cuerpo en ese momento. Por alguna razón sus manos temblaban al sostener el candado, y sintió de repente un aluvión enorme de peso asentándose en sus hombros. Hasta ahora, sus visiones le habían servido para salir de apuros, o para beneficiarse de alguna manera, pero ahora lo estaba usando para ayudar a alguien más… y si había logrado dar con una clave en el candado de una bicicleta, ¿hasta dónde podía ser capaz de llegar esta extraña habilidad? Las posibilidades, en ese momento, se sintieron tan infinitas… como abrumadoras.
Pero volvió a la realidad muy rápido, cuando su mirada se cruzó con la del mismísimo dueño de la bicicleta.
—¿Pero que…? —dijo él, dando un paso al frente—. ¿Que estás haciendo?
Emma arrojó el candado y arrastró el manubrio con ella, perfilando la bicicleta hacia el extremo opuesto, se subió y comenzó a pedalear tan fuerte como sus piernas se lo permitieron.
El hombre no se quedó de pie dispuesto a dejar que cualquier extraño tomara sus pertenencias y comenzó a perseguirla a gran velocidad. Emma no fue capaz de alejarse lo suficiente, y con el corazón casi en la garganta, echó una mirada furtiva hacia atrás.
El hombre corrió deprisa, y se abalanzó hacia ella, pudiendo sujetarla del hombro para arrojarla al suelo. Emma cayó aterrizando de manera forzosa en el césped y la bicicleta se desparramó junto a ella.
Parpadeó. En ese segundo, quizás por instinto, o quizás en automático… su visión se había activado, y en consecuencia, su cuerpo se movió por sí solo. Viró el manubrio y giró en seco hacia un lado, evitando el manotazo por muy pocos centímetros. Pudo escuchar al dueño de la bicicleta desparramándose en el suelo. Tensó sus músculos y aumentó la marcha.
—¡Te lo devolveré! ¡Lo prometo! —dijo Emma, metiéndose en el carril para bicicletas.
A Emma le costaba creer como, en ocasiones, llegaba a hacer cosas que la sorprendían a ella misma. Robar una bicicleta, podía ser llamado una de esas situaciones, pero lo que en verdad le sorprendió fue el momento en que aceleró la marcha, adentrándose hacia el carril de ciclistas, a una velocidad impresionante.
El camino era un descenso que tomaba curvas muy cerradas y serpenteaba entre la montaña, y su cuerpo, a pesar de sentir la adrenalina de la velocidad, el viento golpeando su rostro y unas, muy altas, probabilidades de caer o golpearse con otro transeúnte… aún así continuaba acelerando más fuerte.
De repente, el rugir de un motor detrás de su espalda la alertó. Su curiosidad se vio invadida, y volteó solo para darse cuenta que estaba siendo perseguida por una moto. No conocía a la persona que manejaba el vehículo, pero si pudo reconocer los gritos del dueño de la bicicleta, viajando en la parte trasera, imponiéndose para recuperar lo que por ley, era de su propiedad.
Emma no podía desacelerar ahora, tampoco podía detenerse a explicar la situación, observó a la distancia como el autobús estaba a muy pocos metros del puente, tenía que conseguir bajar a cualquier costo. Pedaleó con más fuerza.
—¡Hey! ¡Niña! ¡Detente ahora mismo! —exigió el dueño de la bicicleta, cuando la moto logró alcanzar una posición aledaña sin mucho esfuerzo.
Emma se asustó al verlos tan próximos y sus manos desviaron el manubrio. La bicicleta salió del sendero asfaltado y continuó su recorrido a campo traviesa. La moto emuló sus movimientos y comenzó a perseguirla desde cerca. Ahora mismo, cualquier piedra podría resultar catastrófica para la rubia, pero no podía permitirse frenar. Ya estaba a medio camino de llegar a la ruta, tenía que continuar.
La moto volvió a acercarse, el dueño de la bicicleta estiró su brazo de nuevo para intentar frenarla, pero ella logró evadirlo adentrándose en una zona semi boscosa. Sus manos se aferraron al manubrio y sus pies dejaron de pedalear, manejándose completamente por la inercia del descenso.
Emma atravesó un grupo de árboles delgados; la moto, continuó persiguiéndola de cerca. Las ruedas de la bicicleta recibían el impacto del terreno desnivelado, provocando que mantener la estabilidad resultara un trabajo arduo. La rubia logró esquivar un tronco que se interpuso en su camino y logró volver a terreno llano; observó a su retaguardia solo para asegurarse que mantenía cierta distancia con sus persecutores, y un alivio llegó a su alma cuando los vio detenerse en seco. Sonrió y volvió la mirada hacia adelante, pero para cuando quiso reaccionar, ya había sido demasiado tarde.
