Capítulo II – Evadir la verdad
- historiasdelfenix
- 19 ene 2022
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Su Tablet sonó al dar las 07:10 de la mañana, pero ella ya se encontraba despierta desde hace unos cuantos minutos. Una humareda blanquecina se esparció por toda la habitación cuando la puerta del baño se abrió. Ada Fisher cruzó el pasillo con calma, su cuerpo desnudo y empapado al completo ingresó a su habitación de nuevo solo para apagar la alarma.
Había mucho para hacer por la mañana. Sus pasos la trasladaron de nuevo hacia el baño. Terminó de secarse y comenzó a vestirse. Según el pronóstico, hoy haría mucho calor, así que la decisión fue optar por algo ligero. Tenía muchas opciones entre sus outfits; pero luego de dos intentos fallidos con camisetas holgadas que no le pegaban mucho, decantó al final por lucir una camiseta de tonalidad violácea oscura sin mangas para poder resaltar sus costosos tatuajes, y un pantalón short de jean celeste. Sus muslos también tenían que lucirse, ¿por qué no?
Frente a un espejo pequeño pero lo suficientemente angosto para poder mirarse a cuerpo completo, la imagen que veía estaba muy bien, pero todavía faltaba el detalle final. Ada no era de esas chicas que le gustaba maquillarse en exceso, pero siempre amo la técnica de delineado de ojos que aprendió de alguien muy especial para ella: con el pincel puntiagudo, comenzó a dibujar unos trazos finos con mucho cuidado en el borde lateral de cada ojo hasta formar una pequeña aleta de cada lado; después llegó la hora de la brocha para sombra de ojos, porque la tarea no terminaba ahí, continuó aplicándose un poco de sombra sobre sus párpados de una tonalidad violácea para que hiciera conjunto con su outfit. Parpadeó de forma delicada y se devolvió una sonrisa al espejo. Todo listo.
Sacudió su cabellera azabache, se dedicó un guiño a ella misma y salió.
—¿Vas a la ciudad? —Teodoro Fisher, su hermano y profesor en la Universidad Vanlongward, ya se encontraba levantado cuando ella arribó a la cocina.
—Yep, tengo que imprimir algunas cosas. No me esperes, voy a la universidad sola.
—No te iba a esperar.
—Ja, ja… —lo empujó para apartarlo del camino hacia el refrigerador—. ¡Ja!
—Hay tostadas en la mesa. Sírvete.
—Tranquilo. Desayuno más tarde, ¿no tienes manzana verde?
—Debería haber una por ahí.
—¡Ya la vi! —dijo, pegando un pequeño salto para tomar una de las manzanas sobre la nevera.
—¿Almorzaremos juntos? El buffet de Vanlongward tiene un esquicito menú del día los lunes.
—Suena genial —la muchacha chocó su puño con el de su hermano—. Me voy bobote. Suerte. Ah, no. Espera. ¿Tienes algo para escuchar música mientras viajo?
—¿Y tu celular?
—Todavía no lo reparo desde que se mojó en el crucero.
—Ah, es verdad. ¿Y tú Tablet?
—Es demasiado grande como para llevarlo por ahí. Necesito algo más pequeño.
—Claro, pídele todo a tu fuente de los deseos: Teodoro —su hermano tronó los huesos de su cuello mientras indagaba en sus pensamientos—. Bueno, ahora que lo pienso. Tengo un Mp3.
—Un… ¿eh?
—Mp3, genia. —Teodoro revisó en su bolso y le arrojó un aparato similar a una memoria externa con el tamaño de un bolígrafo grueso—. Es un reproductor de música de bolsillo que reproduce… Sí, Mp3.
—¿Qué mierda es esto? —Ada observó esa pequeña cosita en su mano, intentó no reír, pero no pudo hacerlo. Era adorable… precaria, anticuada, cavernaria, pero adorable—. Esta porquería se va a romper. ¿Cómo se usa?
—Lo enciendes con la palanquita que está en el extremo. Luego seleccionas la canción y lo reproduce. Es fácil, incluso para ti.
—¿Tiene wifi? ¿Cómo busco los temas que quiero?
Teodoro se tentó.
—Si me haces sentir viejo una vez más te echo de mi casa. Subí unas cuantas canciones nuevas hace poco, seguro alguna te gustará.
—No puede ser —la oji azul comenzó a navegar en la lista de canciones de su hermano—. ¿Tienes que subir tus canciones? ¿Una por una? ¿Todo el tiempo?
