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Capítulo I – Golpe de gracia



El celular vibró al dar las 06:00 de la mañana y ella lo apagó unos instantes después. Se liberó de las ataduras de sus sabanas, había tenido una gran noche de sueño, pero hoy el día no era como cualquier otro y tenía que empezarlo con toda la energía posible. ¿Y qué mejor manera de hacerlo con una canción?

Audífonos puestos y Spotify comenzó a sonar a todo volumen. Emma rodeó su cama para poder llegar a su clóset. La puerta se deslizó con una suavidad y una delicadeza que le daban la pauta, de que todo en su departamento, estaba fabricado con los mejores materiales. Nada de puertas trabándose, de manijas de horno rotas, o ventanas con cristales emparchados con cinta adhesiva. Aquella vida había quedado en el pasado. La ropa deportiva que usaría hoy ya estaba esperando por ella en uno de los muebles. Un vistazo rápido bastó para darse cuenta que necesitaría tres vidas para poder rellenar ese guardarropas ella sola, pero, ¿quién sabe? Quizás algún día.

Mientras sus brazos enervaban las mangas de una remera de color rosa con detalles negros ajustada a su escuálido cuerpo, su mente recordaba lo hermoso que era para ella la actividad física por la mañana. Un ritual para un reencuentro personal consigo misma que había abandonado hace mucho. ¿Cuánto? ¿Un año y tantos? Se cuestionó mientras, disfrutando del ritmo, terminaba de alzar su calza.

Correr era algo que amaba, pero que había perdido la costumbre, así que necesitaba sus mejores zapatillas. Aunque ahora mismo solo tenía un par desgastados y viejos, intentaría comprar nuevos al conseguir trabajo. ¡Oh, trabajo! Pensó de mala gana. Otra cosa para la lista de pendientes.

Se colocó una gorra de visera blanca y su siguiente destino fue el baño. Apenas terminó de lavarse la cara se dedicó una mirada al espejo. Movió su cabeza hacia un lado mientras observaba con detenimiento sus ojos. Esos colores tan intensos, extraños y misteriosos. Desde que habían aparecido parecía que todo había dado un vuelco. Nada era a como estaba acostumbrada. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo que apenas le era posible hacer un resumen en su cabeza. El crucero, la tormenta, su «muerte», la tragedia de Errol, las visiones, la competencia por la beca honorífica, la discusión con Ada, el beso con Leonard… y hoy, ni más ni menos, que su primer día de universidad. Golpeó sus mejillas e intentó ponerse en modo: positiva.

«¡Nada de pesimismo hoy! Claro que no».

El ascensor llegó a planta baja, y sus pies comenzaron un trote por el pasillo del lobby principal, no había nadie allí además de la media manzana en su boca. Fue al salir cuando pudo saludar al portero.

—Buenos días, señorita Clark.

—¡Buenos días, señor Lambert! ¿Quiere media manzana?

—Le agradezco, pero declinaré su oferta hoy.

—¡Era broma! —sonrió la rubia mientras calentaba las piernas en un leve trote de espaldas—. ¿Qué fruta le gusta?

—Mandarinas, señorita.

—¡Genial, lo tendré en cuenta!

—¿Transitará el sendero largo hoy, señorita Clark?

—¡Sip! Creo que ya estoy lista.

—No se pierda… y tenga cuidado al pisar. La montaña es peligrosa en su último tramo.

—Gracias, Lambert. Y descuide, hoy no tengo intenciones de morir… Quizás mañana. ¡Es broma!

Emma arrojó los restos de la manzana al cesto junto al edificio y sus piernas aceleraron. Fue el mismo portero quien le había explicado días atrás que la parte sur del edificio conectaba con un hermoso corredor. Su mismo nombre ya lo explicaba todo, se trataba de un sendero asfaltado de vía doble tanto para los peatones, como para los ciclistas. El camino recorría extensos kilómetros rodeados de árboles, costeando un bosque no tan frondoso, pero con una bella fauna silvestre, unos paisajes verdes con salpicones de flores coloridas por doquier, y que se alzaba colina arriba con unas vistas esplendidas de la Ciudad Universitaria. Emma no pensaba llegar tan lejos hoy, pero al menos quería intentar terminar el sendero hasta la cima de la colina, cuyos 7 imponentes kilómetros resultaban para la rubia, todo un desafío.