Sintió enseguida como las ruedas abandonaban el suelo, sumergiéndose en una caída tras sopesar un pequeño risco de poco más de cuatro metros de altura: el vértigo y la adrenalina se fusionaron en un único sentimiento de pavor, y entonces, en esos escasos segundos en que su cuerpo quedó suspendido en el aire y con el corazón a punto de salirse de su pecho… su ojo turquesa encendió un brillo potente, como nunca antes...
Emma aterrizó; las ruedas perdieron equilibrio, doblándose y su cuerpo se llevó la peor parte al desparramarse en en el asfalto…
…Un instante después, volvió a aterrizar, esta vez endureciendo sus brazos para mantener el manubrio firme, pero su cuerpo se inclinó demasiado hacia el frente y su cabeza siguió un trayecto directo hacia el suelo…
…Una vez más en el aire, intentó corregir el aterrizaje, enviando el peso de su cuerpo hacia la parte trasera de la bicicleta, pero fue demasiado brusca en sus movimientos y el golpe en el asiento la llevó, a ella al suelo, y a la bicicleta rebotando de forma estrepitosa en la calle…
…Aterrizó de nuevo… y de nuevo… y una vez más… hasta que, en un intento, de tantos que se manifestaron en su mente a una velocidad descomunal… su ojo se apagó…
Emma ni siquiera lo pensó, su cuerpo se movió por sí mismo, rememorando cada visión, como si hubiese experimentado la situación incontables veces; pisó los pedales y los utilizó para elevar su torso en la caída, flexionó sus rodillas, acomodó la bicicleta en el aire para que la rueda trasera golpeara primero el suelo; sintió el peso de su cuerpo aplastándola, pero fue capaz de soportarla al flexionar sus rodillas afirmando sus pies en los pedales; la rueda delantera fue la siguiente en tocar el suelo, pero esta vez, había logrado hacerlo con suavidad y delicadeza, aprovechándose de la inercia para recorrer unos pocos metros más, estabilizar el manubrio y dar la marcha por finalizada.
Su rostro evidenció una sorpresa absoluta cuando su pie derecho se posó en el suelo. Algunas personas en el lugar incluso aplaudieron su proeza, su corazón, por otro lado, todavía continuaba con las pulsaciones a mil… lo había conseguido. No tenía idea de cómo, y lo que había pasado había sido tan rápido y confuso que su mente quedó en blanco por unos segundos.
Recordó a Daniel. Tenía que continuar, sus pies volvieron a los pedales y siguió su camino hacia la carretera. En el trayecto, y ahora con toda la señal disponible de nuevo, tomó su celular…
*****
El rostro angelical de Emma apareció en su pantalla, indicando que estaba recibiendo una llamada de ella. Leonard contestó sin vacilar.
—¿Hola, Em? —respondió el joven.
—¡Leonard! ¡Pásame a Daniel!
—¿Eh? ¿Pasó algo? —preguntó el joven arrugando las cejas—. Te noto muy agitada…
—¡¡Pasame a Daniel ahora!!
—Está bien, está bien. Pero… ¿quien es Daniel?
—¡Daniel! ¡Maldita sea! Rubio teñido, cara de niño… ¡Tiene que estar por ahí! ¡Apúrate Leonard! ¡Es muy importante!
—¡Bien! ¡Ya voy!
Leonard despegó el celular de su oído con una mueca de extrañeza y una ceja que se disparó hacia arriba de manera súbita. Jamás había escuchado a Emma tan desesperada. Intentó hacer memoria para recordar quien era ese tal «Daniel», pero no lo recordaba con exactitud, aunque sus preguntas se resolvieron mucho más rápido de lo que imaginó…
—¿Daniel Parker? —preguntó la profesora Rotingham.
—¿Si?
Leonard se volteó. Un joven con las características que Emma le había mencionado acudió al llamado.
—¿El Daniel que buscas se apellida Parker? —preguntó Leonard.
—¡Si! ¡Es él! ¿Estás con él?
—Si… —contestó mientras observaba al mencionado pasar a su lado—. Pero parece que lo están llamando. Cuando vuelva le paso el teléfono…
—¡¡No!! ¡Tiene que ser ahora! ¡Pásamelo ahora!
—Pero…
—¡¡Leonard. Dale. El. Celular!! ¡¡Ya!!