—Veo que quieres usar la Tablet.
—No, está bien. Lo aceptaré por hoy. Solo me parece —Ada volvió a aguantar una risita—, tierno. La voy a llamar «Cosita».
—Ja, ja… —Teodoro tomó a su hermana del brazo y la arrojó hacia la salida—. ¡Ja!
Ada recorrió el pasillo hacia la salida con prisa gracias al empujón de su hermano, abrió la puerta dispuesta a salir, y mientras colocaba los auriculares en la «cosita», observó con detenimiento la vieja patineta de Teodoro recostada a un lado de la puerta. Una sonrisa se dibujó en su rostro al recordarla. Era la misma que usaban cuando eran pequeños. Sus padres solo le habían comprado una, y siempre tuvieron que compartirla, pero ahora se encontraba abandonada en un rincón… no podía dejar pasar la oportunidad.
—¡Bro! —Ada tomó la patineta y salió—. La voy a tomar prestada.
—¡Lo rompes, lo pagas!
—Si, si…
Ada saltó el escalón que había fuera de la casa de su hermano y se detuvo en la calle. Dedicó unos minutos para navegar en «La cosita», hasta que encontró una pista acorde a sus gustos. Subió el volumen y puso play: The Score de Higher comenzó a sonar.
Sus pies comenzaron a correr con gran energía, su mano dirigió el camino de la patineta a un lado de sus pisadas, y cuando la velocidad y la distancia era ideal, sus pies se afirmaron a la tabla. Las ruedas rezongando en la acera se sintió de manera nostálgica para la oji azul. Hacía mucho que no patinaba, pero al parecer, la habilidad seguía intacta. Dos patadas rápidas al suelo, y la velocidad se incrementó.
Acomodó su mochila en su espalda y frotó la manzana verde en su ropa, luego, un mordisco y a rodar. Tenía un largo trecho por recorrer. Los distritos residenciales de Ciudad Universitaria no disponían de mucho para ver, su objetivo estaba en el centro de la ciudad; doblo en una esquina y volvió a patear, pero solo una vez, ahora la disposición de la calle se encontraba a favor de una inclinación en descenso que Ada disfrutó con toda su alma.
La gravedad hizo su trabajo y su cuerpo, moviéndose como el viento, descendió por la calle a gran velocidad. No podía perderse la oportunidad de expandir sus brazos y abrazar el viento acariciando su espíritu, llenándolo de vigor y energía, pero no pudo permanecer mucho tiempo así. Dobló en la segunda esquina entornando su cuerpo hacia un lado. Hacía tiempo, cuando era una pequeña rebelde de doce años, había aprendido a patinar utilizando el contrapeso de la mochila de su escuela para virar en calles angostas. Una muy buena cantidad de cicatrices se había llevado practicándolo, eso sí, pero como alguien le había dicho una vez: el aprendizaje sin dolor, no es aprendizaje.
Acarició el asfalto con la palma de su mano, siempre fue fanática de ese pequeño truco, la hacía sentir una profesional en el patinaje, aunque solo sabía lo básico y poco más, quizás. Por suerte para ella, a estas horas de la madrugada no muchos vehículos circulaban por la ciudad, dejándole el camino libre para serpentear por la acera de un lado a otro a gusto.
Los rayos del sol se escurrían de vez en cuando al pasar por algún edificio bajo, molestando su vista, pero su trayecto era casi en todo momento acompañado por las sombras de la urbe y los árboles. Volvió a virar, ahora con más confianza. Parecía que era ayer cuando iba de camino a su casa y a la escuela en patineta con Teo y… con Teo. Sacudió su cabeza y omitió aquel pensamiento. No tenía nada de que preocuparse el día de hoy. Se había prometido a sí misma exprimir todo tipo de pensamientos oscuros, hacerlos una bolita y tragárselos para jamás, nunca… dejarlos salir.
La peli negra observó un grupo de jóvenes más adelante. Sonrió. No tenía que ser adivina para anticiparse a lo que se vendría cuando todos esos ojos masculinos llenos de testosterona se posicionaron sobre ella. Solo esperó paciente y disminuyó un poco la velocidad al pasar junto a ellos. Vio que uno de los jóvenes se cruzó en la calle, sin interponerse en su camino y gritó:
—¡Hey! ¡Hermos…!
—¡Hermosa tu puta madre! —interrumpió la muchacha, alzando ambos dedos anulares al pasar—. ¡Lo siento! ¡¿Decías algo?!
