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Déjà vu

Déjà vu

Un cuento de Facundo Caivano




¿Qué es un déjà vu? Deja que te lo explique.

Un déjà vu es cuando tienes esa sensación de que has vivido una situación antes de vivirla. ¿Muy complicado? Bien. Deja que te dé un ejemplo. Imagina que estás en una playa de arena blanca y suave como el talco mientras observas el bello atardecer de las 18:36 de la tarde. No llevas calzado y decides enterrar los dedos de tus pies en la arena, y te sorprendes descubrir que su interior está húmedo. Mientras tanto, tus ojos logran divisar a una gaviota sobrevolando el mar para atrapar un pez, al mismo tiempo que puedes ver la rompiente de una ola elevarse tras golpear una roca de gran tamaño ubicada justo frente a ti.

Y no solo eso. Tu oído capta, en ese mismo segundo, el ladrido de un perro en algún lugar en el punto ciego de tu retaguardia. Como a la derecha, y a una distancia aproximada de veinte pasos. No tienes mucha idea de cuanto son veinte pasos, pero aun así entiendes que no es una distancia corta, pero tampoco tan alejada.

Y entonces sucede que ese hecho te resulta extrañamente familiar. Como si lo hubieses vivido antes. Como si supieses calcular esa distancia de veinte pasos del perro hacia ti, sin siquiera observarlo. O como si supieses cómo se sentía la humedad de la arena al enterrar los dedos de tus pies aún antes de hacerlo.

Es como si supieses que todo eso estaba destinado a suceder, y de hecho, que todo eso haya sucedido en ese instante, en ese preciso momento de las 18:36 de la tarde… no te sorprende en lo absoluto.

Más bien, lo que te sorprende el hecho de recordarlo.

Porque ya habías vivido una situación así antes. ¿Pero cuándo? Ese es el problema. Nunca tenemos la respuesta a esa pregunta. Algunos se aventuran a decir: quizás en mi otra vida. Pero el problema es que solo somos conscientes de una sola vida. Esta vida. La que estamos viviendo ahora. La que estás viviendo ahora.

Eso es un déjà vu. Así me sentí yo el día que fallecí.

El día en que alguien me asesinó estaba en la playa. Ok, espera. No, no, no. No soy un fantasma. Estás leyendo una carta de alguien que estaba vivo, pero que murió después. Muy bien. Teniendo esto en claro deja que continúe. Bueno. Tampoco tienes tantas opciones.

En fin. Esa tarde de las 18:36 me encontraba en la playa. Quería observar el ocaso. La hora dorada. Ese momento hermoso en dónde el sol comienza a esconderse. No vivía muy lejos de la costa, así que tome una mochila y fui a la playa.

Era temporada alta de turistas, sin embargo, no había muchas personas merodeando por ahí, ni sacándose selfis o algo por el estilo. Encontré un bonito lugar para descansar, así que me senté. Lo primero que suelo hacer cuando me siento es quitarme el calzado. Perdón, lo siento, sonó feo. Lo primero que suelo hacer cuando me siento en la playa es quitarme el calzado.

A veces, suele suceder que te quedas perdido en una situación en particular. Si me preguntas, lo describiría como cuando tu conciencia te abandona por un lapso de tiempo indefinido. Estás ausente. La vida te pasa a través de los ojos y no estás al corriente de ello. Hasta que de repente, en algún momento exacto, esa sentencia, ese pensamiento, ese hecho, te atropella de la nada.

Y vuelves a ubicarte en el mundo real.

Y vuelves a tener una sensación de que tienes un cuerpo.

Y vuelves a darte cuenta, como en ese momento de las 18:36, que tienes los pies enterrados en la arena.

Pero también te das cuenta de algo más. Un detalle particular. No son solo los pies los que tienes enterrados en la arena. Todo tu cuerpo está enterrado allí. Tus pulmones intentan buscar el alivio de una bocanada de oxígeno para mantenerte a flote en esto, extraño, que llamamos vida.

Pero jamás lo logran.