El joven se incorporó como un resorte al oír esas palabras. No tenía idea de que asunto tenía que tratar Emma con aquel chico, pero decidió hacerle caso de momento. Ya hablaría con ella muy seriamente después…
—¿Tiene idea de porque me están llamando?
—¡Daniel! —interrumpió Leonard, acercándose hacia él—. ¿Conoces a Emma?
—¿Clark? —preguntó el joven extrañado.
—Si. Quiere hablar contigo, no sé… parece muy apurada. Así que toma —dijo, dejando el celular en la mano del chico.
—¿Que? ¿Porque…?
—Leonard, lo siento, pero esa llamada puede esperar —interrumpió Rotingham—. La policía, no. Daniel, por favor…
—Si, ya voy.
Daniel intentó devolver el celular a su dueño, pero el joven retrocedió con las palmas en alto.
—Llévatelo. Emma enfatizó demasiado en que te diera el celular, termina tus asuntos y luego hablale.
—Daniel…
—Si, si… ya salgo —respondió el joven saliendo finalmente del autobús, conservando el celular de Leonard.
En el momento en que su primer pie tocó el asfalto, Daniel sintió un pinchazo de temor al ser abordado por los agentes de policía. El grito de uno de ellos lo alertó por completo, y por si eso no resultara poco, ver como ambos apuntaban sus armas hacia él solo incrementó su pánico, dejándolo totalmente helado.
Había escuchado esa frase en muchas películas, pero cuando fueron recitadas hacia él en ese momento, «Las manos en alto», jamás imaginó lo temerario que podía resultar.
Sin comprender del todo la situación, subió ambas manos a la altura de su cabeza. Su cuerpo, aunque paralizado desde el torso hacia abajo, manifestó un excesivo temblor en sus piernas y manos. Otra orden más, expresada de manera poco amistosa, lo obligó a avanzar por el puente para alejarse del autobús. Su respiración comenzó a sentirse por él mismo y así también los golpeteos intensos de su corazón.
No entendía lo que estaba pasando, pero sintió que obedecer a los policías era, ahora mismo, lo único que podía hacer. Había logrado escuchar que estaba detenido… ¿pero porque? Era lo que su mente se preguntaba con fuerza. Intentó recordar si había metido la pata para lograr llamar la atención de los policías de esa manera, pero era imposible, él no había hecho nada malo.
Otra orden nació de la garganta de uno de los policías, que le solicitaba quitarse la mochila con precaución. Y fue exactamente lo que hizo, al pie de la letra… pero cuando logró quitarse una de las cintas de su mochila de sus hombros, escuchó algo en su oído derecho.
—¡Daniel! ¡Daniel!
Extrañado, enfocó su atención hacia el celular de Leonard. Ahora que lo recordaba, tenía una llamada con Emma… ¿pero que demonios quería ella ahora mismo?
—¡Una… bomba…!
¿Bomba? Fue lo único que su mente logró registrar de los aparentes gritos que Emma echaba desde el teléfono. Daniel, permaneciendo con las manos en alto, acercó de forma sutil el celular a su oreja.
—¡Daniel! ¡Tienes una bomba en la mochila!
—¿Que…?
—¡Daniel Parker! —una vez más, la policía le llamó la atención—. ¡Deposite la mochila en el suelo ahora!
—¡Arroja la mochila, Daniel! ¡Va a explotar!
Sus ojos saltaron desde el celular hacia los oficiales, pero sintió que la voz de Emma, esa urgencia y celeridad que transmitía, era incluso más aterradora que aquellas dos bocas de pistola apuntando a su dirección. Solo bastó de un segundo para tomar la decisión. El joven arrojó la mochila hacia el centro del puente, siguiendo a su instinto y a los reclamos de Emma, y entonces, volvió el celular a su oreja.
—¿Emma que…?
—¡Alejate de…!
Un potente estallido ensordeció las palabras de la rubia. La vibración se sintió incluso desde su posición, justo a unos pocos metros del ingreso al puente. Emma pudo presenciar de primera mano, como el cuerpo de Daniel salía despedido hacia el vacío, en una caída directa que terminó su recorrido en el caudal del río.
Emma ahogó su grito tapándose la boca y sus ojos trasmitieron el terror que acababa de presenciar. Había llegado tarde. Después de haberlo intentado todo para llegar a salvar a Daniel, la explosión no solo lo había alcanzado, sino que esta vez, lo había arrojado al agua de forma violenta.
Emma sintió una angustia azotándola por completo al verlo sumergirse en el agua. Fueron muy pocos los segundos en los que se quedó petrificada, observando a un punto fijo en el río, deseando con todas sus fuerzas que Daniel se encontrase, al menos, en una pieza.