El coro de risas de los demás era algo a lo que ya estaba acostumbrada, lastimosamente. Siempre que veían a una chica pasear en skate, siempre… alguien le gritaba algo. Y nadie era muy original, vaya uno a saber porque, pero todas las frases siempre rotaban entre: Hermosa; ¿Te llevo a dar una vuelta?; Mi amor; ¿Por qué no te casas conmigo?; bla, bla, bla…
Los chicos, siempre tan clichés, burdos y predecibles. Quizás por eso había decidido decantar por salir con chicas desde que era una niña. Ya sabía que esperar de ellas. Obviamente eran mucho más delicadas, atractivas, mucho menos olorosas, mucho menos peludas, y lo más importante, el sexo entre chicas es siempre recíproco. Algo que Ada, en lo personal, adoraba.
Detuvo la patineta, la cargó con un brazo y se dirigió a su destino: la fotocopiadora. La peli negra se acercó hasta el mostrador, esperó su turno y tras unos extensos minutos de espera, obtuvo sus tan anhelados panfletos. Según ella misma, el panfleto era genial y cumplía con todo lo que un panfleto debía de tener: un color llamativo de su agrado, una frase genial pero concisa que redactaba exactamente lo que estaba buscando. Salió de la tienda luego de cargar los más de cien panfletos en su mochila y continuó su recorrido por ciudad universitaria en el skate.
Observó su reloj y una mueca de satisfacción se perpetró en su rostro. Todavía tenia mucho tiempo libre hasta su primer asignatura en periodismo. Podía continuar recorriendo las calles un poco más y luego tomarse el bus al campus. Mientras la melodía de las ruedas friccionando el asfalto resultaba hipnótico y pacífico para la joven aspirante a «la mejor periodista del mundo», se detuvo frente a una señalización.
Sus ojos azules nunca habían visto el mar de cerca, y según el cartel, la ruta hasta la playa más cercana se encontraba a 67 kilómetros. Comenzó a evaluar sus opciones. La distancia hacia la playa no era demasiada, si tan solo tuviese un vehículo más veloz podría llegar a tiempo, pero también se encontraba la opción del lago, con 12 kilómetros que resultaban mucho más viables y podría llegar a tiempo.
«El lago será».
Ada volvió a patear el suelo y avanzó hacia su destino. El viaje resultó sencillo, calles sin empinaduras desmedidas, un follaje urbano que desapareció con los primeros kilómetros, dando luz verde a un prado amplio y en pensamientos de ella «un éxtasis visual», repleto de parcelas que armonizaban con el amarillento de sus vegetaciones.
Realmente estaba viviendo en un sueño. Su mente comenzó a divagar, perdiéndose en los contrastes de vivir toda su vida encerrada en los barrios bajos de una ciudad cuyo color que más resaltaba era el gris de la mugre y el marrón de las calles de barro. Tenía mucha suerte de contar con su hermano para socorrerla en estos días tan grises de su vida. Desde que había decidido inscribirse en Vanlongward, había jurado que ganaría esa maldita beca honorífica a toda costa. Y así hubiese sido, de no ser por cierta tramposa… que se lo arrebató todo.
Chistó. Su dinero no era el de una princesa, ni mil veces menos, apenas pudo costear el viaje y los aranceles para el ingreso. Si bien tenía que enfocarse en su carrera, en sus estudios y en su nuevo caso de investigación, también tenía que conseguir un trabajo cuanto antes. De lo contrario, sus días en el campus terminarían antes de lo esperado.
Antes de darse cuenta, después de permanecer inmersa en sus pensamientos durante todo el trayecto, llegó a su destino. Los siguientes metros los tuvo que recorrer a pie debido a que el asfalto de la ruta se tomaba un desvío empedrado hasta llegar al lago.
Llego al borde y observó el paisaje a su alrededor con una mirada nostálgica. Se recostó sobre el tronco de un árbol a orillas del agua, y lo único que hizo fue disfrutar del silencio, la paz, la naturaleza, el cantar de las aves, los hedores a humedad y los restos del rocío de la mañana… hasta quedarse profundamente dormida.
*****
El mechero emitió un «click» al abrirse, y su llama se encendió, incinerando el extremo de su cigarro. Ada avanzó luego de dejar atrás el bus. Ya eran pasadas las nueve, la clase había comenzado, y como una tonta, se había quedado dormida a más de 20 kilómetros de distancia.
Aun así, le restó importancia. Solo se trataba del primer día de clases, y solo llegaría tarde a la primera asignatura, nada que no pudiese recuperarlo con invertir un poco de tiempo de estudio.