Sus piernas se sintieron ligeras al primer kilómetro recorrido, y en su mente, llegó a pensar que retomar la actividad física sería mucho más tormentoso, pero al sentir el aire recorriendo sus mejillas, al apreciar las bandadas de pájaros surcando los cielos, las blanquecinas nubes decorando un lienzo de impecable celeste, y sintiendo el sol naciente pintando los predios con su pincel naranja, la incitaban a avanzar con mayor celeridad.

Las mañanas en la Isla Blau parecían mágicas para una motivada y enérgica Emma, las pocas personas con las que se cruzaba por el camino, se contagiaban con sus saludos, devolviéndolos con la misma cordialidad y simpatía. La música, en su momento clímax, llenaban su alma de vigor y fue cuando, encendida, motivada y envalentonada decidió, esprintar a toda velocidad.

Sus músculos se tensaron, y el calor corporal fue en aumento, el sudor no tardó en aparecer y su energía comenzó a desgastarse muy rápido, pero algo adentro de ella la impulsaba a seguir todavía más. El sendero serpenteaba más adelante, metiéndose entre los árboles; abriéndose a nuevos e inexplorados caminos llenos de color y vida.

Su primera parada fue al completar tres kilómetros. Ese bebedero en medio de la pista estaba ubicado en la zona perfecta bajo la sombra de un gran sauce. Continuó sin perder tiempo. Con el día de hoy, ya se cumplía una semana de su arribo a Isla Blau, sus clases comenzarían en pocas horas, y la carrera de Periodismo esperaba a una Emma Clark repleta de emociones.

Sabía que para encarar el año tenía muchas tareas por cumplir, en un principio, conseguir trabajo estaba primero en la lista. A pesar de que su amiga de oro Vanesa, le había hecho un préstamo de dinero para poder mantenerse a flote durante unos días, tenía que buscar su propia independencia sin la ayuda de nadie. Todavía tenía que conseguir dinero para comprar mucho material de estudio, y eso sin contar todas las necesidades que una adolescente de 19 años pudiera demandar. Tenía que comer, después de todo… y los comercios en las cercanías no tenían precios rebajados al estar en una de las universidades más caras del mundo.

De todas formas, había cosas buenas, y muy buenas… Había ganado la beca honorífica, facilitando el hecho de tener que pagarse la estadía en los predios de Vanlongward. ¿Alquiler? ¿Expensas? ¡Adiós! Pero eso no era todo, tampoco tenía que pagar los primeros meses de estudio. ¡Una ganga! Con todas las letras.

«Una ganga… que Ada merecía…».

No, no, no, no. Su mente bloqueó esa sentencia al instante. Nada de negatividad hoy. Nada. Volvió a frenar a los cinco kilómetros para respirar un poco. Su ropa entera se había empapado y el sol ya se encontraba lo suficientemente alto como para abrigarla con un calor tropical asfixiante.

Ajustó la cola de su cabello, estiró las piernas y volvió a retomar la ruta. Poco a poco fue dejando atrás el sendero del bosque para encontrarse con una zona más despejada a nivel visual. Si correr bajo las sombras de los árboles era refrescante, no lo era tanto hacerlo bajo el rayo del sol, pero para eso había traído su gorra. La visera blanca y el camino hacia las mesetas era todo lo que sus ojos se permitían ver ahora mismo. La actividad comenzaba a ser un trabajo intenso, teniendo en cuenta que la ruta se empinaba a cada metro, y que la fuerza de voluntad se ponía a prueba a cada nueva pisada.

Solo para divertirse un poco en el camino, decidió saber un poco hasta dónde sería capaz de llegar el día de hoy. Disminuyó la marcha sin llegar a frenar del todo, y se volteó para ver a una persona que corría detrás de ella a unos cuantos metros de distancia. Al parecer habían tomado la misma ruta casi al inicio del recorrido, eso era perfecto para ella. Sin dejar de aminorar la marcha depositó toda su concentración hacia el hombre. Su ojo izquierdo centelló una luminiscencia apenas perceptible de color turquesa, mientras su otro ojo, con un violeta oscuro muy llamativo, se cerró para no estorbar su «visión».