Pero entonces, cuando pudo ver su cabeza asomándose a la superficie, y su cuerpo siendo arrastrado por la corriente del agua, que su corazón pareció dar un vuelco. ¡Estaba vivo! Lo suficiente como para intentar mantenerse a flote, al menos. Emma comenzó a acelerarse, no tenía idea de porque, pero sentía que todavía podía hacer algo más.
El caudal de agua se llevó a Daniel río abajo, Emma no podía permitirse dejar las cosas así. Sus pies se movieron por su propia cuenta hacia los pedales y la bicicleta aceleró. No sabía que iba a hacer, ni de que manera podría ayudar a Daniel, pero aún así, en contra de todo pronóstico… quería ayudar.
De la misma manera que había sentido esa urgencia por salvar a Julia y a Brenda aquella vez en el crucero, sintió la necesidad por darlo todo para ayudar a Daniel ahora mismo. Aumentó la velocidad al máximo que su cuerpo podía dar. Persiguiendo las súplicas de auxilio del joven en apuros. Llevó la bicicleta hacia un camino de tierra que se ubicaba en paralelo con el río. El agua, embravecida, no daba tregua a la hora de arrastrar al muchacho hacia un destino nada alentador.
Mientras pedaleaba, persiguiendo a Daniel, enfocó su mirada hacia el joven y echó un vistazo hacia su futuro cercano: las imágenes le mostraron una pequeña cascada a unos cuantos metros de distancia, en dónde Daniel caería y su cuerpo sería recibido por una superficie empedrada que haría estragos con su cuerpo si no lograba salir del agua rápido.
Emma comenzó a pedalear con más fuerza tras terminar la visión. El camino que seguía comenzó a ascender, Emma pudo visualizar más adelante una formación riscosa de la cual podía valerse para llegar hacia Daniel mucho más rápido.
Saltar era la única opción que su mente podía ofrecerle ahora mismo. No podía arriesgarse a descender con la bicicleta y perder la oportunidad de alcanzar a su objetivo. Continuó avanzando hasta poder superar a Daniel, ascendió llegando a la cima del risco, abandonó la bicicleta y continuó a pie.
Tensó los músculos y corrió como nunca antes en su vida. Las pisadas podían ser escuchadas a gran distancia, su respiración guardó una bocanada de aire para el salto, se acercó a toda velocidad hacia el borde del risco, y cuando su último paso fue dado, y el impulso de sus piernas la trasladó hacia el cielo… su ojo volvió a brillar.
Mantuvo ambos ojos abiertos en todo el trayecto, y como si el tiempo se hubiese detenido, el futuro se hizo presente en la parte izquierda de su visión.
Emma cayó al agua, pero el aterrizaje la llevó a golpearse la cabeza con el suelo, abriéndole una herida que la desterró del mundo consciente…
Emma volvió a ver su futuro de nuevo, el salto que había hecho había tomado ahora otro impulso, en dónde su cuerpo se mantuvo mucho más horizontal para abarcar más distancia, pero sin poder prevenirlo, esta vez su aterrizaje fue directo hacia una formación de rocas que sobresalía del agua…
Lo intentó de nuevo…
Y una vez más…
Y otra…
Otra…
Otra…
Y así, incontables veces, hasta que su tiempo se terminó… y su cuerpo volvía a tomar el control de la situación. Su mente, al haber caído tantas veces, al haber intentado una y otra vez lograr un aterrizaje decente… había logrado memorizar hasta el último detalle de las profundidades del río. Cada pedrusco y cada rincón del agua se había grabado en su mente. Sabía exactamente hacia dónde tenía que caer para tener una mínima oportunidad, el problema es que, ni siquiera en sus visiones, al caer en ese punto en dónde la profundidad se encontraba libre de obstáculos… todavía seguía impactando con el suelo.
Pero ya no había marcha atrás, sus pies de despegaron del suelo, su cuerpo sintió la gravedad y sus manos, estirándose hacia adelante en un clavado perfecto, se zambulló en el agua. Sus manos se abrieron hacia los lados al primer contacto con el agua, y su ojo, emitiendo un brillo violáceo, centelló mientras su cuerpo, sirviéndose de la fuerza de la corriente, se desplazó rauda hacia el fondo. Sus palmas rozaron el suelo, y empujaron hacia arriba su cuerpo en el último segundo. Salió a la superficie para tomar aire. Sus oídos, antes silenciados por el agua, ahora escuchaban el estrépito de la corriente a su alrededor.