Aunque su trabajo no había terminado en lo absoluto, todavía tenía que repartir los panfletos que había hecho en la fotocopiadora, lo que consumiría un importante tramo de tiempo.
Mientras avanzaba en su skate por el campus, pudo notar que a su alrededor el movimiento de gente se había limitado mucho, todos ya se encontraban en sus respectivas aulas, algo que agradeció en su interior. Ahora podría pegar papeles a diestra y siniestra por todo el complejo sin ser molestada por nadie.
Con una calma y una tranquilidad adquirida por haberse dormido poco más de media hora en aquel hermoso lago, recorrió los predios pegando en cada muro, columna, puerta, asiento, e incluso en los bordes de los cestos de basura, todos y cada uno de sus panfletos: «¡Súper-mega-increíble trabajo! Asistente de periodista. Comunicarse con Ada Fisher al siguiente número…».
Ada tenía una buena autoestima respecto a su capacidad intelectual, pero siempre le agradó la idea de formar grupos de trabajo para sus investigaciones personales. Había muchas cosas que no podía abarcar siendo solo una persona, y tener más de dos ojos en un caso siempre era favorable para las investigaciones por separado.
Su idea inicial radicaba en formar un equipo de tres o cuatro miembros, claro que, a más personas, menos confianza habría, y cabía la posibilidad de que alguno del equipo podría terminar abandonando el caso y llevándose toda la información consigo. Eso no era nada bueno, por lo que, en este nuevo caso titulado: Anormal, contaría con la ayuda de, cuando mucho, una a dos personas. Claro, eso si alguien se ofrecía. ¡Pero seguro que sí!
Tenía claro que las computadoras no eran su fuerte. Sabía algunos trucos, pero había un infinito mundo de probabilidades que se escapaban de su entendimiento en esa área. Necesitaba un as en el tema y su objetivo sería encontrarlo cuanto antes. Perder tiempo no era una opción si quería desenmascarar todos los secretos que esa rubia estúpida escondía.
Recorrió cada rincón de todos los edificios de la universidad, y terminó por colocar el último a pocos metros de su aula. Observó su reloj y una mueca de asombro se dibujó en su semblante. ¡La hora había pasado volando!
Despegó su mirada del afiche y se volteó rumbo a su aula con prisa, pero justo llegando a la mitad del pasillo sus pies la hicieron detenerse en seco.
Era increíble como el destino podría tener un sentido del humor tan espantoso. La última persona con la que podría querer encontrarse frente a frente ahora mismo estaba a dos pasos de distancia. Sus ojos y los de la rubia se conectaron por unos cuantos incómodos segundos. Ada recordó todo lo que había pasado con ella. En el fondo, el dolor de la traición seguía allí, quemándola por completo en su interior. Recordó la final del concurso, toda la humillación que sintió ante la última pregunta y una furia se volcó de manera sagaz en su cuerpo… y si no quería volcar toda esa ira en aquella escuálida embustera, y ser expulsada en su primer día, tenía que marcharse de ahí cuanto antes.
Chistó, solo para que ella se diera cuenta de que su presencia no le agradaba en lo absoluto. Vio la indecisión con claridad en el rostro de Emma, así que decidió dar el primer paso y se adelantó.
Mientras atravesaba la puerta, con sutileza observó con el rabillo del ojo que aquella tonta todavía no se había movido. ¿Pero qué demonios le pasaba?
¡Claro! Cargo de conciencia, obviamente. Entonces, una idea brillante pasó por su cabeza. Esperó pacientemente a que Emma se acercara lo suficiente hacia la puerta, y entonces, en el último segundo, la cerró con todas sus fuerzas. ¿Quizás demasiada fuerza? ¡Nah!
«¡Qué se joda!», pensó sin un ápice de arrepentimiento.
*****
—¿Y le cerraste la puerta en la cara? —preguntó Teodoro mientras masticaba.
Ada sonrió divertida, también, con los cachetes inflados.
—Me hubiese encantado ver su expresión.
—Deberías dejarla en paz, todavía no sabemos si hizo trampa o cómo fue que ganó el concurso.
—Ella lo admitió, hizo trampa. Ese fue su primer error. El segundo es que cree que no podré descubrirla, pero ya verá. No tiene ni idea.
—Ok, debo admitir que verte tan centrada en uno de tus «casos» me preocupa un poco. No me gustaría que descuides la carrera.
—¡Vamos, Teo! Puedo hacer esta carrera con los ojos cerrados. No me subestimes.