Un segundo después llegó a ella una nueva imagen. Pudo notar el cambio de perspectiva, ya no estaba viendo como Emma Clark, sino como Leandro Borges, un hombre de mediana edad, que continuó trotando detrás de ella. Emma continuó viendo su percepción, la ruta era la misma, incluso podía verse a ella trotando unos metros más adelante. Se sorprendió un poco al ver cuando el hombre se acercó y su propio trasero era todo lo que «aquella visión» le mostraba. Al parecer Leandro era un poco mirón para su edad.

Aun así, el hombre continuó su camino sopesando a la rubia, quien tomó un descanso a paso lento, para perfilarse una vez más hacia la universidad. Verse a sí misma desde otra perspectiva todavía le generaba una impresión extraña. ¿Quién manejaba a la Emma que estaba corriendo? ¿Ella misma? ¿En el futuro? El simple hecho de pensar en ello ya le resultaba hilarante y cómico.

Emma terminó la visión. Suspiró, al parecer solo recorrería unos cuantos metros más hasta terminar agotada y volverse, pero ahora que sabía su futuro, no quería dejar que nadie más, ni siquiera ella misma, la frenara. Se había puesto una meta, y aunque sufriera por ello, iba a completarla.

«Lo siento Leandro, ya no podrás seguir viéndome el culo».

Emma pisó con fuerza y aumentó la velocidad de nuevo, pero esta vez, manteniendo un ritmo constante que pudiese llevarla a no agotarse. Se concentró en nivelar su respiración. Nariz, boca, nariz, boca. Tenía que concentrarse lo máximo para superarse. El cansancio comenzó a afectarla y sus pisadas fueron perdiendo velocidad, pero al menos se había alejado de aquel mirón.

Luego de unos cuantos minutos más, logró llegar al punto dónde había decidido dar la vuelta en aquella visión. La sorpresa la invadió cuando pasó por ahí. Su cuerpo estaba agotado y sus piernas parecían prenderse fuego, pero su espíritu seguía decidido a superarse, y logró hacerlo sin aplicar un esfuerzo desmedido. Solo con constancia y concentración. Continuó el camino con una sonrisa en sus labios y su mente no paraba de conjeturar preguntas filosóficas tales como:

«¿Por qué no continué corriendo en mi visión?».

«¿Por qué me di la vuelta en ese punto? ».

«¿Eso era realmente lo que iba a pasar? Supongo que ya no puedo hacer nada para cambiarlo».

El agotamiento de la rubia comenzó a hacer mella en sus pisadas, pero por alguna razón que desconocía, quería continuar. Quería pisotear a la «Emma» de sus visiones y demostrarle que sí podía seguir hasta el final... y así lo hizo, porque para cuando quiso percatarse de dónde se encontraba, ya había logrado cumplir con su objetivo, deteniendo sus pasos en un mirador a lo alto de la colina.

Sonrió de cara al sol. ¡Lo había logrado! La ciudad se asentaba allí, bajo sus pies, mientras el aire a esa altura la agasajaba con una brisa refrescante. Encontró otro bebedero cerca del lugar y sus labios agradecieron poder tener contacto con el agua después de tanto esfuerzo. Emma se sentía espléndida. El día apenas empezaba y su humor estaba por las nubes. Alzó sus manos al cielo, victoriosa, mientras su lista de reproducción finalizaba su última pista.

Contempló el paisaje en silencio durante unos instantes, luego, se hizo con su celular para volver a poner música, pero entonces, cuando la línea de su mirada enfocó la hora, su rostro, que hace unos segundos presentaba una tonalidad rojiza, se emblanqueció de repente.

—¡Carajo! —Emma volvió a correr, pero esta vez, en dirección a su universidad—. ¡Voy a llegar tarde!

*****


El trayecto a la vuelta fue una auténtica locura de nervios. Había corrido tanto hacia una dirección, que nunca pensó que la vuelta sería tan severa y complicada. Sus piernas apenas podían avanzar en un trote lento y ya ni siquiera había podido frenar para tomar agua. Los últimos kilómetros fueron los peores, todos hechos a pequeños pasos de hormiga, con un agotamiento feroz sentido en todo su organismo.