Emma volteó su cuerpo hacia la retaguardia. Daniel estaba acercándose a ella a gran velocidad. Intentó nadar hacia él, pero la corriente los arrastraba a ambos sin piedad. Su mente pensó una solución audaz que consistió en quitarse su abrigo: una campera de tela liviana que había decidido llevar a la excursión. Ató un extremo a su brazo desde las mangas y la utilizó para rodear el cuerpo de Daniel cuando el joven pasó por su lado.
Logró acercarse al joven, y mientras la corriente los arrastraba, armó un lazo improvisado para sujetar el torso del muchacho y mantenerlo a flote junto a ella. Enredó su brazo a la manga de la campera para que bajo ninguna circunstancia pudiese zafarse de ella. Luego, su atención fue volcada exclusivamente en nadar hacia la orilla.
La distancia entre ellos y la cascada comenzaba a recortarse drásticamente. Por suerte para ella, pudo escuchar unas voces a la distancia reclamando su atención. Pudo presenciar una moto de la policía transitando a pocos metros de ellos desde el borde del río. Sabía lo que debía hacer. Emma, usando todas sus fuerzas, comenzó a nadar con su único brazo libre hacia la orilla.
Daniel, por otro lado, no ayudaba en lo más mínimo. Su cuerpo resultaba un peso muerto que dificultaba el avance de la rubia hacia la orilla. Apenas podía mantenerse a flote, su cabeza recibía los impactos del agua a cada segundo y su cuerpo tenía la tendencia de descender a las profundidades. Aún así, no se rindió y siguió insistiendo.
Volvió a emerger, se estaba acercando. Vio al policía abandonando su moto para ofrecerle su brazo junto a la orilla, a unos cuantos metros de distancia. Tenía que llegar. Golpeó el agua con su brazo con todas sus fuerzas; pataleó y se impulsó todo lo que fue posible para poder avanzar en contra de la corriente.
«Puedo hacerlo», pensó para ella misma.
Volvió a empujar.
«Debo hacerlo…», insistió.
Tragó agua. Tosió, pero volvió a emerger de nuevo. Sujetó el extremo de su campera que sostenía a Daniel con más fuerza y volvió a dar otra brazada al agua.
El avance era lento, y el trayecto no tardaría en terminar, hizo hasta lo imposible para ganar más velocidad. Estiró su mano en un último aliento al emerger del agua por última vez, y entonces… a unos pocos metros de llegar a la cascada: algo la sujetó de la muñeca.
Su cuerpo sintió el choque de fuerzas. Su brazo se estiró al máximo, siendo sujetada por uno de los oficiales, pero también, la corriente insistía en querer llevársela. Emma no podía aguantar tanta carga, pero aún así, jamás desistió en aferrarse a Daniel. Poco a poco, el oficial comenzó a arrastrar a Emma hacia el borde del río. Sentía que su cuerpo podría partirse en dos en cualquier momento, pero aguantó… resistió y resistió hasta que finalmente, después de un esfuerzo sobrehumano por no soltarse, logró tocar suelo firme.
Escuchó al oficial preguntarle algo sobre si estaba completamente loca, quizás si lo estaba, pero pronto la pregunta cambió para indagar sobre su estado actual. «Bien…», fue lo único que sus labios pudieron responder en ese momento, mientras sus pulmones intentaban recordar como se respiraba.
Emma descansó por unos segundos hasta que recobró el aliento para dirigirse hacia Daniel. Su sonrisa ansiaba por preguntarle si se encontraba bien, si tenía heridas graves o, en el peor de los casos, quemaduras que precisaran de una atención médica urgente. Pero cuando su cabeza se volteó para observarlo, su semblante empalideció al descubrir que su mano sostenía los restos destrozados de su campera deportiva… y sin rastro alguno de Daniel en la orilla.
*****
El turquesa apagó su brillo, y Emma Clark permaneció inmóvil, petrificada, asustada…
La linea de su mirada persiguió el trayecto del joven río abajo tras la explosión, pero su cuerpo, a diferencia de cómo había sucedido en su visión, no tuvo el coraje para moverse.
Sus ojos cristalizándose, mostraron una angustia sofocante, y sus rodillas cedieron impactando en el suelo. No podía creerlo. Dos distintas formas de dolor la atormentaron en ese momento.
Primero, por el hecho de que hiciese lo que hiciese, no podía salvarlo. Pero eso no fue lo peor. Ya que luego de ver ese pequeño vistazo al futuro, ni siquiera se esforzó por intentarlo. No movió un músculo. No hizo nada más que mirar…
Mirar y dejarlo morir.
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