—Eso lo sé, pero no quiero que te obsesiones con esa chica. La última vez que te vi tan ensimismada con algo así terminó fatal para ti —guardó silencio para tragar—, para todos.
La peli negra desvió su mirada con una mueca de remordimiento que escondió dándole un gran bocado a su sándwich.
—Esto es distinto.
—¿Segura?
—¡Por supuesto! Aquí no hay delincuentes, ni policías de por medio. Solo una rubia tonta. Puedo con esto.
—Si tú lo dices…
Una melodía estridente interrumpió la conversación entre los hermanos Fisher. Ada, todavía masticando su sándwich, alzó su dedo para callar por un momento a Teodoro y contestó su Tablet.
—¿Si? Ajá. Soy yo —esperó un momento—. ¡Claro! Todavía está disponible. Te puedo encontrar en quince minutos en… espera un segundo —la oji azul despegó la Tablet de su oreja y se dirigió a su hermano—. ¿Me prestas tu aula unos minutos?
—¿Es un chiste?
—Solo unos minutos, tengo que entrevistar a alguien.
—¿Tu? ¿Entrevistar a alguien? ¿Para qué?
—¿Me la prestas o no?
—¿Por qué el aula?
—Para parecer profesional, obviamente.
El licenciado suspiró con dejes de agotamiento. Era obvio que su hermana no aceptaría un no por respuesta.
—Aro cuatro, segundo piso, aula 202. Tienes una hora hasta que arranque mi segundo turno.
—¿Las llaves?
—Está abierto.
—Cool —volvió a la llamada—. Hey, ¿sigues ahí? Genial. Te espero en el aula 202 del aro cuatro en quince minutos. Espera, espera. Sabes que no es remunerado, ¿no?
Equipándose con una exagerada mueca de sorpresa mientras sus cejas saltaban hacia arriba y su boca se abría involuntariamente, Ada despegó su Tablet de su oreja.
—Cortó, la muy hija de perra.
—Por supuesto que cortó.
—¡Bah! Da igual, estoy seguro que alguien llegará a mí. Lo presiento.
Teodoro asintió fingiendo interés en el tema, pero de pronto vio algo a espaldas de su hermana que llamó su atención lo suficiente como para arrugar el rostro, pero no tanto como para evitar que le diese el último mordisco a su comida.
—Hey.
—¿Qué?
—Mira, ¿no es esa la chica que hizo trampa? ¿Emma?
Ada siguió la línea de mirada de su hermano y se volteó.
—¿Y a mí que me impor…? —Ada interrumpió la frase a medias cuando su vista se cruzó con alguien en particular, y como un interruptor al activarse, un escalofrío recorrió su espina dorsal al segundo siguiente—. ¡La madre que…! ¡Teo! Necesito tu ayuda.
El mencionado golpeó los codos en la mesa y suspiró. Ya lo había visto venir a kilómetros.
—¿Ahora qué?
—¡Necesito que distraigas al poli! ¡Ya!
—¿Cómo voy a hacer eso?
—¡Necesito que inventes algo! Pregúntale cualquier cosa, tengo que hablar con esa rubia idiota. Si suelta la lengua de más nos echarán de la puta universidad a ambas.
—Pero, ¿qué quieres que le diga? Mira, ya están hablando. Tranquilízate, no creo que pase nada.
—¡Mierda! ¡Déjalo! ¡Yo me encargo! —la peli negra se despojó de su sándwich para incorporarse como un resorte—. ¿Todavía te queda kétchup?
*****
—Lamento molestarla, solo quería hacerle unas cuantas preguntas relacionado al incidente del crucero Novacai y a Errol Locker.
—Oh… s-sí. Supongo que puedo…
—¡Hey! ¡Hey! ¡Ahí estas, pequeña! ¡Hace mucho que no te veía! —Ada, en un acto de extrema desesperación, se acercó hasta Emma, la rodeó con sus brazos en un intento de abrazo amistoso un poco forzado y le susurró al oído de manera pausada y amenazante—. Sígueme la corriente.
Emma quedó en un estado que mezclaba una súbita sorpresa con una total incertidumbre. No entendía que estaba pasando, pero no duró mucho en percatarse de las intenciones de Ada.
—¡Hey! ¿Tienes eso que te pedí? —continuó la oji azul—. ¿Sabes? Lo necesito con urgencia.
—¿Qué…?
—¡Oh, perdón oficial! —Ada se giró hacia el hombre—. ¡No lo había visto! ¿Estoy interrumpiendo?