Llegó a la torre VW, tomando un último impulso. Las clases ya habían empezado y ella todavía tenía que ducharse, cambiarse y preparar todas sus cosas. El portero volvió a permitirle el paso compartiéndole una mirada de preocupación al ver a una Emma empapada de sudor con un rostro impregnado de dolor que parecía esforzarse por sobrevivir. Ella no dijo una sola palabra al ingresar. Lamber cerró la puerta de nuevo y continuó observando con curiosidad el recorrido de aquella pequeña estudiante hasta el ascensor. Volvió a su trabajo al verla subir. Su mente se quedó en aquella situación durante unos minutos, en dónde se planteó preguntarle si se encontraba bien la próxima vez que la viera pasar. Aunque no tuvo que esperar mucho para ello, al pasar los cuarenta y cinco minutos, Emma volvió a cruzar por la puerta, ahora completamente alistada y preparada para su primer día universitario.

Lambert volvió a cederle el paso al abrir la puerta.

—¿Se encuentra bien, señorita Clark?

—Si, solo… me pasé un poco con el recorrido.

—Puede pasar. Las vistas llaman a uno a perderse en ellas.

—Si. Lo acabo de descubrir por las malas. ¿Sabe qué hora es?

—Las diez menos veinte, señorita.

—¡Ah, mierda! —Emma, quien pasó junto al portero con la mochila colgada en el brazo, y todavía terminando de acomodarse su sweater, volvió a correr. Sus piernas la castigaron por eso—. ¡Auch! ¿De casualidad sabe cuál es el edificio «F»?

—Es el primer anillo de la mano izquierda.

—¿Esta izquierda? —preguntó levantando su mano izquierda para apuntar al frente.

—Exacto, señorita.

—¡¡Gracias!!

—¡Que tenga un gran inicio de clases!

La joven se volteó en medio del trote y lo apuntó con el dedo.

—¡Eres malvado, Lambert!

El portero sonrió.


*****


Fue cuando pisó su propio zapato al correr, cuando Emma sintió que no podía tener más mala suerte en un solo día. Volvió a colocárselo en un movimiento que consistió en saltar con un solo pie mientras tironeaba del zapato para volver a colocarlo en su posición normal. No solo había llegado demasiado tarde a la universidad, sino que encontrar su aula, de entre cientos que habían distribuidas en los laberínticos pasillos del campus, era una completa locura.

Su aula era la número 117, pero por alguna razón, las señalizaciones en los murales solo la confundían más. Había estado dando vueltas en círculos, subiendo y bajando entre los niveles, durante Dios sabe cuántos minutos. Ya ni siquiera se atrevía a mirar su reloj. Decidió ingresar a una de las aulas al azar y preguntar sobre la 117. Aunque al profesor que impartía la clase no le gustó la irrupción, no tuvo más remedio que ayudar a la pobre chica en apuros.

Apenas Emma dio con la ubicación exacta de su destino, siguió las indicaciones al pie de la letra; ascendió por unas escaleras en espiral y encaró hacia el pasillo hacia su izquierda. La primera puerta con la que se encontró marcaba el número 118. Se alivió, ya estaba muy cerca. Volvió sobre sus pasos, y cruzó de nuevo junto a las escaleras para, por fin, llegar a la puerta de su aula. Pero cuando parecía que la mala suerte se había gastado todas sus fichas, todavía le quedaba el remate final que la hizo frenar la marcha en seco.

Sus miradas se cruzaron. Asombro en sus rostros e ironía en el aire. Justo en el extremo opuesto, justo a un lado de la puerta del aula 117, se encontraba, justo, una persona que Emma había buscado evitar durante toda la semana. De momento había tenido éxito, hasta ahora: Ada Fisher.

Ambas adoptaron la misma postura incomoda, pero, aun así, ninguna apartó su vista de la otra. Emma pudo jurar escuchar las risas de la casualidad burlándose de ella. Sabía que ambas estudiarían lo mismo… ¿pero también cursarían juntas? Si, por supuesto, definitivamente era algo como para morirse de la risa.

Si tan solo hubiese llegado un minuto antes, o uno después, se habría evitado tener este encuentro. Desde aquella acalorada discusión en el puente del lago, ninguna había cruzado palabras con la otra y ni hablar de verse en persona. Aquel recuerdo de esa discusión volvió a ella como un fantasma… como si el simple hecho de estar cerca de Ada, la trasladara hacia ese fatídico momento.

La peli negra chistó y se adelantó para pasar primera. Al parecer su humor apático seguía siendo el mismo. Aunque la tensión entre ellas podría cortarse con cuchillo, Ada jamás dijo nada… y claro que Emma tampoco, una mueca de disgusto y un suspiro le pareció suficiente para comunicar su desagrado.