Entonces, lo último que piensas antes de que tu mente te abandone, pero que en esta ocasión, no regrese jamás, es una cosa. Una situación.

Ya sé. Sé que te la ves venir. Voy a darte un tiempo a que lo imagines.

Si, la arena en tus pies.

Si, la gaviota pescando.

Si, el agua golpeando la roca.

Si, el perro ladrando a tus espaldas.

Si, el déjà vu.

Entonces sucede algo interesante, pero un poco difícil de procesar, así que presta atención a lo siguiente que diré: nuestro último recuerdo es un recuerdo que no recordamos de dónde lo recordamos.

Interesante.

¿Pero cómo? ¿Cómo sé yo esto? ¿Cómo estás leyéndome si estoy muerto y se supone que no podrías recibir una carta mía? Evaluemos las posibilidades.

La número uno: te estoy mintiendo.

Es sencillo de digerir. ¿Pero es la solución que quieres escuchar? Yo sé que no. Sigamos con las opciones.

Número dos: todo esto es una simulación.

No, ¿verdad? Hasta sé que el tan solo haberlo mencionado ya te produce un no-sé-qué muy raro en la boca del estómago. No. Sigamos.

Número tres: tú me mataste.

¿Qué? ¿No es una posibilidad? Es verdad. Jamás podrías matar a nadie. Ambos lo sabemos. De todos modos voy a descartar esta opción para que no pienses que esta carta se reserva ese giro de trama para el final. Porque no es así.

Número cuatro: en realidad esto es un déjà vu.

Y por surreal que pueda sonar. Tiene un poco de lógica, ¿no te parece? Después de todo, esta carta comienza con esa incógnita. Hasta el mismo título de la carta tiene ese nombre. Todo apunta a un desenlace esclarecedor, sorprendente y alucinante sobre el significado de lo que es un déjà vu.

Pero… déjame preguntarte.

¿Qué es un déjà vu? Deja que te lo explique.

Un déjà vu es cuando tienes esa sensación de que has vivido una situación antes de vivirla. ¿Muy complicado? Bien. Deja que te dé un ejemplo. Imagina que estás en una playa de arena blanca y suave como el talco mientras observas el bello amanecer de las 6:36 de la mañana. No llevas calzado y decides enterrar los dedos de tus pies en la arena, y te sorprendes al descubrir que su interior está tibio. Mientras tanto, tus ojos logran divisar a una gaviota sobrevolando el mar para atrapar un pez, al mismo tiempo que puedes ver la rompiente de una ola elevarse tras golpear una roca de gran tamaño ubicada justo frente a ti.

Y no solo eso. Tu oído capta, en ese mismo segundo, el ladrido de un perro en algún lugar en el punto ciego de tu retaguardia. Como a la izquierda, y a una distancia aproximada de veinte pasos. No tienes mucha idea de cuanto son veinte pasos, pero aun así entiendes que no es una distancia corta, pero tampoco tan alejada.

Y entonces sucede que ese hecho te resulta extrañamente familiar. Como si lo hubieses vivido antes. Como si supieses calcular esa distancia de veinte pasos del perro hacia ti, sin siquiera observarlo. O como si supieses cómo se sentía el calor de la arena al enterrar los dedos de tus pies aún antes de hacerlo.

Es como si supieses que todo eso estaba destinado a suceder, y de hecho, que todo eso haya sucedido en ese instante, en ese preciso momento de las 6:36 de la mañana… no te sorprende en lo absoluto.

Más bien, lo que te sorprende el hecho de recordarlo.

Porque ya habías vivido una situación así antes. ¿Pero cuándo? Ese es el problema. Nunca tenemos la respuesta a esa pregunta. O en realidad, a veces, cuando ya lo sabemos es muy tarde. Porque el problema es que solo somos conscientes de una sola vida. Esta vida. La que estamos viviendo ahora. La que estás viviendo ahora. La que jamás volverás a vivir de nuevo.

Eso es un déjà vu. Así me sentí yo el día que te asesiné.

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