—Bueno. La verdad es que si, pero me viene bien su presencia. ¿Usted es la señorita Fisher…?
—¡La misma! Adaline Fisher, para servirle.
—Bien. Si es posible que nos deje un momento a solas, tengo que interrogarlas a ambas por separado.
—¡Si! Claro, por mí no hay problema. Es más, lo dejaría que nos interrogara ahora mismo, pero —Ada se dio la vuelta, mientras mostraba una mancha rojiza y oscura en la parte trasera de su short—. Necesitaría un pequeño-gran favor de Emma ahora mismo. ¿Será posible que nos dé un minuto para pasar al baño? No demoraremos nada. Bueno quizás yo un poco más, ya sabe.
—¡Oh…! Claro —el hombre observó la mancha y desvió la mirada de inmediato—. Si, no hay problema. Estaré esperando aquí, pero no se tarden.
—¡Mil gracias! —Ada se volteó hacia Emma—. Lo tienes, ¿no?
—S-si… —Emma no tenía idea de porque le seguía la corriente, pero, en fin, dejarla en evidencia no le traería nada bueno tampoco—. El problema es que me queda solo uno. Y yo también estoy en mis días.
—¡Ah, tranquila pequeña! Te compraré más. Solo necesito salir de este bochornoso apuro antes de que media universidad me vea así.
—Vayan al baño tranquilas. Tómense su tiempo. Estaré en esta mesa.
—¡Gracias, oficial! —agradeció Emma—. Volveré enseguida. —Sujetó de los hombros a Ada y comenzó a caminar—. Hay que ver cómo te limpiamos eso. Vamos, yo te cubro. ¡Que no te vean!
—¡Eres la mejor amiga! ¡Muchas gracias! ¡Ya se la traigo, oficial!
*****
Desde que se habían perdido de la vista del oficial, ninguna habló, aunque Emma permaneció aferrada a los hombros de Ada hasta que ingresaron al baño. La peli negra se sacudió para soltarse y se adelantó a paso apresurado para cerciorarse que no hubiese nadie más que ellas allí. Con muy poco tacto, y sin importarle si había alguien o no, comenzó a golpear cada una de las puertas de los cubículos, abriéndolas una a una hasta llegar al final. Por suerte, ninguna estaba ocupada, pero cuando llegó a la última, la puerta ejerció cierta resistencia al intentar abrirla.
—¡¿Qué mierda?! ¿Qué estás haciendo?
Ada ni se inmutó al ver a dos chicas saliendo de la última cabina; ambas se vieron igual de molestas al ser interrumpidas de manera tan brusca, pero fue una de ellas quien se alteró mucho más. Mientras acomodaba sus pantalones en su cintura, se acercó hasta la oji azul.
—¿Qué te pasa, punki? ¿Nos puedes dejar en paz un momento? Estábamos ocupadas.
Ada desvió su mirada, el hedor a marihuana impregnado en las rastas teñidas de amarillo de aquella muchacha llegaron a sus fosas nasales como un cachetazo.
—Tienen que irse, me importa una mierda lo que estaban haciendo. Necesito el baño a solas, ahora.
—¿Disculpa? Pero, ¿quién te crees que eres? —aseveró la mujer arrimándose de nuevo—. ¿Te crees la dueña de la puta uni? ¡Yo voy a hacer lo que quiera donde quiera! ¿Te quedó claro?
—Piérdete, yonki —los ojos de ambas, si podían echar chispas, lo hubiesen hecho—. No tengo tiempo para esta mierda ahora.
—Y si no queremos irnos, ¿qué?
—No juegues conmigo.
—¡Tu no juegues conmigo!
Al parecer, ni Ada, ni la chica rastafari tenían intenciones de dar el brazo a torcer, pero a ellas, se sumó alguien más a la acalorada conversación. La chica rastafari iba acompañada por una joven de cabello rapado en un lado y teñido de verde que no dudó en defender a su pareja.
—¿Y esta de que va? ¿Eh? ¿Me vas a obligar a enseñarte modales? ¡Puta punk!
—Lo único que le voy a enseñar a esta flacucha es a tragar dientes —se envalentonó rastafari.
Ada cerró sus puños, preparándose para lo inevitable, y se arrimó a ambas con porte amenazador.
—Escúchenme bien, tijeritas, les conviene salir ahora mismo del baño o…
—¿¡O que!? — la rastafari avanzó y empujó con fuerza a Ada.