Esperó a que su «compañera» se adelantara y continuó. Era evidente que no había tenido suerte, Ada era la última persona con la que querría compartir aula ahora mismo. Aun así, no quiso darle importancia a ese tipo de pensamientos. Avanzó unos pasos detrás de la oji azul, todavía con su «cara de mala» activado en su semblante, por si acaso, pero en ese mismo segundo, justo cuando estaba a punto de cruzar el portal, la puerta se cerró con brusquedad en su cara. Sintió una brisa en toda su cara y su corazón casi se le sale del pecho… un milímetro más y su cara sería parte del decorado de la universidad. La ira, la rabia, las ganas de patear la puerta, ingresar y luego patear la cara de Ada crecieron de manera abrupta dentro de su ser.

—Hija de… —apretó los dientes, sacudió la cabeza, inhaló dos veces seguidas…abrió sus ojos e ingresó.

«Es el primer día, Emma». Se recordó a ella misma. «Hay que actuar bien». Recitó en su cabecita rubia llena de ira. Del otro lado, todas las miradas se enfocaron en ella, incluso los de la profesora.

—Buenos días, perdón por la tardanza —se disculpó agachando la mirada—. Me perdí.

—Buenos días —saludó la profesora—. Espero que no sea una costumbre. Para ninguna de las dos.

—Le prometo que no volverá a pasar —se defendió Emma.

—Muy bien, puede sentarse aquí en frente, hay un lugar libre junto a la otra chica que llegó tarde.

Definitivamente hoy no era su día. La sonrisa fingida de Emma al ver que tenía que sentarse junto a Ada no convenció a nadie, mucho menos a la oji azul, quien apartó su asiento de manera muy obvia cuando Emma se acercó.

—¿Me dicen sus nombres? —preguntó la profesora mientras Emma terminaba de sentarse y acomodar sus cosas.

—Ada Fisher —se anticipó de nuevo la peli negra.

—Emma Clark.

—¿Clark? Tu nombre me suena, ¿no fuiste tú la muchachita ganadora de la beca honorífica? —preguntó la profesora.

Emma asintió con un tinte de vergüenza. Ni siquiera tuvo que ver a Ada para imaginarse la mueca de asco que le echó.

—¡Increíble! Y si mal no recuerdo, tú también fuiste finalista para la beca, ¿verdad?

Ada sonrió con desdén.

—Si.

—¡Guau! Es increíble, parece que las grandes mentes, a fin de cuentas, se parecen. Aunque espero que esta sea la última vez que llegan tarde. Somos muy exigentes en Vanlongward, ¿sí?

—Ajá —fue lo único que respondió Ada.

—No volverá a pasar profesora. Seré puntual.

—Me alegro. Bueno, como son las últimas en llegar al aula, ¿Por qué no aprovechamos para que se presenten? Aunque se perdieron la presentación del resto del alumnado, al menos permítanos conocer a las dos finalistas de este año. ¿Les parece bien?

Ada chistó entre dientes.

—¿En serio?

—Si, querida. Soy tradicional, me gusta conocer a mis alumnos y alumnas. ¿Alguna quiere empezar primero?

—¿Y que se supone que diga? —preguntó Ada recostándose más sobre su asiento.

—Una presentación simple. ¿De dónde vienen? ¿Por qué eligieron esta carrera? ¿Cómo se ven en un futuro? —explicó la mujer, y apuntó a Ada con su mirada—. ¿Y si empiezas tu? Así ya te lo sacas de encima.

La chica se acomodó un poco, solo un poco, en su asiento y sacudió su cabello.

—Bien, como quieras. ¿De dónde vengo? Creo que la verdad no interesa, me parece una información irrelevante que nadie prestará el más mínimo de atención. Imagino que luego de escuchar a más de treinta o cuarenta personas, nadie recordará datos tan banales. Pero —suspiró con prisa—, en fin, escogí esta carrera porque necesito un título para ejercer la profesión, ni más, ni menos. Lastimosamente Vanlongward es una universidad de mucho prestigio y su salida al mundo laboral es destacable. Si fuese por mi ahorraría el tiempo y el dinero invertido en estos años y me iría a una uni pública, pero para mis planes a futuro, y aquí respondo tu última pregunta, necesito la influencia de Vanlongward para conseguir cierta información para un, ¿cómo lo digo…? Proyecto. Así que necesito aprobar todo y recibirme lo antes posible. No todos podemos hacer «trampa» para conseguir lo que queremos.

Emma desvió su mirada con rabia.

—Bueno… muy bien, señorita Fisher. Eso fue —la profesora se tomó un segundo para buscar la palabra acorde—, rápido. ¿Nada más para agregar?

Ada negó con temple.

—Bueno, está bien. Señorita Clark, ¿quiere decirnos algo sobre usted?

Emma acomodó la espalda a la silla mientras su mente pensaba lo que podía decir. Lo cierto era que no quería hablar sobre ella con Ada allí presente, no después de esa espantosa discusión que tuvieron días atrás en el lago. ¿Qué podría decir a la profesora? ¿Tendría que ser honesta o reservada?

—Bien —despejó los mechones de su flequillo y se dirigió a su profesora: eligió la honestidad—. El lugar de dónde provengo es una ciudad que es, por completo, lo opuesto a este lugar. Allí no hay paisajes tan hermosos, ni mar cerca, en lo absoluto. Por otro lado, para ser sincera, antes de ganar la beca, realmente no sabía que quería estudiar. Decanté por periodismo porque encontré una conexión muy cercana con mis gustos personales. A mí me gusta escribir y me gustaría dedicarme a esto. También me gusta explorar y descubrir cosas nuevas, eso es algo que descubrí con este viaje hacia la universidad, pero… —observó a Ada de soslayo—, también debo aclarar que no podría haberme dado cuenta de esto sin ayuda.

Sin cambiar su expresión de «chica detestable», la mirada de Ada se posicionó, de forma muy sutil, sobre la rubia. La profesora sonrió.

—¿Y qué tal se ve en su futuro, señorita Clark?

—¿Mi… futuro?

Emma desvió su mirada sin cambiar su postura, y su rostro se petrificó al instante; sus ojos se ensombrecieron de manera automática y su mente comenzó a mostrarles las imágenes de su primer noche en la isla: se sintió atrapada, solitaria, temerosa y con las manos atadas, sin oportunidad de mover un solo músculo. Lo sintió todo, tal y como lo había presenciado aquella noche.

La sangre escurriéndose de su cabeza y el dolor punzante volvieron a emerger de su sistema de una forma tan real que cada centímetro de su cuerpo se vio consumido por el terror. Recordó también a aquella silueta extraña que la retenía, y que por más fuerza que hiciese, no podía ver con claridad. Recordó el martillo mazo y la sangre de su cabeza cubriendo la punta.

De repente…comenzó a hiperventilar. Recordó la escena al completo, el miedo apoderándose de todo su ser, la sensación de impotencia de no poder librarse de esa situación y, por último, el golpe de gracia que terminaría con su vida.

—¿Señorita Clark? ¿Se encuentra bien?

Sin haberse dado cuenta, las manos de Emma y todo su cuerpo fueron invadidos por un temblor incesante, colérico y frenético. Su respiración inundaba los oídos de todos los presentes y su cuerpo, meciéndose nervioso, temblando sin piedad, llamó la atención de todos… incluso de Ada.

—¿Estás bien? —preguntó alguien detrás de ella.

—Si, lo siento —Emma se obligó a calmarse y limpió el exceso de sudor de su frente; al parecer recordar esas escenas siempre la hacían transpirar en frío—. Preferiría no responder a eso.

—No hay problema, señorita Clark. Podemos comenzar la clase, y si lo desea, puede pasar al baño.

—Estoy bien —Emma intentó fingir una sonrisa que ni ella misma se creyó y terminó por recostarse sobre el respaldo—. Gracias.


*****


Llego el mediodía más veloz de su vida, la última clase dio por finalizada y el último de sus profesores de Periodismo ya se había marchado del aula. A pesar de todos los altibajos que tuvo que pasar por la mañana, Emma había tenido un buen primer día a nivel facultativo. Las materias resultaban entretenidas, los profesores eran muy respetuosos y se notaba que amaban su trabajo, al menos aquellos que llegó a ver hoy, y aunque ya tenía que entregar dos trabajos y preparar algunas materias para próximos exámenes, sintió que su arranque en esta institución había sido muy positivo.