Sin darle tiempo a reaccionar, la otra chica también se abalanzo buscando asestar un puñetazo a la oji azul, pero Ada reaccionó con rapidez, esquivó el golpe y lo devolvió en el mismo segundo. Sin tener tiempo para festejar, la punta de un zapato se clavó en su abdomen al siguiente instante por parte de rastafari; quien continuó el combo de golpes con un rodillazo a la cabeza; luego, sin ser eso suficiente, sujetó a Ada de los hombros y la arrojó al suelo.
La oji azul fue atrapada en una lluvia de patadas, puñetazos y escupitajos por parte de la dupla, quienes no sintieron un esbozo de compasión, arrinconándola en una esquina para demostrarles quienes mandaban.
Emma parpadeó deprisa, y fue allí cuando su ojo turquesa dejó de brillar.
Ada no era digna de su devoción, pero tampoco podía dejarla a merced de una paliza descomunal, así como así. Tenía que intervenir rápido si quería evitar que ese futuro se cumpliera.
—¿Y esta de que va? ¿Eh? ¿Me vas a obligar a enseñarte modales? ¡Puta punk!
—Lo único que le voy a enseñar a esta flacucha es a tragar dientes.
Ada cerró los puños y...
—¡Esperen! —se anticipó Emma, intentando captar la atención de la pareja—. No tenemos por qué ponernos agresivas. Miren, necesitamos hablar de algo importante. Lamento haberlas tenido que interrumpir, si lo desean… puedo hacer algo por ustedes a cambio de dejarnos el lugar.
La chica de rastas se volteó con desdén. Escaneó a Emma de arriba a abajo y una sutil sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Qué harías? ¿Me la chuparías?
—Eh, no. Pero puedo, no lo sé, hacer sus tareas por una semana entera. ¿Sus trabajos? ¿Sus parciales? Lo que quieran. Solo no quiero que esto llegue a algo crítico, por favor.
Rastafari se acercó a Emma divertida, con un aura similar al porte confianzudo de Ada, pero con una pisca de soberbia y altanería.
—Yo a ti te conozco. Tú eras la que llegó tarde hoy a la clase, la ganadora de la beca honorífica —se dirigió a su pareja—. No nos vendría mal que nos hiciera los trabajos. Podemos tener tiempo para nosotras, ¿eh?
—Me gusta la idea. —Pelo verde también se arrimó a la rubia, ambas parecían devorarlas con sus miradas—. Si eres tan lista seguro sacaremos la mejor nota.
—Les prometo que sacarán diez en cada trabajo.
—Pero yo no soy de Periodismo, ¿estás segura que podrás? Te moleré a golpes si mis notas no son buenas, te aviso.
—Da igual la carrera —sus ojos se clavaron en pelo verde—. Sacarás la mejor nota, lo prometo.
—Bueno. Pareces muy segura de lo que dices. Me gusta eso. ¡Bien! Tenemos un trato «Honey». Te veré en clases —la rastafari siguió su camino y se volteó para ver una última vez a Ada—. Te salvaste hoy, punki.
Ada subió el dedo anular con desprecio y esperó a que ambas se marcharan. Luego tomó uno de los tachos de basura y lo colocó frente a la puerta del baño.
—Bien. Así nadie más nos molestará.
—Si que tienes un talento natural para agradar a las personas.
—Que se pudran esas dos. Tampoco te pedí que me ayudaras, así que no esperes un agradecimiento.
—Bueno, pero lo merezco. Acabo de salvarte una vez más de que te reventaran la cabeza.
—Estás demente si crees que necesitaba tu ayuda.
—Si, la necesitabas —subrayó Emma—. Solo que no lo sabías. ¿Y qué mierda fue todo eso allá afuera? ¿Eso es kétchup?
—Primero, si es Kétchup. ¿O crees que puedo sangrar a voluntad? Idiota. Segundo, tenemos que aclarar algunas cosas antes de hablar con la policía.
Emma suspiró. Ambas se encontraban en extremos opuestos del baño y ninguna tenía ni la más mínima intención de recortar aquella distancia.
—Bien, ¿qué quieres?
—Hay que coordinar nuestras coartadas. No podemos descuidarnos y responder de manera distinta o estaremos fritas.
—Sinceramente no entiendo porque hacemos esto. ¿No había quedado claro que no hicimos nada? Errol se nos abalanzó y la ola lo asesinó, ¿no? ¿Para qué ocultarle ese hecho a la policía?