Los alumnos de Periodismo no se demoraron en amontonarse en la puerta para salir a respirar aire caribeño, después de todo, estaban en una gran isla, y muchos, como Emma jamás habían tenido la oportunidad de ver una playa de arena blanca como el talco acompañado de un líquido transparente cristalino turquesa llamado: mar. ¿Palmeras? Eso en las ciudades solo se come, pero nunca, jamás, pero que nunca… se observa en contraste con todo lo anteriormente mencionado, a menos, claro, que lo veas por fotos.

Emma se encontraba muy emocionada por poder presenciar todo aquello que la isla podría ofrecerle. Blau era un destino turístico para millones de habitantes del mundo… ¡y ella ahora vivía allí! A veces, el solo hecho de recordarlo activaba en ella una sonrisa tonta en su cara que la llevaba pegada a todos lados. A menudo, también, siempre había alguien que llegaba en el momento menos oportuno mientras Emma volaba en sus pensamientos, y la agarraba desprevenida, justo mientras llevaba esa cara de tonta.

—Hey, perdón. Eres Emma, ¿verdad?

La mencionada levantó la mirada mientras colgaba su mochila al hombro, el solo hecho de hacer eso la hacía sentir en modo: Universitaria. Y lo amaba.

—Si, hola —dijo sin borrar todavía aquella sonrisita que llevaba.

Una chica se acercó. No era mucho más alta que ella, rozaba el metro setenta y dos, y quizás, esos dos extra se debían a los tacones altos que usaba. Irradiaba un perfume que posiblemente fuese más costoso que cualquiera que Emma hubiese tenido jamás. Al instante notó que su piel estaba muy bien cuidado, y ese tono almendra le quedaba de lujo. Probablemente con muchos tratamientos exfoliantes y kilos de crema, algún día ella podría aspirar a tener un cutis tan bonito como el de esta chica. Un maquillaje divino detrás de un rostro estilizado. Tenía una nariz larga, muy bonita; un cabello castaño atado en una cola de caballo con una trenza al final.

—¿Cómo estas, dulzura? Me llamo Elizabeth, pero puedes decirme Liz. Es un placer conocer a la ganadora de la beca honorífica en persona. No pensé que compartiríamos aula. ¡Es genial! Te vi en el concurso y lo hiciste fantástico. Adoraría tener tu inteligencia.

Emma no pudo evitar sonreír ante una explosión de halagos tras otros.

—Bueno, gracias. No fue la gran…

¡Paff! La mochila que Emma traía se desencajó de su hombro. Se volteó para verificar quien la había golpeado al pasar y no se sorprendió en lo absoluto al ver a una peli negra marchándose por la puerta, caminando con aires de «me importa todo una mierda». Chistó.

—¿Estás bien? —inquirió Liz preocupada por aquella escena.

—Si, no te preocupes.

—Veo que ustedes no se llevan muy bien, ¿eh? Vi cómo te cerró la puerta en la cara cuando estabas por entrar. Eso estuvo muy mal.

—Descuida, solo ignórala y estarás a salvo.

—Dalo por hecho.

Ambas rieron.

—En fin, no quiero robarte mucho tiempo. Solo quería conocerte. Soy tu fan, yo también estuve en las rondas finales, pero Anderson prácticamente me asesinó con la última pregunta.

—Vaya, ¿de verdad? Lo siento, había tanta gente que no recuerdo bien a todos.

«Dijo, ¿mi fan?».

—No hay problema, es lógico. ¿Cómo te trata la nueva vida de universitaria? ¿A que la profesora Marta es un encanto?

—Si, aunque no le agradó nada mi llegada tarde.

—Tranquila, no debiste ser la única. Pero, ¿qué pasó? ¿Te perdiste?

—Salí a correr por la mañana y perdí la noción del tiempo. Después… si, me perdí —admitió.

—¡Ay! ¿Eres runner? ¡Es genial! Yo no corro, pero me gusta mucho mantenerme activa en el gym. Para mi correr es la muerte.

—Quizás los primeros días, luego le encuentras el gusto. Aunque hoy exageré un poco, corrí demasiado y estoy prácticamente muerta, si sigo de pie mucho tiempo mis piernas abandonarán mi cuerpo y se irán a dormir.

Ambas volvieron a echar unas risas mientras empezaron a encarar hacia la salida.

—Hey. ¿Qué tienes pensado hacer ahora? ¿Quieres que almorcemos juntas?

—Agradezco mucho la oferta, pero tenía pensado comer algo de pasada e ir a la ciudad. Tengo que buscar trabajo y no puedo darme el lujo de perder más tiempo. Tuve toda la semana para hacerlo y ni siquiera lo intenté.

—¡Oh! ¿De verdad? ¿Y te irás hasta la ciudad? ¿Porque no buscas aquí?

Emma alzó una ceja. Confundida modo: Encendido.

—¿En la universidad?

—¡Si! ¿No conoces el programa de trabajo para universitarios?

—Ni idea, la verdad nunca escuché hablar de ello.

—Es sencillísimo. Te acercas al anillo uno, que es el más grande de todos, y te vas hasta las puertas principales de la universidad. Allí encontrarás la oficina de inscripciones al programa. Ellos buscarán un trabajo para ti teniendo en cuenta tu disponibilidad horaria y te llamarán. Es mucho mejor que salir a buscar algo a la ciudad.

—¡Guau! No conocía ese programa. Vale la pena probar. Gracias.

—¡No hay de que! Te acompaño si quieres, a mí me queda de paso —respondió Liz deteniéndose en medio del pasillo—. Ah, mira. Parece que hay alguien buscando un asistente.

Emma observó hacia el muro para leer un peculiar aviso. Era una hoja verde pegado con cinta adhesiva. Apenas terminó de leerlo, su boca dejó escapar un suspiro desalentador.

—Nah, paso. Seguro es un trabajo horrible.

Emma ignoró el cartel y se marchó, lo último que quería era tener de «jefa» a una tal Ada Fisher.


*****


Emma firmó el último papel que tenía que rellenar para el formulario del programa para trabajos universitarios y se lo entregó a la recepcionista.

—Muy bien, cuando tengamos un trabajo disponible la llamaremos. Que tenga un gran día.

—Gracias, igualmente —respondió la rubia.

—Muy bien, Emma fue un gusto conocerte —comenzó a despedirse Liz—. No dudes en hablarme por cualquier duda que tengas con la carrera. Ya tienes mi número. Aunque dudo que eso pase. Eres la más lista de toda la clase.

Emma aceptó un nuevo alago con una sonrisa. Se sentía muy bien ser elogiada, pero ella sabía de sobra que ese premio no había sido conseguido de manera legítima. Aun así, ya nada había por hacer ahora mismo. Ambas se despidieron y Emma salió de la universidad. Ahora que su primer día de clases había terminado, podía utilizar el tiempo libre que le quedaba para almorzar algo, y también reencontrarse con alguna de sus amigas.

Salió de la universidad hacia el sector del patio y fue recibida por los cándidos rayos del sol que tanto la habían atosigado en la mañana de running. Cada uno de los edificios, al tener una estructura cilíndrica, similar a una enorme anillo si se lo veía desde el cielo, poseían una zona al aire libre en su centro. Allí los alumnos podían salir a tomar aire en los recreos o al finalizar las clases, comer algo con sus colegas, estudiar para los parciales o simplemente relajarse, observar el césped y los árboles. La última fue la opción escogida por Emma, mientras esperaba a Julia y Brenda.

Encendió un cigarro y recostó su espalda en una mesa de piedra redonda. El ambiente en el lugar era increíble, el sol estaba en su punto más alto, brindándole a todos una calidez muy relajante. Emma sintió el vibrar de su celular y lo revisó. Al parecer sus amigas llegarían en cualquier momento, pero entonces, una silueta que se posicionó a su lado llamó toda su atención.

—Buenos días, ¿es usted Emma Clark?

La voz de un hombre mayor tomó por sorpresa a la rubia. Más aún, la vestimenta que llevaba. Un traje negro impoluto y bien planchado; un aroma a perfume que envolvía su aura por completo, y lo último, fue algo que encendió las alarmas de la muchacha.

El oficial mostró su placa identificativa y se presentó:

—Soy el oficial Oscar Ramírez. Repito: ¿es usted Emma Renata Clark?

—Si, lo siento. Estaba distraída. Soy yo.

—Lamento molestarla en su receso, solo quería hacerle unas cuantas preguntas relacionado al incidente del crucero F.F Novacai —guardó silencio un segundo—, y a Errol Locker.


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