—¿Puedes hablar más bajo? —Ada se acercó un poco—. ¿Y es que acaso leíste algo de las políticas de esta universidad? Si decimos algo corremos el riesgo de que la policía abra un expediente nuestro para investigar lo sucedido con Errol en el crucero. En ese caso, Vanlongward nos echará a la calle sin preguntar nada. Son muy estrictos con quienes tienen causas abiertas con la justicia. Su política es muy rígida en ese aspecto. Ellos solo quieren gente «perfecta» en su puta universidad.
—Pero ni siquiera hicimos nada.
—Pero nadie sabe eso. ¡Piensa, tonta! Si decimos la verdad y comienzan a investigarnos, eventualmente darán con el video que publiqué en internet. Pensarán que tenemos algo en contra de Errol y nos acusarán de homicidio culposo. ¿Al menos sabes lo que es eso?
—Si, lo sé. Pero… ¿y Brenda? Tenemos su historia, ella nos apoyará.
—¡Dios mío! ¡Usa tu cabeza un segundo! ¿Y porque no fueron a la policía cuando se enteraron de eso? ¿Por qué no avisaron a uno de sus maestros del abuso? ¿Por qué tomaron cartas del asunto por su cuenta? ¡La declaración de Brenda solo nos sepulta más! No es para nada viable.
—Aun así, no tuvimos nada que ver con su muerte. No hicimos nada…
—¿¡Nada!? ¡Rubia! La biopsia de Errol demostró las contusiones que tiene en la espalda por los garrotazos que le di para salvarte el puto culo, y a su vez, tiene más en todo el cuerpo cuando tú lo empujaste hacia el ventanal. ¿Por qué crees que hay oficiales aquí? Lo dejamos incapacitado para reaccionar y la ola lo asesinó. Sus padres sospechan que fue un homicidio premeditado, y dudo que los conozcas porque no te enteras de nada, pero los Locker tienen bastante influencia política en esta isla. Si nos ponen en la mira dudo que podamos pisar una universidad en lo que resta de nuestras vidas.
Esta vez fue Emma quien se acercó.
—¡¿Y eso es mi culpa?! ¡Yo no quería que nada de esto pasara! ¡Fuiste tú la que quiso enfrentarlo! Te lo dije antes y te lo repito ahora. ¡Es tu culpa! Yo nada tengo que ver con eso.
—¡Bien! ¡Perfecto! ¿Quieres delatarme? ¿Quieres culparme por todo? ¡Hazlo! Pero escúchame bien, si tú dices algo en mi contra, yo haré exactamente lo mismo. Si me hundes, yo te hundo conmigo porque, aunque cuentes la verdad, tú también quedarás pegada y olvídate de tu tonta beca honorífica, olvídate siquiera de tener un futuro aquí porque pasaremos los próximos años en la puta cárcel. ¿Saben lo que les hacen a las rubias bonitas como tú en la cárcel, querida? Te recomiendo que entrenes esa lengua que tienes, porque la vas a necesitar.
—La madre que te pario… —Emma comenzó a caminar nerviosa por todo el baño—. ¡Mierda!
—Si, si, si… mierda. Esto lo que nos ganamos por jugar a las heroínas para rescatar a tus amiguitas. Ahora ya no hay nada que hacer. No se puede volver el tiempo atrás. Así que decídete de una vez. ¿Qué vas a hacer?
La respiración de Emma encontró su punto más crítico y fue necesario reposarse en el lavamanos para intentar calmarse. Evaluó las opciones con detenimiento mientras observaba su reflejo y el de Ada en el espejo. Por más que no quería aceptarlo, no había otra salida para ellas ahora mismo que mentir, y esperar a que con el correr del tiempo, todo lo sucedido en el crucero se esfumara con el viento para no volver jamás.
Emma se frotó los ojos, agotada.
—Si le mentimos a la policía. ¿Se termina todo?
—Prefiero el término «evadir la verdad», pero sí, eso es lo que espero. Solo te quedaría hablar con Brenda. Ella también deberá modificar una parte de su historia. ¿Crees que puedas convencerla?
Emma asintió con pesadez, aceptando finalmente los términos.
—Pero que quede claro. Esta será la última vez que te ayudo —dijo Emma.
Pero lo que ninguna de ellas sospechaba, ni en lo más mínimo…
—Me parece perfecto —respondió Ada.
…Es que todavía quedaba un inconveniente por solventar. Un cabo suelto que rondaba por los pasillos del campus junto a ellas, y que lo complicaría todo, cobrándose, tarde o temprano… otra vida más.
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